La eminencia y abundancia de autores de origen hispano en la Edad de plata romana ha nutrido diversas polémicas sobre la posible españolidad de aquellos. Américo Castro, resuelto a comenzar España en la Edad Media y en relación con musulmanes y judíos, decidió que antes de la invasión árabe apenas existía nada parecido a una "forma de vida española". Al igual que otros muchos estudiosos, Castro entiende que Marcial, Séneca, etc., pertenecen en exclusiva a la cultura romana, sin relación real de alguna densidad con lo que hemos llegado a conocer como España. Esa idea ha sido rebatida por Sánchez Albornoz con buenos argumentos, pero el debate se ha centrado en conceptos tales como "formas de vida", "vividura", "herencia temperamental", "contextura vital", etc., un tanto difíciles de asir. Albornoz acepta algunos rasgos distinguidos por Castro en la forma de ser de los españoles "auténticos": el carácter personalista, visible también en sus escritores y artistas, "el estar inmerso y presente de continuo en su obra y con todo su ser. La vida y el mundo son en ella inseparables del proceso de vivirlos, como dice Castro". Pero, al revés que este, Albornoz encuentra esas notas, una de ellas el gusto por lo soez o indecente, en los hispanorromanos de la Edad de plata. Así, "Séneca escribía en primera persona, refería obscenidades y porquerías y hablaba de sí mismo"; "Ningún filósofo romano sintió tan clara inclinación como Séneca hacia los relatos sucios y hasta malolientes, y Marcial superó en gusto por lo rahez a los otros líricos romanos de la época augustea y del primer siglo del Imperio; notas todas que caracterizaron luego a los peninsulares".
Pero esos rasgos –junto con otros, incluida una mayor delicadeza– se encuentran también muy claramente definidos en los romanos, y las expresiones y relatos "sucios y hasta malolientes" aparecen en el mismo Horacio, por no hablar de Catulo, Petronio, etc… y es difícil decidir si son más o menos raheces. En conjunto, las características del espíritu romano, pragmático y combativo, con mucho genio para la normativa y escaso para la especulación y la metafísica, fueron acogidas con gran facilidad en la cultura hispana posterior, y seguramente también en la de entonces, debido acaso a afinidades preexistentes. Otros historiadores, como Brenan, distinguen entre el carácter español de Marcial o Quintiliano y el netamente latino de Séneca o Lucano.
Pisamos terreno más firme, a mi juicio, si dejamos la consideración, no creo que falsa pero sí nebulosa, sobre el carácter nacional y buscamos otras evidencias. Todos ellos sienten el orgullo de Roma, bien expreso en Séneca, por ejemplo: "Has prestado un inmenso servicio a la ciencia romana (…); inmenso a la posteridad, a la que la verdad de los hechos, que tan cara costó a su autor, llegará incontaminada; inmenso él mismo, cuyo recuerdo se mantiene y se mantendrá mientras se valore el conocimiento de lo romano, mientras haya quien quiera (…) saber qué es un varón romano, insumiso cuando todas las cabezas estaban rendidas al yugo (…), qué es un hombre independiente por su forma de ser, por sus ideas, por sus obras", dice a la hija de Aulo Cremucio Cordo, de memoria hoy perdida. En Marcial observamos la reivindicación de su cuna hispana (sin dejar de sentirse inmerso en la cultura latina): "Varón digno de no ser silenciado por los pueblos de la Celtiberia y gloria de nuestra Hispania, verás, Liciniano, la alta Bílbilis, famosa por sus caballos y sus armas, y el viejo Cayo con sus nieves y el sagrado Vadaverón con sus agrestes cimas y el agradable bosque del delicioso Boterdo que la fecunda Pomona ama (…) Pero cuando el blanco diciembre y el invierno destemplado rujan con el soplo del ronco Aquilón, volverás a las soleadas costas de Tarragona y a tu Laletania (Barcelona)…". "Lucio, gloria de tu tiempo, que no consientes que el cano Cayo y nuestro Tajo cedan ante el elocuente Arpino, deja al poeta nacido en Grecia cantar a Tebas o Micenas o al puro cielo de Rodas o a los desvergonzados gimnasios de Lacedemonia, amada por Leda: nosotros, nacidos de celtas y de íberos, no nos avergonzamos de introducir en nuestros versos los nombres algo duros de nuestra tierra". "Gloriándote tú, Carmenio, de haber nacido en Corinto –y nadie te lo niega– ¿por qué me llamas hermano si desciendo de los íberos y de los celtas y soy ciudadano del Tajo? ¿Será que nos parecemos? Pero tú paseas tus ondulados cabellos llenos de perfume mientras que los míos de hispano son hirsutos; tienes los miembros lisos por depilarlos cada día; yo, en cambio, tengo piernas y rodillas llenos de pelos; tu lengua balbucea y no tiene vigor: mi vientre, si fuera preciso, hablaría con voz más viril; no hay tanta diferencia entre la paloma y el águila ni entre la tímida gacela y el rudo león. Deja, pues, de llamarme hermano, Carmenio, o tendré que llamarte yo hermana".
Estas efusiones no las encontramos en la obra conocida de los demás autores, pero es muy probable que las gentes de origen hispano formasen en Roma un grupo de afinidad y solidaridad mutua, como suele ocurrir en las grandes metrópolis y lo formaban los judíos, y seguramente también los griegos, los galos, los egipcios y tantos otros. Los hispanos eran reconocidos como tales por lo demás, incluso por su forma de hablar el latín. Cuando Marcial llegó a Roma buscó la protección de los hispanos Séneca y Lucano, y después del trágico fin de estos se dirigió a Quintiliano (así como a Plinio el Joven). Pese a la insistencia de Marcial en íberos y celtas, estos y sus viejas diferencias se iban diluyendo no ya en la cultura romana general, sino en la misma Hispania, donde, recuerda Julián Marías, existían centros como Tarragona, sedes comerciales y artísticas de gran parte de la península por encima de las antiguas divisiones tribales.
La tesis de Américo Castro resulta en extremo llamativa si tenemos en cuenta la evidencia de que el latín llegó a ser el español, y que la cultura y la religión transmitidas por Roma se convirtieron en la base misma de la cultura española posterior. Sin ellas, precisamente no podría entenderse cómo llegaría a existir una confrontación entre cristianos y musulmanes en la península ibérica. Podría discutirse interminablemente sobre la "contextura vital" española de Averroes o Maimónides (como la de Séneca o Quintiliano) olvidando la clarísima verdad de que los dos primeros ni se expresaron en una lengua latina ni pertenecieron en absoluto a la cultura española conocida por la historia, sino, precisamente, a aquella que aspiraba a destruirla y reemplazarla por otra de carácter oriental.
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Dice J. A. Marina que la Iglesia se refugia en la objeción de conciencia a la "educación para la ciudadanía" porque está en declive (la Iglesia, claro). Argumento de alta calidad moral. Él, en cambio, se siente en auge, protegido por la banda de Filesa, el GAL, la colaboración con la ETA o la utilización de la justicia a conveniencia del poder (Garzón o Bermúdez, por caso). La moral y la educación para la "ciudadanía" en autorretrato.