Mario Onaindía fue, sin duda, un ex terrorista. Como lo fue Yoyes o lo es Teo Uriarte. O los numerosos polismilis que se integraron en el PSOE, un partido hoy colaborador abierto de la ETA, en el que Onaindía, cabe especular, se sentiría harto incómodo.
Pues bien, desde ese partido y sus terminales me presentan sistemáticamente como "ex terrorista", dando a la expresión el sentido de un estigma imborrable y olvidando convenientemente que en mis tiempos atacábamos a un régimen que ellos llaman tiranía genocida, y a unos policías a quienes ellos trataban de torturadores y pistoleros.
Pero ¿quiénes son estos héroes de la virtud democrática autoerigidos en jueces morales? Terrorista no es solo quien aprieta el gatillo o activa la bomba, sino también, y a menudo con mayor responsabilidad, quien pertenece a la organización asesina, sobre todo en cargos relevantes, o colabora con ella. Zapo, Rubalcaba y compañía desempeñaban cargos importantes cuando su partido practicaba el terrorismo desde el gobierno. Lo cual no ocurrió bajo una dictadura, sino en plena democracia, socavando y desacreditando a esta (por no hablar de la corrupción adjunta). ¿Cuándo protestaron Zapo y los suyos por tales actos? Participaron de ese terrorismo y corrupción, con clara responsabilidad.
El PSOE, por lo demás, tiene un viejo y amplio historial de terror que data al menos de la huelga revolucionaria de 1917, para desarrollarse con plenitud durante la república y en la guerra civil. Solo durante las dictaduras de Primo de Rivera y Franco prescindieron los socialistas de la violencia, en el primer caso porque colaboraron con el dictador, en el segundo porque no hicieron nada. Zapo y los suyos nunca han condenado ese historial. Al contrario, dicen sentirse orgullosos de él.
Fieles a esa tradición, estos personajes, han aplicado una política de colaboración, de indudable colaboración, con los asesinos etarras, algunos de cuyos detalles he tratado en otras ocasiones. Además de ofrecer a los pistoleros indemnizaciones y "memoria histórica", entre otros gajes, y de contribuir desde el poder al acoso a sus víctimas más directas.
Y estos personajes, tan poderosos como moralmente repulsivos, pretenden descalificarme repitiendo a coro una y otra vez, venga o no a cuento: "¡ex terrorista!". Todo porque he desbaratado en mis libros la mitología que aspiraban a institucionalizar como historia y en la que tratan de fundar su legitimidad política. Ofrecí un debate al respecto, porque nadie tiene la verdad absoluta, y la respuesta ha sido la censura e insidias como esta.
De ex terrorista me acusan los terroristas y admiradores de la cheka, y sus servidores mediáticos. A su modo, no deja de tener gracia.
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Las tiorrillas pretenden definir una nueva masculinidad. Como suena. Solo definen su feminidad. Inexistente o perturbada.
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Hablando de tolerancia
La democracia ha permitido mucha mayor libertad de expresión de la que había en el franquismo; pero dicha libertad y pluralismo eran mucho mayores bajo el franquismo (recuérdese la reacción de gran parte de la prensa ante la visita de Solzhenitsin) que la existente hoy en los medios izquierdistas-separatistas, a los que vemos pedir e imponer censura y tratar de silenciar a Jiménez Losantos. Lo cual vuelve a demostrar que España no ha tenido una izquierda democrática (ni identificada con su propio país, insistamos en ello).
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Gallardón, Rajoy y Fraga nunca dirán: "¡Olvidémonos de la matanza del 11-m y de las víctimas, que son cosas del pasado! ¡Corramos un tupido velo y aplaudamos la sentencia aunque no haya aclarado el motivo del acto ni de la fecha, ni el autor intelectual!". Dirán, en cambio: "¡Miremos al futuro!". Que significa lo mismo.
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(De Los personajes de la República vistos por ellos mismos, sobre la intentona revolucionaria de 1917, combinación de movimiento insurreccional y golpe militar):
"La huelga empezó el 13 de agosto. Hubo choques sangrientos en Barcelona, Madrid, Asturias, Bilbao y otros lugares, se multiplicaron los sabotajes y un descarrilamiento provocado causó numerosos muertos y heridos en Bilbao. Pero los militares, contra lo esperado por los rebeldes, se pusieron del lado de la legalidad. Los dirigentes revolucionarios, abandonados, presentaron luego los hechos como una provocación del gobierno contra una huelga pacífica. En realidad la huelga fue netamente revolucionaria, y de haber estallado con plena preparación habría resultado mucho más sangrienta o conducido a la guerra civil.
Suele afirmarse que la represión fue muy dura, y se destacan frases truculentas de algún general, pero los datos indican otra cosa. Oficielamente hubo 80 muertos y 150 heridos, menos que en la Semana Trágica barcelonesa, y Dato subrayó en el Congreso, sin ser desmentido, que el ejército sufrió bastantes más bajas que los revolucionarios.
Quizá hubo alguna decena más de víctimas. La policía tampoco hizo estragos. Largo Caballero cuenta su detención: "La noche del 15 de agosto nos disponíamos a cenar cuando llamaron a la puerta. Eran el Comisario y varios agentes. "Tengo orden de detenerlos, vénganse conmigo" "¿Nos permite usted cenar?", pregunté. Dudó un momento y contestó: "¡Bueno!". Se marchó, dejando con nosotros a dos agentes. Estando comiendo observé que uno de ellos se sonreía. No pude contenerme y le pregunté: "¿Por qué se ríe usted?". "Me río –contestó– porque comen ustedes como si no ocurriera nada".
No está claro por qué los revueltos militares de las Juntas defendieron el orden. Quizá porque sus fines, bajo frases regeneracionistas, eran puramente corporativos. Alcalá-Zamora apunta otra causa: "Mi impresión, confirmada por cuanto después he oído a los caudillos socialistas, es que en aquella huelga el problema social entró solo como un pretexto. En el fondo de aquellas aguas oscuras hubo un movimiento intervencionista [en la guerra mundial de entonces]. Precisamente por eso no prevaleció; porque contra sus esperanzas de coincidir con la otra agitación simultánea en el ejército, éste, que presintió la tendencia, combatió la huelga y ayudó para vencerla a un gobierno al que volvería a mirar con desdeñosa hostilidad tan pronto como pasó aquel peligro". Muchos, en efecto, creyeron que el motivo oculto de la revolución era arrastrar a España a la guerra europea, que pocos militares querían.
Sin embargo la derrota socialista fue todo menos decisiva. Tras unos meses de cárcel y el habitual indulto, los jefes insurrectos sentenciados a cadena perpetua estaban libres, y varios de ellos en las Cortes. Allí, en mayo de 1918, ya exigían cuentas por la represión. Un airado Dato les replicaba: "Los autores de un movimiento revolucionario que tenía por fin derribar el régimen, los que se lanzaron o lanzaron a los demás por caminos de perturbación, considerando que la amnistía no es el perdón sino la apoteosis del delincuente, vienen aquí a acusar a aquellos gobernantes que en los días negros y amarguísimo del mes de agosto tuvieron que defender el orden social. Vosotros, deteniendo proyectos de ley que a esas clases trabajadoras se refieren, habéis pasado sesiones y sesiones hablando ¿de qué? ¿De aquello que puede unirnos en una colaboración común tan indispensable en los momentos por que la Nación está atravesando? No; para sembrar aquí rencores, para establecer antagonismos, para continuar aquí la obra revolucionaria de que estáis encargados".