Los feministas pintan la historia de la mujer como un lúgubre relato de opresiones, humillación y explotación a beneficio del hombre, hasta la época actual en que las mujeres, o bastantes de ellas, habrían empezado a ver las cosas en su debida perspectiva y a desafiar la dominación del macho.
De creer el dictamen de las ideologías al uso, la inmensa mayoría de los varones también habría vivido permanentemente oprimida y "alienada". Pero la historia registra innúmeras rebeliones masculinas y la elaboración de ideas más o menos liberadoras; aparte de que una minoría de varones habría conseguido no ser oprimida, sino opresora. Ninguno de esos hechos se ha detectado entre las mujeres; y aunque buscando con tiento y exprimiendo lo que haga falta los datos de la historia se descubran episodios de rebelión femenina, los mismos apenas rebasarán la anécdota.
Ello se comprueba aún mejor sin necesidad de bucear en un pasado en buena medida incognoscible. Las ideologías hoy más frecuentes, incluyendo la feminista, tienden a identificar la delincuencia como una rebeldía, inconsciente y primaria, contra la marginación y la opresión. Si la tesis fuera cierta, y lo fueran también las feministas, las cárceles estarían colmadas de mujeres. Ocurre al revés, empero: la delincuencia femenina es insignificante y son hombres los que abarrotan las prisiones. Y siempre ha pasado igual. Tampoco cabe argüir que a las mujeres se les ha enseñado a ser sumisas, porque a los oprimidos y marginados se les ha enseñado lo mismo, y no solo con palabras e ideas, sino también con drástica violencia.
De ahí se concluye que, o bien las mujeres se han sentido siempre mucho menos oprimidas de lo que los feministas aseguran, o bien su pretendida sumisión sería la prueba de una inferioridad real, siempre siguiendo su lógica. Con una óptica feminista, la segunda alternativa es la evidente y forzosa.
Pero, se objetará, aunque así haya sido, ya no lo es: las mujeres feministas del presente habrían venido a lavar el honor de las pobres esclavas, neciamente sumisas por siglos y siglos según la doctrina feminista. No obstante, si aceptamos esta salida, ella nos lleva a otra: que las "conquistas" modernas de la mujer se deben a los hombres. En efecto, se puede exponer como una injusticia la veda a la mujer de oficios y profesiones tradicionalmente masculinos, siempre que se admita simultáneamente que esos oficios no han caído del cielo, sino que son creaciones del varón. La incorporación masiva de la mujer al trabajo fuera de casa no ha sido obra de ideas feministas, sino de las necesidades industriales y de las terribles guerras –de motivación ideológica-- de nuestra época. El acceso de mujeres a prácticamente todos los puestos y posiciones de la sociedad "patriarcal" ha resultado comparativamente rápido, fácil y poco violento. Las leyes y medidas aprobadoras de dicho acceso han sido tomadas por varones, y la presión –feminista y no feminista—que las ha hecho posibles no ha venido exclusiva ni principalmente de grupos feministas de mujeres.
Otras contradicciones del feminismo resaltan emblemáticamente en un fenómeno en impetuoso auge: el atletismo femenino. El atletismo entraña unos valores, una rivalidad y un exhibicionismo que siempre se consideraron típicamente masculinos. Aquel nació probablemente como entrenamiento guerrero, y como juego es una forma de desviar la agresividad violenta. Hoy, el feminismo promueve muy activamente la participación de mujeres en ese juego, y la rivalidad internacional al respecto se liga, abierta o subliminalmente, al progreso de la "emancipación de la mujer".
Ahora bien, basta contemplar tales competiciones para notar que los triunfos atléticos suelen lograrse a costa de la feminidad física de las triunfadoras (que rebajan, ciertamente, las diferencias sexuales en ese campo). Y el ansia de ganar ha conducido a muy variadas desviaciones, especulando con los desarreglos que se producen en el ciclo femenino y con cosas más graves. Recientemente la doctora Renate Huch, de Zürich, "ha denunciado el embarazo deliberado y la interrupción provocada como parte del entrenamiento deportivo. En el embarazo se produce un aumento del volumen de la sangre, lo que supone un aumento del transporte de oxígeno a la musculatura. Mientras la embarazada no aumente de peso, sus capacidades deportivas aumentan, aunque el embarazo deberá interrumpirse entre el tercero y el sexto mes (…) Estas prácticas pérfidas e inaceptables se realizan en todos los países, pero permanecen cuidadosamente escondidas" ("Doping sexual femenino", El Independiente, 8-7-88)
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****El PP acusa a Pumpido de mentir en el caso Bono. Solo en el caso Bono.
****Netanyahu rechaza la comisión "independiente" de la ONU Como que esas comisiones suelen ser independientes de la justicia.