Se viene insistiendo mucho en la derrota electoral de Rajoy, como si ahí radicase el problema. Nada de eso. Supongamos que hubiera ganado las elecciones, simplemente porque el número de personas angustiadas y hartas de Zapo hubiera sido de unos cuantos cientos de miles más. Ello no alteraría el hecho de que su oposición al gobierno ha carecido totalmente de iniciativa, de ideas y de energía. Peor aún, ha seguido en la práctica la política de Zapo, contribuyendo al proceso de balcanización de España, entre otros desmanes. Como he insistido en el blog, mucha gente se obstina en creer que Rajoy defiende, aunque sea torpemente, unos valores que en realidad no defiende de ningún modo. Y si no los defiende es porque no los cree relevantes, no por estar acomplejado. Desde luego no se opone a la unidad de España y a la Constitución, en realidad simpatiza con ellas, pero no les da un valor especial, pues lo que cuenta para él es la economía, las hipotecas y la nena angloparlante. Lo demás le suena a música celestial, poco útil para ganar el poder. Y por eso colabora, de hecho, con la política de Zapo. Y como él, con unos u otros matices, Gallardón, Arriola, Soraya, Rato, Arenas, Camps, Fraga (el amigo de Castro, el entreguista de la enseñanza a los nazionatas, el que combatía al franquismo "desde dentro"…) y bastantes más.
Son una minoría en el PP, seguramente, pero esa minoría tiene la sartén por el mango ante la pusilanimidad e indecisión de sus oponentes. Pena lo de Esperanza. Dice que ha sido la primera mujer ministro de educación, la primera mujer no sé cuántas cosas más, y que con eso ya le basta. Qué se puede esperar de alguien así. A ver si ahora salen otros con un poco más de sentido del deber, pues de eso se trata, y ella, por lo menos, deja de enredar, porque no está claro a quién apoyaría (ella insiste en que a Rajoy).
Así pues, si Rajoy hubiera ganado el poder –no ha estado tan abismalmente alejado de ello– ¿qué habría hecho? Enmendar su política anterior con la autoridad de los votos, suponen los ingenuos. En realidad habría seguido con más ímpetu la línea de la nena angloparlante, porque la consideraría respaldada por los ciudadanos. ¿Y cómo saber si los votantes le respaldaban o, como creemos otros, él usurpaba la voluntad de unos votantes anti-Zapo y autoengañados –en el blog hay constancia– sobre la significación política de los rajoyanos? Pero a estas alturas esos votantes no pueden decir que Rajoy les engaña o les ha engañado: se han engañado y se siguen engañando ellos solos.
La ventaja es que, habiendo perdido las elecciones, los rajoyanos se encuentran débiles. Y que el congreso da opción a otras salidas, a un cambio democrático y sin demasiados traumas, y de paso a la exposición de una alternativa clara y razonada, sin histerias, ante la opinión pública. Una ocasión de oro que los pesos pesados de antaño parecen dispuestos a perder, guiados por no se sabe qué temores fantasmagóricos. Y el tiempo apremia.
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De un viejo artículo:
"Las prédicas antiespañolas han tenido un terrible efecto desmoralizador, porque han sabido revestirse con el manto de la democracia y la libertad, sin haber recibido en muchos años una réplica a la altura, sino más bien un medroso silencio. De ahí la gravedad alcanzada por el problema del nacionalismo vasco, y por otros problemas. No es la primera vez que pasa, ni ha pasado sólo en España. Antes de la II Guerra Mundial, la mayoría de los universitarios ingleses, según las encuestas, no estaba dispuesta a defender a su país, lo cual hubo de animar mucho a Hitler. Después las cosas siguieron otro curso, pero sin duda aquella ola antipatriótica y pacifista contribuyó al desencadenamiento del horror. Confiemos en que aquí la reacción se produzca más a tiempo".