El ser humano solo puede vivir y desarrollarse en grupo. La forma propia del grupo humano, lo que lo diferencia de los grupos animales, es lo que solemos llamar cultura, algo muy alejado de las relaciones instintivas y en general estereotipadas propias de las agrupaciones animales. Todo hombre vive, o al menos nace, en una cultura, y sin ella no sobreviviría.
En todas las culturas está presente el poder, desde las formas más primitivas del jefe de la tribu y sus hombres de apoyo, a los más complicados estados modernos. Lo vemos también en asociaciones de tipo cultural, deportivo, etc. Por consiguiente hemos de suponer que el poder es consustancial a todas las sociedades humanas y, aunque en cierto sentido pueda oponerse a ellas –es decir, traerles malas consecuencias de diverso tipo o llevarlas al desastre–, en un sentido más amplio y profundo el poder emana de forma natural de la propia sociedad. Cabe señalar que el poder se manifiesta también en los grupos animales, o en muchos de ellos, si bien guarda con el poder en las culturas humanas una relación parecida a la del rugido con el habla articulada.
Asimismo constatamos que el poder humano aparece con formas muy variadas según las culturas, y variables asimismo en el tiempo dentro de una misma cultura. Pero ello no afecta por ahora a la cuestión a tratar: ¿de dónde puede nacer ese rasgo general de los grupos humanos?
Podemos concebir, y se han concebido, sociedades sin poder político, y no han faltado experimentos al respecto en los siglos XIX y XX, bien sea en un plano restringido (las “comunas”, por ejemplo) bien como regímenes extendidos sobre países enteros. Pero las comunas no han funcionado y menos aún se han convertido en núcleos de una nueva cultura; y en los regímenes constituidos con esa esperanza, el poder político ha tomado, paradójicamente, un carácter mucho más absoluto que en las sociedades que pretendía superar. Estos resultados de la experiencia refuerzan el aserto del primer párrafo: las sociedades humanas “producen” el poder de modo natural. Por lo tanto podemos suponer que las ideas sobre sociedades ácratas o comunistas enfocan de modo equivocado el carácter de la relación grupal humana.
A primera vista, el hombre está poco dotado para vivir en grupo, es decir, en cultura, y ese tipo de vida se le presenta, con más o menos agudeza, como una carga. El “malestar en la cultura” se extiende incluso a la célula familiar, donde no faltan los roces y aun los choques a pesar de la comunidad elemental de intereses y del trato íntimo y, en principio, amoroso. Cuando llegamos al ámbito directamente político, el del poder en su expresión más elevada y nunca muy amorosa, los choques adquieren a menudo una violencia extrema y sangrienta. Por otra parte en todas las culturas existen individuos que no se adaptan y se marginan, por elección o por rechazo del resto del grupo; y otros individuos que rechazan las reglas grupales o las quebrantan (delinquen), frecuentemente con efectos traumáticos para ellos mismos o para la sociedad.
Estos problemas cabe atribuirlos a la extrema individuación de los humanos, manifiesta en su gran diversidad de caracteres, intereses, dotes, sentimientos, etc.; individuación acompañada de un intenso sentimiento, muy susceptible de exaltarse, de la propia importancia, del propio valor del individuo. Ello dificulta la relación social, que no se establece de modo instintivo, sino siguiendo normas inventadas por el propio ser humano, normas que al mismo tiempo provocan pesadumbre por cuanto contradicen la tendencia de cada cual a imponer o satisfacer sus deseos sin más consideraciones. El cumplimiento de las normas exige, por tanto, un poder que las garantice. Solo una sociedad cuyos miembros tuviesen todos los mismos intereses, sentimientos y dotes, podría manejarse –quizá– sin ningún poder, pero esto no ocurre ni siquiera en las sociedades más primitivas. Por ello resulta menos paradójico que el intento de crear sociedades sin poder, comunistas, haya derivado a una expansión absoluta del poder a fin de forjar "hombres nuevos" con identidad de sentimientos e intereses, es decir, desindividualizados.
-------
Acebes: "Zapatero ha quedado invalidado" como presidente al "mentir a los españoles"
Hombre, Zapo no ha hecho otra cosa que mentir durante estos cuatro años, y ya antes, cuando hablaba del Pacto Antiterrorista. Pero Rajoy se ha empeñado en creerle un "ingenuo" y en ofrecerle su "ayuda". Y bien que le ha ayudado, solo hay que ver los estatutos.