Un sufrimiento característico es el derivado de la vejez, tanto sentida como vista. El espectáculo de la decrepitud en una residencia de ancianos impresiona a la persona aún sana y joven más que el de un hospital, pues en éste el sufrimiento proviene de accidentes o enfermedades, que pueden tocarle a uno o no, mientras que en el asilo nace de la propia naturaleza (llamémosla así, confianzudamente, como si supiéramos qué o quién es esa señora), y es un destino ineluctable, salvo que otras causas acorten la vida. Se nos hace difícil imaginar a aquellos ancianos como fueron hace unos años, acaso fuertes, ágiles y en plenas facultades mentales; o en su niñez, y cuáles habrán sido sus biografías. Ciertamente no todas las personas envejecen igual, pero la impotencia creciente es su rasgo inevitable. Frente a las personas que allí vemos juntas, unidas por la vejez, a menudo por la soledad, pues muchos apenas hablan entre sí –por tedio o por simple impedimento físico–, reaccionamos o bien evitando pensar, o haciendo un esfuerzo mental de aceptación nunca del todo convincente.
La sensación aumenta cuando es la propia vejez la que llega. Los romanos estimaban su llegada en torno a los sesenta años, y en realidad así es. Aun si uno mantiene la salud, a esa edad toma conciencia de que, en el mejor de los casos y como media, no le quedan más de veinte, con suerte treinta años de vida, y con salud decreciente. Bien lo expresaba el segundo Eugenio de Toledo, uno de aquellos brillantes obispos de época visigótica, en su Lamento por la llegada de mi vejez: "Los tiempos felices huyen y los malos se imponen / males de todas clases se acercan y los bienes huyen volando / Llora, mísero Eugenio: la detestable enfermedad se apresura / La vida pasa, el fin viene presto, la ira del cielo se cierne / y he ahí, llamando a la puerta para entrar, al mensajero de la muerte".
Se entienden reacciones como las de los vikingos, que preferían la muerte en combate, en plenitud de fuerzas, a "la muerte de buey", de pura ancianidad. Elección harto cruda, en todo caso.
Parece no quedar otra opción que compensar esa consciencia fijando el ánimo a cosas más alegres. Como también escribía Eugenio: "Tu voz, ruiseñor, anima a hacer canciones / por eso mi pobre lengua entona tus alabanzas (...) / Tu voz se eleva con admirables notas sobre el viento sonoro / Tu voz, ruiseñor, aleja la semilla de la preocupación / aligera el angustiado corazón con suaves sonidos...
Pero queda la imploración a lo imposible: "Prolonga el convite de dulce música a los oídos atentos / no quiero que calles, no quiero que calles".
(Digamos de pasada que los versos de Eugenio y otros fueron muy apreciados e imitados en la Europa carolingia y en la Inglaterra de Alcuino)
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"El PSOE de Meliana se abstuvo en la votación del homenaje a la pequeña Silvia",
niña asesinada por la ETA.
Normal, una vez más, bajo este anormal e ilegal gobierno. El PSOE es afín a la ETA y a las chekas, no a sus víctimas. Para aquellas el diálogo, el dinero, la ley amañada y la tolerancia. Para estas la humillación y el silencio. Siempre fue así, para los que no hayan perdido la memoria ni la facultad de ver lo que pasa ante sus narices.
**** La grotesca mendicidad internacional de Zapo. Pero, como hacía decir a Sherlock Holmes su autor, lo grotesco suele acompañar a lo trágico.
**** "Plataformas por la libertad lingüística denuncian las cesiones de PP y PSOE"
No cesiones: complicidad de los hedonistas o hediondistas ¿Qué ha hecho el PP en Galicia o en Valencia y Baleares? Cualquier día veremos a Arenas, ese gran homenajeador de Blas Infante, promoviendo el "andalú" en las escuelas.
**** "Desde el primer asentamiento de los europeos en el Nuevo Mundo, Estados Unidos se convirtió en un imán para las personas que iban en busca de aventuras, huían de la tiranía o, simplemente, intentaban conseguir una vida mejor para sí y para sus hijos".
La realidad no fue tan sencilla y bonita. Durante mucho tiempo gran número de inmigantes llegaron con contratos leoninos o engañosos que les sometían a una auténtica esclavitud. Me refiero a los blancos, no a los negros. No pasemos de una beatería a otra.
**** Dice Rajoy que no es el momento de pasar factura por los errores de Zapo. ¿Cómo va a pasar factura el individuo de la nena angloparlante, falso opositor y copartícipe en las fechorías del "errado"? Ni ahora ni nunca.
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"Don Juan, pensando que la agresión a España estaba próxima, acababa de romper con el Caudillo dos días antes: "V. E. es uno de los contados españoles que creen en la estabilidad del régimen nacional-sindicalista; en la identificación del pueblo con tal régimen, en que nuestra Nación, todavía no reconciliada, tendrá fuerzas sobradas para resistir los embates de los extremistas al término de la guerra mundial y que V. E. logrará por medio de rectificaciones y concesiones el respeto de aquellas Naciones que pudieran haber visto con disgusto la política seguida (...) Estoy convencido de que V. E. y el régimen que encarna no podrá subsistir al término de la guerra, y que, de no restaurarse antes la Monarquía, serán derribados por los vencidos en la guerra civil". A continuación se contradecía: "Para impedir tan trágico futuro, es preciso (...) algo que no sea ni el totalitarismo de V. E. ni la vuelta de una República democrática, antesala del extremismo anarquista; y esa solución la constituye solamente la Monarquía Católica Tradicionalista". Solución querida, a su entender, por la mayoría de los alzados en julio del 36. Con nueva contradicción calificaba al régimen de "incompatible con la esencia misma de la Monarquía, que ha de ser genuina y absolutamente nacional y para todos los españoles". Se veía obligado, en fin, a "dar a conocer a España y al mundo la total insolidaridad de la Monarquía con él [régimen]".
El día 28, hablando a La Prensa de Buenos Aires, iba más allá: "Siempre quise que el cambio imprescindible y anhelado por la inmensa mayoría de los españoles se efectuara sin violencia", pese a lo cual, "No se puede suprimir el peligro cierto que para el pacífico futuro de España representa la perduración de un régimen cuya esencia misma no puede ser cambiada". Estas frases sugerían aceptación y aun apoyo a la invasión, y afligieron a muchos monárquicos. El propio Don Juan quiso aguar un vino tan fuerte en un nuevo telegrama a Franco. El cual respondió: "Vuestras declaraciones con vistas a agradar al exterior han causado por el contrario en España penosísima impresión (...) España no está dispuesta a consentir que con motivo de la general contienda puedan desvirtuarse los frutos de la victoriosa Cruzada y defenderá por todos los medios, sin contar los días ni los años, nuestra soberanía hasta el último hombre".
Poco después remitía al pretendiente una carta más cortante: "Si el 18 de julio, sin apenas medios, preferimos tantos españoles la loca aventura de lanzarse a la muerte para salvar a España, aun a costa de sensible sangre española, imaginaos lo que haríamos hoy para impedir que por ambiciones personales o por imposiciones o intrigas extranjeras se intentara poner en peligro lo que tanto ha costado"; y apuntaba a "lo poco arraigado de vuestras convicciones", al elegir un camino que "solo os podría conducir, en un eventual momento de desgracia de España, que Dios y los españoles no han de permitir, a llegar a ser un rey efímero de una monarquía estilo griego (...). Nada tema Vuestra Alteza de los vencidos de ayer. No los temimos cuando eran la legalidad, tenían todo el oro, los medios nacionales y el apoyo extranjero (...) ¿Cómo los vamos a temer hoy cuando el Ejército entero (...) la Falange con más de un millón de militantes, los católicos y todos los poderosos medios de un Estado están leales y firmes en nuestra manos, e incluso los que ayer les seguían forman cada día en mayor número en las filas de los convencidos?". La ruptura quedaba firmada.
¿Hubo realmente peligro de invasión? Ni Hoare ni Hayes dicen palabra al respecto, y tampoco ha aparecido documentación aliada en tal sentido. Pero los temores españoles tenían lógica. Londres y Washington rompían las solemnes garantías de seguridad y no injerencia dadas un año antes, y el volframio, como el telegrama a Laurel, sonaba a pretexto. El comercio del mineral entraba en los derechos de los neutrales. Portugal, que lo exportaba al Reich en mayor cantidad, no recibió amenazas semejantes; ni Suecia o Suiza, cuyos servicios al esfuerzo bélico alemán eran incomparablemente más valiosos. En cuanto al embargo de petróleo, tenía, además del demoledor efecto económico, otro de obvio alcance estratégico, pues un ejército a duras penas funcionaría sin gasolina, de la que quedaban a España reservas para pocos meses, racionándola al máximo. Sin esa perspectiva, Don Juan difícilmente hubiera osado aquella ruptura.
Con todo, la invasión no ocurrió. La explicación de Suárez, La Cierva, Platón o Ansón es que Stalin rechazó de plano el proyecto. El soviético deseaba cuanto antes el ataque por el norte de Francia, decidido en Teherán; y después del empantanamiento de la ofensiva aliada en Italia, una nueva aventura por una España probablemente difícil de someter, solo habría acarreado nuevos retrasos. Que Stalin hubiera evitado a España una prueba semejante constituiría una nueva paradoja de esta guerra, tan pródiga en ellas. Sin embargo no parece haber existido un plan real de invasión useña
* El historiador Miguel Platón escribe: "Ante el freno de la progresión aliada en Monte Cassino, el general norteamericano George Strong suscribió un plan que proponía establecer un nuevo frente desde la península Ibérica. La sugerencia había partido de su jefe de inteligencia, el coronel William J. Donovan, un amigo del presidente Roosevelt". La batalla de Montecasino había comenzado el 4 de enero, pero los avisos de Mountbatten venían de antes. Sobre el plan de invasión y su rechazo por Moscú, Franco leería en 1949 dos telegramas secretos del Foreign Office y del Kremlin, pero su lenguaje extravagante en términos diplomáticos los hace poco creíbles.
(De
Años de hierro).