“En una interesada o, en cualquier caso, rechazable ceremonia de confusión intelectual, se llega en ciertos cenáculos de gran proyección mediática a desmedular a la guerra de la Independencia de sus señas de identidad más características. La reacción antifrancesa fue tan vigorosa como unánime, sin que los sentimientos locales y regionales, tan subrayados en un país tan diverso y plural por su geografía, historia y tradiciones, determinaran otra cosa que imprimir alguna nota peculiar a un conjunto en el que quedaron casi difuminados los matices de toda índole. Religión y patria, creencias y legítima defensa del ámbito doméstico y general se revelaron como los motores decisivos a la hora de expresar y articular la lucha a muerte contra un invasor alevoso y despiadado. De la lucha de un pueblo solidario y bien consciente de los motivos de su resistencia surgieron muchas cosas. Una de las más importantes fue sin duda la construcción del modelo de convivencia que instalara al viejo país en el mismo horizonte histórico de los de su entorno, parteros como él de la moderna civilización”
(J. M. Cuenca Toribio, La Guerra de la Independencia: un conflicto decisivo, p. 10)
En efecto, con motivo del bicentenario de aquella guerra estamos ante una amplia campaña paralela a la totalitaria de la “memoria histórica” y con las mismas pintorescas pretensiones “científicas”, encaminada a desmedular el pasado y la cultura españoles. Constante tradición hispanófoba, bien visible también en un manualillo de “historia de España” editado por Raymond Carr, del que ya hablaré.
Algo sorprendente, sin embargo, esta anotación de Cuenca Toribio: “Escrito cuando una nueva y quizás algo artificial revisión del drama de 1936 –¿desembocadura postrera del de 1808?– se erige en el centro de la vida cultural del país…” La revisión impulsada desde el poder por una ley claramente chequista no es en modo alguno artificial, o lo es en el sentido en que lo es siempre la actividad cultural y política. Por lo demás, plantea un desafío intelectual de primer orden, pero ¿qué debate en profundidad ha suscitado esa revisión? No conozco ninguna respuesta algo sistemática a ella como no sea la empeñada desde este blog y LD. Si tal es la "vida cultural" del país...
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Mañana saldrá en El Economista el Manifiesto por la verdad histórica, en media página, como en El Mundo. Con ello agotamos el total de 8.933,97 euros recogidos en la campaña. Un éxito, no enorme, desde luego, pero un éxito, que ya analizaremos, y parte de una tarea más amplia, que podría ligarse con la referida a la Guerra de la Indepencencia.
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Hoy, en "El economista":
LA ENSEÑANZA: LA CLAVE OLVIDADA
Señala Stanley Payne: “De ser tal vez el país de mayor densidad de escuelas latinas e instituciones de enseñanza superior de Europa en 1600, España había descendido en menos de un siglo a un nivel de abandono educativo, y a mediados del siglo XIX tenía, junto con Portugal, la población más analfabeta de Europa Occidental". Este dato explica mejor que la infinidad de especulaciones habituales, por lo común vacuas, tanto la decadencia de España como su previo encumbramiento a primera potencia planetaria, con su siglo de oro cultural, la empresa de América y el Pacífico, la comunicación de todos los continentes, por primera vez en la historia humana...
La despreocupación por la enseñanza de la población marca la actitud de las capas dirigentes hispanas hasta bien entrado el siglo XX. Incluso la Restauración, con sus muchas virtudes, falló desdichadamente en la instrucción pública, a la que apenas dedicó recursos. La dictadura de Primo de Rivera hizo algo más por superar el atraso, pero solo la república se planteó un vasto plan educativo: esta fue, en principio, su mayor virtud. Por desgracia los éxitos no la acompañaron, debido a un sectarismo que pretendía destruir lo ya conseguido, en lugar de construir sobre ello, y a la colosal ineptitud de los republicanos, tan bien descrita por Azaña. Es solo en la (estúpidamente) denostada era de Franco cuando la intención y el logro van juntos: el analfabetismo bajó a niveles marginales, la enseñanza se diversificó, se especializaron millones de peones y la universidad empezó a masificarse. Los planes de estudio, a partir del célebre de Sainz Rodríguez, sin ser brillantes, garantizaban una calidad mediana.
En la democracia se ha dado la contradicción entre una expansión sin precedentes de la enseñanza superior y un declive en la calidad educativa, fenómeno de decadencia. Remediable, cabe esperar.