Para justificar su felonía, el tal Arenas ha invocado no sé qué asamblea de orates “andalucistas” promovida por el orate mayor Blas Infante. Si el PP no estuviera en estado semicatatónico, habría expulsado inmediatamente a Arenas. Claro que tampoco habría entrado en la carrera por disgregar a España mediante estatutos secesionistas mientras proclamaba pomposa y vanamente lo contrario. Un proceso inducido por los asesinos de la ETA y diseñado para complacerles, mientras Rajoy ofrecía a Zapo un grotesco apoyo para “no pagar precio político” a los terroristas. Pero ¿qué más precio político? (Otra cosa es que los terroristas se conformen. Saben que tienen la sartén por el mango, se lo ha cedido Zapo, y exigen más y más). Luego vienen los estatutos de Valencia y Baleares, ahora el de Andalucía y próximamente el de Galicia. Nuevas naciones de pacotilla para satisfacer las ansias infinitas de dinero y poder de unos hampones políticos.
El PP va hacia la bancarrota. La cuestión es si habrá en su seno todavía fuerzas suficientes para regenerarlo. El esfuerzo de algunos de los suyos en el Parlamento europeo, logrando casi igualar la votación contra la ETA a la votación proetarra de las disciplinadas falanges socialdemócratas, prueba que no todo está perdido. Pero las perspectivas no son nada halagüeñas.
Vuelve a ser tan cierto como en la república aquel dictamen de Azaña: “¿Tendremos que resignarnos a que España caiga en una política tabernaria, incompetente, de amigachos, de codicia y botín, sin ninguna idea alta?". Pero no. No nos resignaremos.
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Fue significativo el nacionalismo andaluz, promovido por un notario malagueño, Blas Infante, pergeñador de una doctrina en nada desmerecedora de las de Arana o Prat. Aspiraba Infante a “vivir en andaluz, percibir en andaluz, ser en andaluz y escribir en andaluz”. No llegó a escribir mucho en ese curioso idioma, pero descubrió que “el lenguaje andaluz tiene sonidos los cuales no pueden ser expresados en letras castellana. Al alifato, mejor que al español, hay necesidad de acudir para poder encontrar una más exacta reproducción gráfica de aquellos sonidos”. Estas peculiaridades, “influjos clásicos de una gran cultura pretérita”, obligaban a estudiar la conveniencia de “reconstruir (sic) un alfabeto andaluz” para separarlo del “español”, aunque entre tanto fuera preciso “valernos de los signos alfabéticos de Castilla”.
A juicio de Infante, la historia de su región había sido muy mal contada, debido a intereses bastardos que intentaban disimular su realidad nacional. Andalucía habría sido nación en tres ocasiones: la protohistórica Tartesos, la Bética del imperio romano y la Al Ándalus musulmana. Después habrían llegado la miseria y la opresión españolas. De aquellos tres momentos, el más interesante era el tercero, por más reciente: en la “comprensión” del período andalusí debía descansar la recuperación de la “conciencia” andaluza. De modo parecido a Arana, diseñó para su “nación” un escudo y una bandera verde y blanca, colores de los omeyas y los almohades respectivamente.
Ante las burlas y quejas, Infante exclamó: "¡Qué gobierno, qué país! ¡Llegar a sentir alarma ante el flamear de una bandera de inocentes colores, blanca y verde! Le hemos quitado el negro como el duelo después de las batallas y el rojo como el carmín de nuestros sables, y todavía se inquietan”. ¡Un inocente, el buen Infante! Y lo del “carmín de nuestros sables” está sin duda muy logrado. Su fervor por Al Ándalus le llevó a peregrinar a Marruecos en pos de la tumba del rey de la taifa sevillana Al Motamid, y a escribir dramas en honor de él y de Almanzor, enalteciendo las glorias árabes.
De acuerdo con esas ideas, y remitiéndose al principio de autodeterminación, escribía en un manifiesto, el 1 de enero de 1919: “Sentimos llegar la hora suprema en que habrá de consumarse definitivamente el acabamiento de la vieja España (…) Declarémonos separatistas de este Estado (…) Avergoncémonos de haberlo sufrido y condenémoslo al desprecio. Ya no vale resguardar sus miserables intereses con el escudo de la solidaridad o la unidad, que dicen nacional”
Su modo de pensar evolucionó, y contrapuso al “principio de las nacionalidades” de Wilson, ajeno al espíritu andaluz, creía él, un “principio de las culturas”, más revolucionario a su juicio. Pues sentía inclinación por el anarquismo, y le caían en gracia sus ataques al estado (Andalucía era, con Cataluña, la región de mayor influencia anarquista). Inventó un himno andaluz cuya letra exigía “tierra y libertad”, un poco al estilo ácrata. Pero el mensaje de Blas Infante tuvo escasa trascendencia en la historia española. Al menos hasta ser resucitado, ya a finales de los años 70, y declarado el hombre, oficialmente “Padre de la patria andaluza”. Nada menos.
(En Una historia chocante. Los nacionalismos vasco y catalán en la España contemporánea)