La Revolución francesa provocó en España verdadero espanto, desconcierto y retracción reformista, así como la caída sucesiva de Floridablanca y Aranda, y su sucesión por Godoy en el favor de Carlos IV y de su esposa la reina María Luisa. Viniendo Godoy de la nobleza inferior, suscitó el encono de los grandes, que desprestigiaron a la monarquía atribuyéndole una relación sentimental con la reina. A raíz de la ejecución de Luis XVI, la Convención francesa había declarado la guerra a España, y esta, después de algunos éxitos iniciales, fue invadida por Cataluña, Vascongadas y Navarra. Godoy, sintiéndose impotente, concertó la paz de Basilea en 1795, por la que España recobraba los territorios peninsulares, entregaba la totalidad de la isla Española (la parte de Haití ya estaba en poder de Francia desde 1697) y se aliaba de hecho con los revolucionarios contra Inglaterra. Por ello obtuvo títulos y honores, entre ellos el algo extraño de Príncipe de la Paz. Entonces la armada inglesa casi paralizó el tráfico con América y, en inferioridad numérica, desbarató en 1797 a la flota española cerca del cabo San Vicente, en la que se distinguió el almirante Nelson --después la flota inglesa se vio afectada por motines que esterilizaron la victoria--. España perdió la isla de Trinidad, en Venezuela, aunque rechazó a los ingleses de Cádiz, Puerto Rico y Tenerife; esta, en 1797, fue la única derrota de Nelson, que sufrió serias pérdidas, entre ellas la de su brazo derecho.
Luego, el Directorio francés negoció con Inglaterra sin molestarse en informar a Madrid, y Godoy fue despedido en 1798. En 1801 volvió al poder y a la alianza con Francia, dominada ya por Napoleón, quien le movió a invadir Portugal (Guerra de las naranjas) para desligarla de Gran Bretaña. España se quedó con la ciudad de Olivenza y los portugueses ampliaron Brasil a costa de territorios hispanos. Al año siguiente Francia e Inglaterra firmaron una paz que duraría un año. Godoy intentó mantenerse neutral, pero Napoleón le presionó sin consideración hasta hacerle declarar de nuevo la guerra a Inglaterra, a finales de 1804: los ingleses bloquearon de nuevo el tráfico hispano-americano y en 1805 desbarataron la flota española y la francesa en Trafalgar, victoria de Nelson que, de paso, perdió la vida.
Aquellos fueron años muy duros para España: en 1800 la mortífera fiebre amarilla se propagó desde Cádiz, y dos años de malas cosechas causaron hambrunas. Godoy había intentado proseguir las reformas ilustradas, pero el tiempo de ellas había pasado. Después de Trafalgar, España perdió su condición de gran potencia a todos los efectos. Pudo tratarse de un retroceso pasajero, pero no sería así.
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Durante esos años Napoleón se convirtió en el eje de Europa. Como general de la revolución había dirigido victoriosas campañas en Italia, y a lo largo de su carrera habría de enfrentarse a sucesivas coaliciones en las que participarían todas las grandes potencias y otras menores. Pese a su genio militar, en 1799 sufrió su primer gran revés en una ambiciosa expedición a Egipto, entonces dominio otomano: Nelson destruyó su flota y lo dejó aislado. Siguió hacia Siria y en Jaffa perpetró una matanza de prisioneros turcos y población civil. Por fin abandonó a sus tropas y volvió ocultamente a Francia, donde, tras derrocar al Directorio mediante un golpe militar, se proclamó primer cónsul y acabó con el régimen revolucionario. Los años siguientes, aparte de su contienda con Inglaterra, reformó la administración, mejoró la relación con la Santa Sede mediante un concordato y dio consistencia al nuevo poder mediante su famoso Código civil y otros códigos legales, que estabilizaban parte de las medidas revolucionarias. En el exterior, volvió a derrotar a los austríacos en Italia, y en 1801 exigió a Godoy la entrega de Luisiana, territorio cuatro veces más grande que España; pero, al no poder defenderlo frente a Inglaterra, la vendió en 1803 a Usa por una cifra irrisoria.
En 1804 se coronó a sí mismo emperador en la catedral de Notre Dame, con presencia de un intimidado papa Pío VII. Más tarde declaró hereditario el cargo y colocó a hermanos suyos a la cabeza de los países conquistados. Para acabar con la oposición británica planeó invadir la isla, pero la derrota de Trafalgar se lo impidió. No obstante, a los pocos meses ganaba por tierra la gran victoria de Austerlitz contra los ejércitos ruso y austríaco, e impuso una paz conveniente a Austria. Al año siguiente se impuso en Nápoles, fundó el reino de Holanda, adjudicándolo a su hermano Luis, y se erigió en protector de la Confederación del Rin. Ese año, 1806, volvió a derrotar una coalición entre Prusia y Rusia. En 1807 pactó con el zar Alejandro I la reducción del territorio prusiano y se apoderó del Gran Ducado de Varsovia. A fin de arruinar a Inglaterra, que bloqueaba el comercio marítimo, le declaró a su vez el bloqueo continental, tratando de que ningún país le abriera sus puertos. Impuso a España una nueva alianza para forzar a Lisboa a sumarse al bloqueo, y ofreció dividir Portugal en tres, entregando el Algarbe a Godoy, de modo que un ejército francoespañol ocupó el vecino país en 1807.
Napoleón usó la campaña de Portugal como pretexto para ocupar ciudades estratégicas y la capital de España, con propósito de extender hasta el Ebro la frontera francesa, recuperando en cierto modo la Marca Hispánica de Carlomagno. El pueblo español estaba cada vez más receloso e indignado, tanto por la presencia de tropas francesas como contra Godoy, a quien culpaba de los sucesos. El mismo Godoy pensó trasladar a los reyes a Cádiz para alejarlos del emperador y poder refugiarse en América, como había hecho la familia real portuguesa en Brasil. Los reyes marcharon a Aranjuez, pero allí, el 19 de marzo de 1808, parte de la población y los guardias reales se amotinaron, las casas de Godoy fueron saqueadas y él mismo se libró por poco de ser linchado. Detrás del motín estaban varios oligarcas resentidos porque Godoy aplicaba medidas para limitar su poder; y estaba Fernando, hijo y heredero de Carlos IV, que ya el año anterior había intentado derrocar a su padre y, al ser descubierto, había delatado a sus cómplices. En esta ocasión, Fernando consiguió que su padre abdicase, amenazándole en otro caso con la muerte de Godoy.
Se ha dicho que el motín de Aranjuez señala la entrada del pueblo español en la política, pero ello suena un poco exagerado. Se trató de una pequeña minoría de baja extracción social, manejada por personajes muy poco afines al pueblo llano, acelerando la descomposición de la monarquía.
Napoleón tomó buena nota de los hechos. Pretextando querer arreglar el conflicto entre Carlos IV y su hijo, llamó a ambos a Bayona de Francia, y los dos fueron obedientemente. Para entonces, los ánimos entre la población estaban harto caldeados, y en Vitoria la gente intentó impedir la marcha de Carlos, aunque la guardia francesa aseguró el paso. Para dar más bazas al emperador, también fue llevado Godoy a Bayona. Allí, Carlos IV fue intimidado para que cediera a Napoleón sus derechos al trono, y luego Fernando lo fue para que abdicase a favor de su padre. El derecho a reinar en España pasó a Napoleón, que lo cedió a su hermano José, el cual llegaría a Madrid el 20 de junio, e intentó ponerse en vigor una nueva Constitución, que afirmaba derechos ciudadanos, supresión de aduanas interiores y de derechos feudales. Pero entre tanto, el 2 de mayo había estallado en Madrid la insurrección popular contra el poder francés. La población, que hacía compartir a Godoy y a Carlos IV la responsabilidad por lo que pasaba, creyó ingenuamente que Fernando había sido secuestrado y que representaba la independencia de España.
Al igual que otros muchos dirigentes e intelectuales europeos, Napoleón pensaba que España, decaída profundamente y sin fibra moral para oponerse a sus proyectos, estaba madura incluso para ser sometida y desmembrada en parte; y la conducta de la casa real corroboraba esa impresión. Había preparado con máximo cuidado la infiltración de sus tropas y el debilitamiento del ejército español. Este contaba con unos cien mil hombres, estaba disperso en diversas guarniciones y sin liderazgo, pues muchos jefes no sabían qué hacer o pensaban obedecer a Napoleón. Parte de las mejores tropas, unos 14.000 del marqués de la Romana, había sido enviada a Dinamarca. Del país, descabezado política y militarmente, no cabía esperar grandes problemas, máxime disponiendo el emperador de un ejército magnífico, siempre victorioso sobre países de toda Europa.
Sin embargo, años después confesaría:
Esta maldita Guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia. Todas las circunstancias de mis desastres se relacionan con este nudo fatal: destruyó mi autoridad moral en Europa, complicó mis dificultades, abrió una escuela a los soldados ingleses... esta maldita guerra me ha perdido.
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El conflicto puede dividirse en tres etapas: los años 1808-9, los éxitos hispanos obligan a Napoleón a intervenir directamente, sin lograr resolver la situación. Luego, hasta 1812, la situación permanece indecisa, aunque las resistencias parciales y las guerrillas, convertirán a España en "un infierno" para el ejército francés. La tercera etapa, hasta 1814, es de derrota progresiva de los napoleónicos, ligada a su desastre en Rusia.
Tras el alzamiento madrileño, los franceses trataron de escarmentar a la población mediante una represión despiadada (Goya la plasmó en uno de los cuadros más conocidos de la historia), pero la revuelta cundió por el país y surgieron juntas provinciales y locales. La primera victoria española debió de ser la del Bruc o Bruch, cerca de Montserrat, el 6 y el 14 de junio, que cortó el paso de una columna francesa, y de donde surgió el relato del "tambor del Bruch". El 15 de junio comenzó el sitio de Zaragoza, mal guarnecida y fortificada, pero llave para el dominio del cuarto noreste de la península. Todo el pueblo afrontó el asalto de los franceses, los cuales pasaron a bombardear y destruir sistemáticamente la ciudad, antaño llamada la Florencia de España. Sitiadores y sitiados sufrieron bajas muy altas, pero Zaragoza resistió.
Entre tanto, el 19 de julio, el ejército francés de Dupont, con 21.000 hombres que marchaba a someter Andalucía, fue vencida en Bailén por el general Castaños. Fue la primera derrota importante de la Grande Armée, y tuvo máximo efecto estratégico: estimuló la oposición antinapoleónica europea y la formación de una coalición entre Viena y Londres. En España provocó el pánico en Madrid, donde entró Castaños mientras José I huía hacia Vitoria y los zaragozanos perseguían a sus ex sitiadores.
En agosto, Londres envió a Portugal tropas con Arthur Wellesley, futuro duque de Wellington, que batió a los franceses, aunque su éxito quedó neutralizado al permitir a los vencidos embarcar para Francia con todo su equipo. Por ello, los jefes ingleses fueron llamados a su país, dejando en la península a 30.000 soldados al mando de John Moore.
La entrada de Castaños en Madrid auguraba el triunfo hispano, pero las juntas, celosas entre sí, obstruían una acción concertada, perdiéndose semanas cruciales, mientras los ingleses permanecían pasivos en sus bases portuguesas. El 25 de septiembre se formó una Junta Suprema presidida por el anciano Floridablanca, y sus tropas alcanzaron el valle del Ebro y atacaron por Vizcaya. Napoleón estaba indignado: "Todo el mundo ha perdido la cabeza desde la infame capitulación de Bailén". Sus cálculos y maniobras para una fácil ocupación del país se habían derrumbado.
Cubiertas sus espaldas por una alianza con Rusia, Napoleón marchó en noviembre sobre España con 280.000 veteranos "los hombres de Austerlitz, Jena y Eylau" contra un ejército español de unos 80.000 hombres dispersos, mal coordinados y mandados. Salvo algún revés menor, los napoleónicos barrieron a los hispanos. El 4 de diciembre Madrid volvía a sus manos y José a reinar, mientras los británicos de Moore retrocedían para reembarcar en La Coruña. Sin embargo Austria, animada por la resistencia hispana y la perseverancia inglesa, amenazaba declarar de nuevo la guerra, por lo que Napoleón partió en enero para encarar el nuevo peligro, tras dominar casi toda la mitad norte de la península y creyendo que lo esencial estaba hecho. En mayo fracasó en Essling, pero a principios de julio se desquitó con una victoria aplastante en Wagram, liquidando así la coalición austro-inglesa, quinta de las alzadas contra Francia desde su revolución.
En España, los franceses iban a encontrarse con la novedad de que el ejército enemigo no se rendía y volvía a la carga una y otra vez, mientras en el terreno conquistado no les daban tregua las guerrillas. Y Zaragoza volvía a deslucir su brillante ofensiva. La ciudad, dirigida por el general Palafox, resistió del 20 de diciembre al 20 de febrero a 45.000 soldados con poderosa artillería. En un episodio destacó la barcelonesa Agustina Zaragoza. El mariscal Lannes, jefe del asalto, dijo no haber visto nada igual. "Las mujeres de dejan matar en la brecha. Es preciso el asalto casa por casa (...) La ciudad arde en estos momentos por cuatro puntos y llueven sobre ella bombas a centenares, pero nada basta para intimidar a los defensores. (...) Un asedio en cada calle, una mina bajo cada casa (...) Es terrible, la victoria apena". Quedó una ciudad arrasada, con más de 60.000 cadáveres de defensores y asaltantes. Los dos sitios de Zaragoza causarían conmoción en Europa. Algo semejante ocurrió en una ciudad menor, Gerona, donde también la población suplió la escasez de tropas en un primer asedio en junio-agosto de 1808 y después otro mucho peor, de siete meses, entre mayo y diciembre de 1809. El general Álvarez de Castro dirigió la defensa, y sus enemigos bombardearon la ciudad hasta que el hambre, las enfermedades y las penalidades extremas forzaron la capitulación. La ciudad perdió en torno a la mitad de sus habitantes.
Mientras tanto, en abril Wellesley había vuelto a Portugal mandando a 26.000 británicos, que subirían a 53.000, y a 50.000 portugueses. Emprendió algunas ofensivas menores, la principal de ellas sobre Talavera, con la cooperación poco afortunada del general español Cuesta, buen organizador pero mediocre estratega. La victoria, el 23 de julio, le resultó tan costosa que optó por retirarse y esperar tiempos mejores tras las dos sólidas líneas defensivas de Torres Vedras, que cerraban el paso a Lisboa, con las que esperaba parar, como así sería, los ataque franceses. Wellington criticó mucho la conducta de los españoles en Talavera, y estos se sintieron defraudados por la actuación tímida del inglés, pues creían haber podido avanzar sobre Madrid (una división española estuvo muy cerca de tomarla por su cuenta). Más tarde llegarían a Wellington tropas sacadas de una infortunada operación británica por Holanda.
A finales de 1809 los franceses se imponían. Dudando entre destruir a los ingleses o asegurarse Andalucía, optaron por lo segundo. Tal vez erraron desde el punto de vista estratégico, pero lograron así un éxito fácil: José fue recibido con inesperado calor por los andaluces. Su carrera triunfal quedó frenada en febrero de 1810 ante Cádiz, donde se habían refugiado tropas españolas. El asedio a la ciudad iba a durar dos años y medio, el más largo en Europa hasta hoy. Cádiz guardaba una significación peculiar: era la ciudad más antigua del Atlántico y, después de Sevilla, el mayor nudo comercial con América. Allí se afincarían pronto unas Cortes que aspiraban a definir el futuro de la nación.
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Durante la nueva fase de la guerra, los ingleses siguieron en Portugal y los franceses controlaron la mayor parte de España de Guipúzcoa al estrecho de Gibraltar. Control precario, pues las tropas españolas no dejaron de darles problemas, y las guerrillas, extendidas por casi todo el territorio, los enloquecían con sus constantes ataques. Francia debió mantener un costoso y enorme ejército de más de 300.000 soldados.
En 1810, España era el único país continental que resistía a Napoleón. Este había repudiado a su esposa Josefina para casarse con María Luisa, hija del emperador de Austria. Tal decisión, más su anexión de los estados papales, le enfrentó al papa Pío VII, a quien hizo secuestrar y trasladar a Francia, donde permanecería los siguientes cinco años. Pero el nuevo matrimonio atenuaba la tenaz oposición de las monarquías, que le trataban de usurpador sin legitimidad alguna. Parecía marchar viento en popa su designio de anexionarse Cataluña, Navarra y las Vascongadas. E Inglaterra, aunque dueña del mar, estaba arrinconada en Portugal y sufría los efectos del bloqueo terrestre.
Establecida la paz con Austria y Rusia, la solución del conflicto español parecía cosa de tiempo, quizá no mucho. Pero en 1811 todo se torció al emperador. Gracias al acuerdo con Francia, Rusia había ocupado Finlandia, pero la oligarquía rusa rechazaba el bloqueo continental, dada su necesidad de productos ingleses, deseaba hacerse con parte de Polonia, creía que Prusia estaba a punto de levantarse contra Francia, y se alió con los turcos. Tanto Rusia como Francia prepararon ataques mutuos, y el zar Alejandro recordó al embajador francés que España resistía a pesar de las derrotas.
Y a principios de 1812, Wellesley se sintió con fuerzas para la ofensiva. Capturó Ciudad Rodrigo y Badajoz, y el 22 de junio, coincidiendo con la declaración de guerra de Francia a Rusia, las tropas anglo-luso-hispanas ganaron cerca de Salamanca la batalla de los Arapiles, que obligó a los franceses a replegarse de Andalucía y Asturias (de Galicia se habían retirado antes). El 6 de agosto el jefe inglés entraba en Madrid, aunque la reacción enemiga le obligó a retirarse de nuevo hasta Salamanca y Ciudad Rodrigo. A principios de octubre fue aceptado desde Cádiz como generalísimo de todos los ejércitos peninsulares, con protesta y desagrado de muchos españoles.
Mientras, Napoleón avanzaba por las llanuras rusas con más de medio millón de soldados (dejaba unos 300.000 en España y 200.000 en el resto de Europa). A principios de septiembre ganó en Borodinó una de las más sangrientas batallas de la historia, y a mediados de mes entró en Moscú. El general Kutúsof, su enemigo, practicó una estrategia de tierra quemada y Moscú fue incendiada, dejando a los conquistadores sin suministros ni cobijo ante los fríos. A mediados de octubre Napoleón, alertado de conspiraciones en París, ordenó la retirada, quizá la más desastrosa de la historia, hostigada por guerrillas rusas, entre el frío, el fango y la nieve, hasta el revés final junto al río Beresina, a finales de noviembre. De los invasores solo volvió la décima parte.
Fue prácticamente el fin de Napoleón: Rusia, Prusia, Austria, Suecia y varios estados alemanes se concertaron contra él. Forzado a retirar contingentes de España para crear un nuevo ejército, dio a Wellington la ocasión de retomar la ofensiva. En junio de 1813 los peninsulares tomaron Vitoria a los franceses que escoltaban a José I en retirada, y en diciembre pasaban a Francia. Los franceses lograron reaccionar y parar a Wellington en Toulouse, pero para entonces ya habían perdido la guerra en Europa.
Entre tanto, Napoleón todavía había infligido reveses a sus numerosos enemigos, pero en octubre de 1813 era vencido decisivamente en Leipzig. Cinco meses después, el 30 de marzo, los aliados entraban en París y Napoleón abdicó. Volvería al poder por unos meses en 1815, para caer definitivamente el 18 de junio en Waterloo, ante Wellington y el general prusiano Blücher.
Las campañas napoleónicas movilizaron ejércitos gigantescos nunca antes vistos en Europa, próximos o superiores al millón de hombres, con bajas a tono y enormes destrucciones, las mayores, proporcionalmente, en España. La catástrofe resultó del proyecto de Napoleón de unificar Europa bajo normas, hegemonía y estilo franceses, al estilo de la pretensión de Carlomagno. Como se recordará, el rechazo a la idea imperial fundaría las naciones eurooccidentales, que determinarían el perfil y la posterior expansión de Europa. La idea de unificar Europa sería retomada en el siglo XX por Hitler y renacería después de la II Guerra mundial. De modo contradictorio, Napoleón basaba su aspiración imperial en la normalización de las ideas revolucionarias.
El mapa político europeo volvió a cambiar: Rusia mantuvo la ocupación de Finlandia y otros territorios, en particular gran parte de Polonia; el Sacro Imperio, tan fundamental en la historia europea anterior, finó definitivamente, quedando el Imperio austríaco, que daría lugar al austrohúngaro más adelante; Prusia se extendió hacia el este y hacia el oeste, y el resto de Alemania quedó como una confederación; Francia volvió a sus límites anteriores y dejó de ser la mayor potencia continental; Noruega, antes danesa, pasó a integrarse en Suecia; Holanda volvió a ser independiente, pero perdió a favor de Inglaterra gran parte de sus posesiones coloniales: Suráfrica, Malaca, Ceilán y Guayana; Inglaterra volvió a resultar la gran ganadora, y su posición como primera potencia del mundo, sustentada por su ventaja industrial, permanecería durante todo el siglo. En el continente se buscaría el equilibrio entre las potencias, con alianzas múltiples para evitar contiendas tan destructivas como las pasadas. Napoleón dejó su impronta en las legislaciones de muchos países y en la propagación de ideas revolucionarias, haciendo imposible la vuelta a la época de la Ilustración y del absolutismo monárquico.
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**** Blog. Una cosa es la relación de fuerza en una batalla y otra cómo se emplean las fuerzas. Lo esencial es siempre el modo como se emplean, en lo que intervienen la moral, la voluntad, el plan acertado o no del mando y el azar, a menudo también la capacidad de improvisación. En El Alamein, la relación fue la indicada en el blog anterior, si L. Hart no está equivocado (aparte de la escasez alemana de combustible y suministros). Contar las divisiones no es muy instructivo, porque el tamaño de ellas difiere según los países, y las alemanas, en general, estaban siempre por debajo, incluso muy por debajo, de la plantilla nominal. La ventaja anglosajona en hombres y material siempre o casi siempre fue muy superior a la rusa, y los éxitos rusos bastante superiores a los anglosajones. En general, los anglosajones procuraban sacrificar al menor número posible de soldados propios (también los alemanes), pero no tenían igual cuidado con los civiles, a los que masacraron sin contemplaciones. Es de esperar que manuelp, cuyos comentarios son siempre muy interesantes, no lo considere una característica de las democracias.
El desembarco de Normandía, a pesar de su inmenso despliegue, fue en realidad una batalla menor, incluso comparada con las de la Guerra civil española (unos 3.000 muertos militares), debido a que los alemanes fueron despistados sobre el lugar del desembarco. Los civiles víctimas de bombardeos fueron muchísimos más. Tal como se planteó la relación de fuerza fue de dos millones de aliados contra menos de medio millón de alemanes en condiciones precarias, aunque está claro que ni desembarcaron dos millones el día D, ni actuaron todas las fuerzas alemanas disponibles. El desembarco debe considerarse un proceso de varios meses, y el número total de tropas desembarcadas terminaría pasando de los tres millones. El 25 de agosto superaban ya los dos millones, y el número de alemanes en Francia pudo llegar a los 700.000, es decir, menos de uno a tres, y en condiciones de abastecimiento muy precarias. Pese a la muy desfavorable relación de fuerzas para los alemanes, al absoluto dominio del aire por los anglosajones y a su superioridad también aplastante en material de tierra (tanques, cañones, etc.), más algún grave error de Hitler, las operaciones en el norte de Francia no fueron en absoluto un paseo militar para los aliados.
No siempre fue así, pero en general la desproporción de poder material en la URSS fue menor en relación con los alemanes, y los éxitos soviéticos mayores a partir de Stalingrado (sin excluir reveses importantes, claro está).
La derrota de los más fuertes ha sido también frecuente en el plano estratégico. Los pueblos que se impusieron varias veces a China tenían mucha menos fuerza en hombres y técnica. Los mongoles no eran tantos como se dice, y destruyeron grandes imperios. Los árabes acabaron con los persas, acorralaron a los bizantinos... Los árabes que conquistaron la España visigoda eran muy pocos Las Trece colonias en Norteamérica eran mucho más débiles que la metrópoli. Francia perdió en Argelia y Usa en Vietnam. Los nacionales vencieron al Frente Popular partiendo de una absoluta inferioridad...
De todas formas, creo que el comentario sobre la guerra de independencia habría merecido más atención.