El PP partidario del “hecho nacional andaluz” quiere oficializar el himno regional cantado por Rocío Jurado. Se jacta, además, de haber dejado “descolocado” al PSOE con su propuesta. El himno, una auténtica patochada como todo lo referente al nacionalismo andaluz empieza: “La bandera blanca y verde /vuelve tras siglos de guerra/ a decir paz y esperanza…”
Basta. ¿De qué siglos de guerra hablan esos cretinos? ¿Y qué decir de la bandera, inventada por uno de los políticos más memos del siglo XX español?
“En los años anteriores, la sensación de ruina de la Restauración y la difusión de los puntos de Wilson habían dado alas a otros nacionalismos. Fue significativo el andaluz, promovido por un notario malagueño, Blas Infante, pergeñador de una doctrina en nada desmerecedora de la de Arana o Prat. Aspiraba Infante a “vivir en andaluz, percibir en andaluz, ser en andaluz y escribir en andaluz”. No llegó a escribir mucho en ese curioso idioma, pero descubrió que “el lenguaje andaluz tiene sonidos los cuales no pueden ser expresados en letras castellanas. Al alifato, mejor que al español, hay necesidad de acudir para poder encontrar una más exacta representación gráfica de aquellos sonidos”. Estas peculiaridades, “influjos clásicos de una gran cultura pretérita”, obligaban a estudiar la conveniencia de “reconstruir (sic) un alfabeto andaluz” para separarlo del “español”, aunque entre tanto fuera preciso “valernos de los signos alfabéticos de Castilla”.
“A juicio de Infante, la historia de la región había sido muy mal contada, debido a intereses bastardos que intentaban disimular su realidad nacional. Andalucía había sido nación en tres ocasiones: la protohistórica Tartessos, la Bética del imperio romano y la Al Ándalus musulmana. Después habían llegado la miseria y la opresión españolas. De aquellos tres momentos, el más interesante para él era el tercero, por más reciente: en la “comprensión” del período andalusí debía descansar la recuperación de la “conciencia andaluza”. De modo parecido a Arana, diseñó para su “nación” un escudo y una bandera, verde y blanca, colores de los omeyas y los almohades respectivamente. Ante las burlas y quejas, Infante exclamó: “¡Qué gobierno, qué país! ¡Llegan a sentir alarma ante el flamear de una bandera de inocentes colores, blanca y verde! Le hemos quitado el negro como el duelo después de las batallas y el rojo como el carmín de nuestros sables, y todavía se inquietan”. ¡Un inocente, el buen Infante!, y lo del “carmín de nuestros sables” está sin duda muy logrado. Su fervor por Al Ándalus le llevó a peregrinar a Marruecos en pos de la tumba del rey de la taifa sevillana Al Motamid, y a escribir dramas en honor de él y de Almanzor, enalteciendo las glorias árabes.
“De acuerdo con esas ideas, y remitiéndose al principio de autodeterminación, escribía en un manifiesto el 1 de enero de 1919: “Sentimos llegar la hora suprema en que habrá de consumarse definitivamente el acabamiento de la vieja España. Declarémonos separatistas de este Estado que, con relación a individuos y pueblos, conculca sin freno los fueros de la justicia y del interés y, sobre todo, los sagrados fueros de la Libertad; de este Estado que nos descalifica ante nuestra propia conciencia y ante la conciencia de los Pueblos extranjeros. Avergoncémonos de haberlo sufrido y condenémoslo al desprecio. Ya no vale resguardar sus miserables intereses con el escudo de la solidaridad o la unidad que dicen nacional” (“Una historia chocante. Los nacionalismos vasco y catalán en la España contemporánea”).
Este sujeto fue nombrado a finales de los años 70 “Padre de la patria andaluza” por el Charlamento regional.
Y ahora viene el PP “descolocando” al PSOE a base de mostrarse más maurófilo y “nacionalista” que él, digno seguidor de Infante, como juega a hacerse más progre o más feminista. Esto es hoy el PP, señores, no se llamen a engaño.
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Seis días sin que el PP, absorto en la contemplación del futuro, defienda a Alcaraz de la querella intimidatoria y pro terrorista, denunciando esta como tal.
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“Los años cuarenta empiezan en España, como en el resto de Europa, con el decisivo 1939, pero de modo opuesto: en España ha terminado una guerra, al norte de los Pirineos comenzaba otra mucho más mortífera…”
Aquella época fue muy compleja, llena de vida y de muerte, muy dramática; fueron los años de las “trece rosas” y el fusilamiento de Quiñones, de la División Azul y la Operación Bodden, de los planes de la Comisión Goldeneye sobre Canarias y Gibraltar y de acercamientos monárquicos a Hitler, de conspiraciones de los generales contra Franco y de invasión del maquis por el valle de Arán, de disputas por el tesoro del “Vita”, de “Ojos verdes” y del premio Nadal, de expansión de Opus Dei y defenestración de Serrano Súñer mezclada con un caso de adulterio, de reconstrucción y represión, hambre y estraperlo, magnos y a veces irreales planes industriales, del CSIC, repoblación forestal y lucha contra la sequía; de intrigas de los embajadores Hoare y Stohrer, de la “Caballería de San Jorge” y tantos otros temas tratados en esta obra. Todo bajo la casi fatal atracción del torbellino europeo, amenazas de invasión de Hitler o de los Aliados y una nada imposible reanudación de la Guerra Civil.
Años de grandes ilusiones y frustraciones, en los que se escribieron algunas de las novelas españolas más importantes del siglo, obras de pensamiento y poesía de gran relieve, la pieza musical más interpretada y conocida fuera de España o el libro doctrinal más influyente internacionalmente publicado en el país en siglos. Fue también la edad dorada del humor, la canción popular, la literatura de kiosco…
La victoria de Franco en la Guerra Civil no garantizaba la continuidad de su dictadura (de la que derivaría, muchos años después, la democracia). Por el contrario, su supervivencia y consolidación, así como su neutralidad en la guerra mundial, fueron hechos sumamente improbables. Sin embargo ocurrieron, y el historiador debe exponer su cómo y su porqué, al margen de mitos y prejuicios. Tal es la tarea que aborda Moa en “Años de hierro” que, como otros títulos suyos, propone una reinterpretación a fondo de un pasado crucial en la configuración de nuestro presente”.
(Contraportada)
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Hoy, en "El economista"
SATISFECHOS DEL HOLOCAUSTO
Pío Moa
Como decía el jueves pasado, lo más parecido al Holocausto en España fue la persecución religiosa del Frente Popular, realizada con sadismo escalofriante. Nunca sus autores ni quienes hoy se identifican con ellos han mostrado pesar por lo hecho, ni propósito de reparación moral, no digamos de arrepentimiento o intención de rectificar. Muy al contrario, todo indica que están muy satisfechos: hasta han tenido la inmensa desfachatez –la criminal desfachatez– de exigir a la Iglesia que pidiera perdón por haber apoyado a quienes la estaban salvando del exterminio. Y ahí siguen con su vesania, empeñados en denigrar las beatificaciones de los mártires, mientras presentan como víctimas del franquismo, con las correspondientes subvenciones e indemnizaciones, tanto a inocentes como a asesinos. Como si los nazis exigieran a los judíos que pidieran perdón, o les negasen el derecho a honrar a sus muertos.
El truco justificativo de los nazis de izquierda lo empleaba hace poco el pro socialista Santos Juliá, citando a Maritain: "Es un sacrilegio horrible masacrar a sacerdotes –aunque fueran fascistas, son ministros de Cristo– por odio a la religión; y es un sacrilegio igualmente horrible masacrar a los pobres –aunque fueran marxistas, son cuerpo de Cristo– en nombre de la religión". Maritain, que mentía al Vaticano presentando a Franco como un satélite de Hitler (el Frente Popular sí lo fue de Stalin), mentía también al expresarse así. El terror de derecha –como el de izquierda–, mató a pobres, medianos y algunos ricos, por considerarlos enemigos políticos, nunca por ser pobres ni en nombre de la religión. Al hablar como lo hizo, Maritain recogía la propaganda stalinista, la ideología de la lucha de clases que tanto ha contaminado a la Iglesia desde los años 60, llevando a muchos clérigos a defender los totalitarismos comunistas. Todavía engañan a algunos.