Podemos distinguir en el siglo XVIII dos grandes períodos: hasta 1775, comienzo de la Guerra de Independencia de Usa, y desde esa fecha hasta 1815, final de las guerras napoleónicas, cuando tomaron cuerpo consecuencias imprevistas de la Ilustración. En el primer período, lejos del ideal de paz perpetua, Europa sufrió dos grandes guerras de sucesión, además de la española: la polaca (1733-38) y la austríaca (1740-48), que, como la española, se generalizaron. En las dos tuvo España participación importante, como la tendría en la independencia de Usa. Menor incidencia tuvo sobre España la Gran guerra del norte, en el Báltico (1700-1721), y considerable la de los Siete Años (1756-63). Estas contiendas remodelarían los mapas políticos de Europa y América, de la India, acabarían provisionalmente con la expansión colonial francesa y definirían a Inglaterra como primera potencia mundial, mientras Francia, siempre rica y fuerte, caminaba hacia la revolución.
El peso de España como gran potencia, aunque secundaria, derivaba de su imperio (al igual, pero más acentuadamente, que ocurría con Holanda y Portugal), de su flota, que, una vez recompuesta, pudo rivalizar en ocasiones con la inglesa, y de su capacidad para obtener victorias en el viejo escenario italiano y en América frente a Inglaterra.
Del Tratado de Utrecht salió España estrechamente aliada a Francia, donde, desde 1715 reinaba Luis XV, sucesor del Rey sol. En 1733, ante la Guerra de Sucesión polaca, ambos países firmaron el primer Pacto de familia, dirigido contra los Habsburgos, que querían imponer a Augusto III, su candidato en Polonia y se vieron poco asistidos de sus aliados Inglaterra y Holanda, aunque contaron hasta cierto punto con Rusia. Al final se impuso el candidato de los Austrias; Polonia quedó constreñida entre sus potentes vecinos; Francia ganó la Lorena y España recobró indirectamente las dos Sicilias (la isla y Nápoles) que había cedido a Austria en Utrecht, y que quedaban gobernadas por el futuro Carlos III, hijo de Felipe V. Rusia fue reconocida como gran potencia.
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El arreglo final, en 1738, no trajo la paz a Centroeuropa. Dos años después, mediante una "pragmática sanción", la ley sálica, que prohibía reinar a mujeres, fue abolida en Austria, a favor de María Teresa, hija del emperador Carlos VI. Prusia y Francia juzgaron inválida la medida para, con tal pretexto, debilitar aún más a los Habsburgo, originando una nueva conflagración europea que opuso a Inglaterra, Rusia, Holanda y Austria contra Francia, Prusia, Suecia y España.
Para España, el conflicto tuvo principalmente carácter naval contra Gran Bretaña, que miraba las posesiones españolas en América como un botín que podría caer en sus manos, como había ocurrido con buena parte del Canadá francés. Muerta la reina Ana en 1714, sin descendencia, fue llevado al trono el príncipe alemán de Hannover Jorge I, que no se molestó en aprender inglés, pero reinó hasta 1727. Apenas nombrado, hubo de aplastar una rebelión jacobita en Escocia (unos rebeldes fueron ejecutados y otros enviados como esclavos a las colonias). Una nueva rebelión en 1719 dio pie a un intento de invasión española, desbaratado por los temporales: solo 300 soldados hispanos arribaron a Escocia, y fueron vencidos junto con los highlanders. Fue la última presencia de tropas extranjeras hostiles en Gran Bretaña. Con Jorge I decreció la intervención directa del rey, siendo el primer ministro Robert Walpole, propicio al entendimiento con España, quien dirigió la política. El nuevo rey, Jorge II, también nacido en Alemania, y el Parlamento, deseaban la guerra con España, con vistas a apoderarse de parte de América, y Walpole se vio arrastrado al conflicto.
Desde Utrecht, los ingleses tenían autorizado un "navío de permiso" anual para comerciar con la América española, pero practicaban contrabando en gran escala y piratería. Según Londres, desde 1713, habían perdido los ingleses 331 barcos a manos de los guardacostas españoles, y capturado a su vez 231 barcos hispanos; los datos de Madrid, acaso más fiables, reducían la cifra a 186 ingleses y 25 españoles capturados. El motivo para la guerra fue insignificante: un capitán inglés contrabandista, llamado Jenkins, había sido capturado en 1738 por un capitán español llamado Fandiño, quien le cortó una oreja advirtiéndole que otro tanto haría a su rey si lo pillase en la misma faena. So pretexto de vengar la afrenta, el reputado almirante Vernon marchó al Caribe en 1740 y saqueó la ciudad panameña de Portobelo, una base de las flotas a España. El éxito desató la euforia en Londres, donde hubo celebraciones, quedó medio oficializado el himno God save the king, se compuso el no menos famoso Rule Britania, y se nombró Portobello una calle de Londres. Al año siguiente, se preparó una acción a escala nunca vista: Vernon, con una escuadra estimada en 186 barcos y 23.000 hombres, incluyendo macheteros esclavos, atacaría Cartagena de Indias, centro neurálgico del Imperio español y de su comercio, mientras otra flota menor, al mando del no menos distinguido almirante Anson, debía atacar las apenas protegidas posesiones españolas de la costa americana del Pacífico y tomar, en tenaza con Vernon, el istmo de Panamá. La escasez de fuerzas españolas en Cartagena (seis buques y 3.600 hombres, entre hispanos e indios), hacía la victoria más que razonablemente segura, y en Londres se acuñaron medallas con las inscripciones Los héroes británicos tomaron Cartagena el 1 de abril de 1741, y La arrogancia española, humillada por el almirante Vernon.
La empresa tendría menos éxito del que parecía lógico. La flota de Anson pronto sufrió mermas por deserciones, naufragios y escorbuto. Tras un saqueo menor, renunció a su misión y con un solo barco merodeó por el Pacífico. Dos años después Anson tuvo la suerte de capturar el galeón de Manila, acción que le hizo rico de por vida.
Peor le fue Vernon. En Cartagena le aguardaba el mejor marino español de la época, el guipuzcoano Blas de Lezo, que parecía conservar el espíritu de los conquistadores. A la intimación de Vernon, replicó que de haber estado él en Portobelo habría sabido castigar su "cobardía", y demostró que no era una simple jactancia, pues, empleando sus débiles fuerzas con ingenio y previsión, repelió el desembarco inglés. Vernon hubo de contentarse con bombardear la plaza desde el mar durante semanas, con malas consecuencias, pues la fiebre amarilla hizo presa en sus tripulaciones, y por fin tuvo que retirarse tras haber perdido hasta 50 naves y 6.000 hombres. Fue una de las peores derrotas de la Royal Navy, y la decepción en Londres estuvo al nivel: las autoridades prohibieron hablar o incluso historiar el suceso, que quedó oficiosamente reducido a la guerra de la oreja de Jenkins. Solo una mente muy disparatada, y ciertamente no era el caso, habría lanzado tal ofensiva por una oreja y un nimio asunto de contrabando, o por "humillar" a España. El objetivo, sin duda mucho más vasto, habría estrangulado el Imperio español, y lo que importa es que este quedó a salvo por cerca de un siglo. La estrategia británica se haría más indirecta, subvencionando a criollos opuestos a España.
Blas de Lezo, salvador del imperio en la ocasión, llamado Medio hombre por haber perdido una pierna, un brazo y un ojo en sus arrojadas acciones, combinaba un ingenio, energía y acometividad poco frecuentes. Durante la Guerra de Sucesión había capturado o destruido numerosos barcos británicos y burlado sus bloqueos. En 1732 tuvo una gran participación en el recobro de Orán, que habían tomado los otomanos aprovechando la Guerra de Sucesión, y destruyó bases de piratas berberiscos. Pese a sus hazañas ha estado casi olvidado en la historia española durante más de dos siglos.
Mientras proseguía este conflicto, relacionado con la sucesión de Austria, en 1743 se firmó el segundo Pacto de Familia. En 1744 una débil armada española al mando de Juan José Navarro rechazó cerca de Tolón a una inglesa muy superior en número y artillería, causándole graves daños; la francesa solo actuó cuando la inglesa retrocedía. El almirante inglés Matthews y otros oficiales serían juzgados y destituidos, así como el jefe francés al protestar Navarro por su tardía intervención. Los navíos españoles hostigaron e hicieron bastantes capturas a los británicos, demostrando que el país, hasta poco antes despreciado en el mar, volvía a ser una fuerza temible. Navarro fue un buen matemático e inventó un código de señales que adoptaría la marina francesa.
La Guerra de Sucesión de Austria terminó en 1748, siendo su resultado mayor la confirmación de Prusia como gran potencia centroeuropea y atractora del nacionalismo alemán, bajo Federico II el Grande. Francia, que había albergado aspiraciones de hegemonía europea, no sacó prácticamente nada, y España solo algunas ganancias indirectas en Italia. Fue una guerra casi sin vencedores ni vencidos.
La paz, insatisfactorio para casi todos, abocaría en 1756 a la más sangrienta Guerra de los Siete Años. Su núcleo fue una guerra civil germana por la rica provincia de Silesia, arrebatada por Prusia a Austria; como las anteriores, pero con mayor intensidad, afectó a América, la India y otros territorios y mares. Por ello se la ha considerado a veces como primera guerra mundial, calculándosele la desusada cifra de sobre un millón de muertos en combate. El rey prusiano Federico demostró gran talento militar, pero acosado por Austria, Rusia, Francia y Suecia, perdió Berlín en 1759 a manos de los rusos, y en 1762 estaba al borde de la catástrofe. Le salvó in extremis el fallecimiento de la zarina Isabel I, cuyo sucesor, Pedro III, concertó la paz con Federico y procuró la retirada de Suecia. Cambió así la marea bélica, pero los contendientes estaban exhaustos y acordaron una paz que dejaba en Europa las cosas casi como estaban, salvo que Prusia, un año antes al borde del colapso y quizá de la desaparición, salía reforzada y dueña de Silesia. La mayor ganadora fue Inglaterra, que ayudó a Prusia, expulsó a Francia de casi todas sus posesiones coloniales en Canadá e India, quedando como primera potencia colonial, y recuperó Menorca, que le habían quitado los franceses.
Madrid había intentado arbitrar entre París y Londres, pero la agresividad inglesa le empujó a firmar el tercer Pacto de Familia, en 1761. La flota británica había sufrido una enérgica depuración y correcciones después de sus malos rendimientos en décadas anteriores, y en 1762 ocupó La Habana y Manila. Las devolvió por la paz de París, pero retuvo Florida, parte de Honduras y el derecho de navegación por el Misisipi. España hubo de evacuar el norte de Portugal y la colonia de Sacramento, frente a Buenos Aires, objeto de conflictos desde tiempo atrás; y recibió de Francia la enorme y apenas dominada Luisiana con capital en Nueva Orleáns, por evitar su caída en manos inglesas.