El enorme éxito del mundo anglosajón. De él, en especial de Usa –desde luego–, pero también de Gran Bretaña, Australia o Canadá, procede hoy, con gran diferencia, lo que llamamos cultura occidental. Y también su voluntad de resistencia, traicionada de forma vergonzosa por una Europa continental resentida e inepta, intelectualmente mellada desde la II Guerra Mundial. Por supuesto, también sale de allí mucha basura, es inevitable, pero el balance no ofrece dudas: la ciencia, el pensamiento, el arte o las manifestaciones de cultura popular, o vienen directamente de Anglosajonia o están muy influidas y condicionadas por sus tendencias. El inglés se ha convertido en un verdadero idioma mundial.
Podemos compararlo con el mundo hispánico, un ámbito muy extenso y el segundo idioma de occidente. Sin embargo su productividad cultural es muy baja, su capacidad para cooperar a un fin común más baja todavía, y su habilidad política para asentar una convivencia social fructífera, casi nula. Con la Transición, España pareció invertir esa tendencia, en un proceso juzgado modélico en todo el mundo, que influyó en otros muchos procesos parecidos. Además España es uno de los pocos países europeos que debe su democracia y su prosperidad a sí mismo, no a la intervención armada y la ayuda económica de las potencias anglosajonas. Pero ahora, treinta años después de aquella proeza, todo lo conseguido está siendo arrasado por la alianza entre un gobierno traidor a España y a la democracia, una banda de asesinos profesionales y unos corrompidos políticos secesionistas. Esta es la realidad, y si no somos capaces de verla de frente, jamás sabremos corregirla.
También los países “latinoamericanos” sufren una y otra vez la misma calamidad: lo que construye una generación, la siguiente lo echa abajo. Parece cosa del destino. Pero seguramente no lo es. Quizá debiéramos aprender del modelo anglosajón: pocos principios, pero firmes; en particular el de la libertad, barrera contra las plagas utópicas que han convulsionado a la Europa continental o al mundo hispánico. Y una prudente habilidad para apoyarse en la propia experiencia, y sobre ella corregir errores sin grandes sobresaltos. De estas cualidades, junto a un básico respeto a la obra de sus antecesores, ha nacido esa capacidad para acumular y diversificar, en contraste con nuestro vicio de despreciar lo mejor de nuestra historia y seguir a cualquier demagogo barato que promete la redención de todos los males.