Después de golpes tan rudos como la quiebra del marxismo y la caída del Muro de Berlín, la evidencia de la tremenda corrupción de los centenarios de la honradez, el terrorismo desde el poder, etc., lo lógico sería que nuestra izquierda se encontrase desconcertada y a la deriva. Pero, asombrosamente, es la derecha la que se halla en tal situación. Chikilicuatre Zapo ha logrado el milagro y no solo domina la escena, tan campante, sino que dicta a un Chikilicuatre PP cómo debe comportarse, le marca la senda del porvenir y le riñe y se burla de él por seguirla renqueando y con mal estilo.
La izquierda ha superado su crisis ideológica gracias en parte a la inanidad de la derecha, pero también a que ha sabido desviar la cuestión hacia la legitimidad histórica. En definitiva, "seremos tan golfos como digan ustedes, pero fueron los nuestros quienes defendieron la libertad en la guerra civil, y las derechas quienes la asesinaron; por lo tanto siempre conservaremos un plus de legitimidad por encima del PP".
En la derecha hallamos tres tendencias: la de Rajoy, muy próxima a los Gallardón, Soraya, Elorriaga y compañía, la derecha del centrismo y el futurismo, un satélite intelectual y político de la izquierda; la representada antes por Vidal Quadras y Mayor Oreja –que parecen definitivamente amortizados– y ahora, con mucha menos sustancia, por Esperanza Aguirre, una derecha capaz, en principio, de unir los ideales de democracia y España; y la derecha patriótica, pero antidemocrática que, por eso mismo, facilita mucho las cosas a los socialistas y separatistas, los cuales pueden enarbolar impune y falsamente la bandera de la libertad frente a ellos y oponerla a la idea de España. Y saben hacerlo: si al pobre futurista anglomaníaco lo identifican con la “extrema derecha” era solo porque esa imagen, apoyada en la falsificación de la historia, les ahorra cualquier argumento y les sirve de látigo para obligar al PP a portarse como conviene.
La derecha patriótica pero antidemocrática entiende que la democracia es un factor accesorio y no la forma que puede y debe revestir el patriotismo en las presentes condiciones históricas, si se trata de salvar la unidad del país y no hundirla. Solo entiende la democracia con arreglo a la experiencia de la II República y no va más allá en su pensamiento. Se cree con un derecho especial a hablar y mandar por encima de los demás y tiende a confundir la importancia del catolicismo en la historia y la cultura de España con las formas políticas hoy posibles y deseables. Si los descendientes de Azaña siguen jactándose de que España ya no es católica, ellos creen que el país debe ser católico no socialmente (por mayoría hoy en retroceso), sino políticamente. Creen que el catolicismo es una ideología política, interpretable según sus intereses partidistas.
Estas tres tendencias coexisten en el PP, bajo la hegemonía de la primera. El fetiche de la unidad del partido por encima de su representatividad real lo permite.
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Las estúpidas triquiñuelas de la derecha:
¿Por qué no en árabe?
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