Ayer se dio el premio Antón Losada a Manuel Rivas, ilustre charlatán con facilidad para escribir, cuyas obras reflejan bastante bien la profunda degradación de la literatura oficial u oficiosa de la época, no mejor que la literatura de kiosco de tiempos de Franco. En su discurso aprovechó, cómo no, para dar vueltas a las víctimas del franquismo, los muertos por la “represión fascista”, etc. Antón Losada fue un fundador del regionalismo gallego, era hombre católico y conservador y, por supuesto, se sentía español.
Llamativa la persistencia de la izquierda en sus temas, aunque se trate de distorsiones y embustes tan manifiestos como la “memoria histórica”: decenas de asociaciones se dedican a propalar el cuento, a encauzar subvenciones y fondos públicos o privados, a organizar exposiciones, conferencias, promover películas, documentales, novelas, intervenir en la prensa, organizar manifestaciones cuando viene al caso y magnificarlas en los medios; personajes y personajillos expertos en el rasgado de vestiduras exhiben sus indignaciones “éticas”, etc.
La derecha carece por completo de ese dinamismo. En la medida en que mantiene posiciones más veraces o más sensatas, las defiende muy mal. Durante años ha estado callada “como puta” ante la ofensiva ideológica izquierdista, y cuando en la sociedad surgía una reacción, se ha beneficiado de ella sin dar nada a cambio. No me refiero al PP, o solo al PP, sino a una tendencia muy extendida, que ya motivaba la irritación de Julián Marías: “Se exponen unas ideas, la gente asiente, satisfecha; y ahí queda todo. No surge ninguna acción, ninguna iniciativa”. Lo decía con otras palabras, no las recuerdo con precisión, pero ese era su sentido.
Y es que, si la izquierda española ha sido siempre antidemocrática, la derecha no ha sido democrática: esa pasividad peculiar suya esconde un desprecio de fondo hacia la opinión pública; no es capaz de influir en ella, ni siquiera lo desea. Sabe que ella, la derecha, constituye una fuerza difusa, pero considerable, vive de la inercia y de las rentas, y espera que si las cosas vienen mal dadas ya surgirá algún caudillo salvador, militar o no. Entonces su pasividad se convierte fácilmente en revancha y odio criminal. Les recuerdo el escrito, repugnante más allá de los expresable, de aquel asesino de García Lorca, que reproduje hace unos días.
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"Rajoy exigirá a Zapatero que demuestre "con hechos" su "coraje" ante ETA"
Zapo hace lo suyo, señor Rajoy, y a estas alturas incluso un bobo solemne debería estar bien al tanto de qué es "lo suyo": la colaboración con la ETA y el separatismo, y contra la Constitución. Es usted quien debería demostrar con hechos su coraje en defensa de la democracia y la unidad de España. Pero sus hechos, precisamente, demuestran lo contrario.
"Lo más importante es que podamos creer al presidente", afirma Rajoy. Lo más importante. ¿Y a Rajoy? ¿Es importante que podamos creer a Rajoy?
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¿Una sociedad con ansias de muerte?
Me escribe Fernández Barbadillo sobre Otegui, el "hombre de paz", que iba a traérnosla en conjunción con Zapo y los suyos:
"El nuevo líder se convirtió en el político más reclamado por los medios de comunicación, nacionales y extranjeros, que se lo rifaban. Pero no eran solo los periodistas: lo buscaban también las universidades, los foros de opinión, los políticos adversarios. Hasta el selecto Círculo de Empresarios Vascos lo sentó a su mesa apenas seis años después de haber cumplido condena por secuestrar a un industrial alavés".
http://www.paralalibertad.org/modules.php?op=modload&name=News&file=article&sid=17636&mode=thread&order=0&thold=0