Hoy, en El Economista:
He firmado el manifiesto promovido por Savater y otros, porque en algo estamos de acuerdo: en la defensa de los derechos lingüísticos de los españoles. No se trata, claro está, de defender el español común frente a los idiomas regionales, ni de impedir que estos sean promovidos en las respectivas regiones. Se trata de que en varias regiones los políticos emplean el idioma regional, que suelen llamar –impropiamente– propio, como ariete contra el castellano o español común, al que tratan de expulsar de la vida oficial y de la enseñanza. Esta política tiene dos vertientes: busca crear extender entre la gente un ambiente de desprecio u odio hacia todo lo que une a los españoles; y vulnera directamente los derechos de los ciudadanos a expresarse en la administración y la enseñanza, en el idioma común, cooficial en esas regiones.
De este modo, la defensa del español común no solo no ataca a los idiomas regionales, sino que va ligado a la defensa de los derechos ciudadanos. Es, por tanto, un empeño democrático. Por el contrario, las políticas aplicadas por los gobiernos separatistas, el socialista en Cataluña y algunos del PP, corroen de forma sistemática las libertades y la constitución. Esas actuaciones deben inscribirse en un ataque a la democracia y la unidad de España organizado ya desde la transición y que desde la matanza del 11-m se ha transformado en franca involución política. Cuentan hoy con la protección de unos gobernantes que no se sienten españoles y que, como "rojos", desdeñan la democracia.
Por cierto, no se molesten en buscar mi nombre en las listas de intelectuales suscribientes ofrecidas por los grandes medios: para ellos, tan proclives a conceder espacio a basura de todas clases, no existo. Lo cual supone al mismo tiempo un perjuicio y un honor. Tampoco existen otros, no obstante bien conocidos y reconocidos... ¡ni siquiera Jiménez Losantos!
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La pretensión de muchos ateos de basar su ateísmo en la ciencia no parece muy legítima. Lo cual no significa que no puedan estar acertados en su tesis, aunque la funden en argumentos falsos. La ciencia no sigue a la religión, aunque nazca de ella, como no sigue a la razón o el testimonio de los sentidos ni el de la razón.
El argumento de que, habiendo tantos motivos para creer como para no creer en Dios, es preferible creer, por el consuelo que supone, resulta tan peligroso como el de justificar la creencia por la necesidad de mantener el orden social: Dios ya no es el creador todopoderoso, sino una conveniencia personal o social.
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En Años de hierro:
"Franco, entonces, alcanzó una doble y decisiva victoria. Ante todo, había sobrevivido incólume a la guerra mundial, sin haber dejado arrastrar al país a ella; y se encontraba ante una nueva batalla, pero no directamente con las grandes potencias, sino con unas oposiciones que habían perdido pie en la población y por tanto tenían muy pocas posibilidades de triunfar.
Además, la situación interna seguía mejorando. El 27 de febrero de ese año, Simone de Beauvoir había salido de París para Hendaya: "Hacía quince años que había dicho adiós a España (...) Al borde de la carretera una mujer vendía naranjas, plátanos, chocolate, y se me anudó la garganta de codicia y de rebelión: ¿por qué se nos prohibía una abundancia que estaba a diez metros de nosotros? De pronto nuestra penuria dejó de parecerme fatal; tenía la impresión de que se nos imponía una penitencia: ¿quién? ¿con qué derecho? En la aduana me cambiaron mis escudos y rechazaron mis francos (...) En el tren volví a encontrar al viejito; me contó que al verme pasar por la carretera los españoles habían dicho: "¡Es una mujer pobre, no tiene medias!" Bueno, sí, éramos pobres: sin medias, sin naranjas, nuestro dinero no valía nada. En los andenes de las estaciones se paseaban muchachas charlatanas y risueñas, las piernas cubiertas con medias de seda; en los escaparates de los comercios de las ciudades que atravesábamos veía montones de comestibles. En las paradas, vendedores ambulantes ofrecían frutas, bombones, jamón; los comedores de las estaciones desbordaban de comida. Me acordaba de la estación de Nantes, donde estábamos tan hambrientos, tan cansados, y donde sólo pudimos comprar, a un precio exorbitante, unas galletas rancias. Me sentí rabiosamente solidaria con la miseria francesa". Simone compensa luego esta visión, quizá excesiva, con otras estampas de miseria en los barrios obreros de Madrid.
Seguía habiendo hambre, cada vez menos, sobre todo en zonas deprimidas como Extremadura, Galicia o Andalucía, y podían sufrirla más personas de clase media que trabajadores: "Más me valdría haberme casado con un obrero (...) Llevan alpargatas, pero no les falta su buena comida y su buen jornal. Ya quisiera Juan tener el buen jornal de un obrero de fábrica", se queja Gloria en Nada. En 1945 la muerte directa por hambre alcanzó a 236 personas, algo menos de lo habitual en la república, pero la situación sanitaria había mejorado notablemente, por cuanto no hubo sobremortalidad y volvió a descender, por el contrario, la mortalidad normal por comparación con la del año 1935, último normal del régimen anterior. Otra muestra de la seguridad del régimen era el descenso de la población reclusa, que en 1945 bajaba a 43.800, algo menos de la mitad comunes, y sería más baja de no ser por el maquis. Los batallones de trabajo ocupaban (cobrando jornal y redimiendo penas) a 8.122 penados, lo que significaba una rápida reducción para el año siguiente. En 1943 los presos empleados fuera de la cárcel habían alcanzado un máximo de 17.000.
Nueva confirmación indirecta de la estabilidad del régimen fue el retorno de Ortega y Gasset, el 8 de agosto."
(Lo anterior, en relación con lo del otro día, en este blog, sobre la bazofia que El país sirve a sus lectores:
"Esta señora afirma: "En Francia, al día siguiente de que terminara la guerra ya había de todo. ¡Y aquí, en el 50, seguían con las cartillas de racionamiento!". Yo sé que en Gran Bretaña se eliminó el racionamiento sólo dos años antes que en España, pese a que aquel país estaba entre los vencedores y disponía de un extenso imperio colonial. ¿Recuerdas el testimonio de S. de Beauvoir en 'Años de hierro'?
Otro ejemplo del poco caso que hay que hacer de los testimonios personales presentados décadas después de los hechos ocurridos.
http://www.elpais.com/articulo/espana/Cazanazis/espia/enemiga/Franco/elpepunac/20080629elpepinac_4/Tes
Saludos
Pedro Barbadillo"
No voy a molestarme en leer el rollo de El País. Imagino que la buena señora seguirá soltando trolas desde el principio al final. Es una vocación irreprimible en nuestra izquierda).