Peor que cuando Felipe González quiso ponerse al frente de la manifestación contra la corrupción, ¿recuerdan? Ahora Zapo exige a la oposición apoyo incondicional a su política “antiterrorista”. Decididamente, este sujeto es un perturbado. Pero tiene a su favor la pleitesía de los politicastros peperos. Rajoy no ha cesado en estos años de ofrecer su ayuda al PSOE, y ha insistido en su oferta cuando la ETA, que nunca estuvo en tregua, decide asesinar más. ¡Y ya lo creo que le han dado ayuda! Los estatutos de autonomía. El abandono de la Constitución. No olvidemos los hechos tras las palabras, o los politicastros no dejarán de burlarse de la sociedad indefinidamente.
Bastante gente insiste en que lo importante es “que gane el PP”. Nada más erróneo y peligroso. Lo importante es que gane la democracia española. Y el PP de Rajoy, lamentablemente, ha demostrado no ser garantía de ello. En absoluto.
---------
Quiebra de la historia progresista
A veces me ha desconcertado la cuestión de algunos lectores de mis libros: “Usted dice unas cosas, y los otros dicen otras. ¿Cómo podemos saber quién tiene razón?”. Un indicio bastante fuerte: esos “otros” han pedido la censura y centrado el debate en ataques personales, sin haberme rebatido en nada importante. Pero no pasa de ser un indicio. Para clarificar los criterios que permiten decidir sobre el valor de estos libros de historia he escrito “La quiebra de la historia progresista. En qué y por qué yerran Beevor, Preston, Juliá, Viñas, Reig”, etc. Dedicado, sobre todo, a estudiantes y profesores de historia. El domingo por la mañana espero poder firmar ejemplares en la Feria del Libro.
---------
La ignorancia, qué problema
Observen ustedes estas expresiones de Sam Harris: hay que cultivar los ángeles, es decir, “lo mejor de nuestra naturaleza: razón, honestidad, amor”; y deben rechazarse los demonios: "la ignorancia, el odio, la codicia y la fe”, siendo la fe “el príncipe de los demonios”.
Si excluyen lo de la fe, esto viene a coincidir con la religión, al menos la cristiana, si bien expresado con tosquedad infantil. ¿Por qué, entonces, intenta liquidar la fe este señor? Es algo contradictorio y arbitrario. Debiera decir: como las recomendaciones de la fe coinciden con las de la ciencia (suponiendo que la ciencia pueda recomendar tales cosas), la fe es positiva y conveniente o, en el peor de los casos, neutra. En cambio él la considera por las buenas el príncipe de los males. Suena al curandero empeñado en desacreditar a la competencia.
Suponiendo, repito, que la ciencia –tal como la conciben Harris, Pinker y demás– pueda decidir tales cosas. ¿Acaso la ciencia no descubre en la vida corriente y en la historia humana una gran cantidad de codicia, odio, e incluso fe? Obviamente esas, digamos, cualidades, han de estar en nuestro cuerpo, en nuestro cerebro, no pueden ser de ningún modo un producto espiritual. ¿Con arreglo a qué criterio científico podemos descartarlos como "malos" o ponderarlos como buenos? Se trata de hechos naturales, como los colmillos en los felinos, y no hay más. Por no entrar en disquisiciones sobre amor a qué o a quién, odio a qué o a quién, o las virtudes públicas de la codicia privada, etc. No hay fantasma en la máquina; la máquina es todo, y es simplemente así. Desde un punto de vista científico convencional el odio, la codicia y tantas otras cosas no son virtudes ni vicios (conceptos ajenos a la ciencia) sino manifestaciones de la evolución.
Casi resulta peor la arrogante descalificación de la ignorancia. Cualquier individuo es inmensamente ignorante, no puede saber más que una ínfima parte de lo que ha llegado a saber el conjunto de la humanidad. Y de lo que el individuo llega a saber, sólo una pequeñísima proporción conoce a fondo, es decir, con pruebas. Pues, como reconocía Tocqueville, si alguien quisiera saber cada cosa de modo fundado, se pasaría la vida en el empeño para aprender muy poco. Por lo tanto “sabemos” casi todo por medio de lo que él llamaba “ideas dogmáticas”. Es decir, aceptamos la mayoría de las ideas y conocimientos porque tenemos confianza en lo que otros nos dicen, no porque estemos en posición de comprobarlo. Es una limitación inevitable. Esas “ideas dogmáticas” constituyen la gran masa de nuestros conocimientos, que a su vez son una porción mínima del conocimiento humano. Y la suma del conocimiento humano, en plena expansión, es también, sin duda, una pequeña parte del conocimiento que el universo nos ofrece en principio.
Cuando los ciencistas hablan de acabar con la ignorancia, uno se pregunta qué quieren expresar, en definitiva, aparte de una extrema arrogancia. Hay además una consecuencia típicamente totalitaria: dentro de la masa humana siempre habrá una reducida minoría de personas en posesión de conocimientos de mayor envergadura o eficacia política, inaccesibles a la inmensa mayoría, aunque solo sea por falta de tiempo. Esa minoría puede sentirse tentada a determinar la vida de los demás. Más aún, DEBE hacerlo, pues esa sapiencia superior ha de permitirle dictaminar qué es mejor y qué es peor para los menos sapientes. Dictaminar qué han amar y qué han de odiar, por ejemplo. Así obraban, muy responsablemente, los nazis o los comunistas.
Por un lado o por otro, el ateísmo ciencista parece tener una tendencia irresistible: esa.