Un amigo me dice que los dos capítulos emitidos por TV1 sobre el 23-F son bastante dignos en cuanto a dramatización y demás, pero dejan un inmenso hueco: ¿Por qué obró así Armada? Es como si se hubiera vuelto loco y le hubiera dado por preparar un golpe de estado, sin más motivación. Obviamente, no fue así.
"En el plano concreto de la trama parece haber habido coincidencia de al menos dos conspiraciones golpistas, la de Armada y la de Tejero y Milans. El primero especulaba tanto con las conspiraciones militares como con el acuerdo socialista para aparecer, en el último momento, como el hombre aceptado por casi todos para reenderezar al país al frente de una especie de gobierno de salvación nacional compuesto por los principales partidos. Creía o esperaba contar también con el respaldo de Juan Carlos, pues precisamente este influyó para su traslado a Madrid, centro necesario de cualquier golpe, desde Lérida, donde se hallaba destinado al mando de la división regional. No obstante, su plan chocó con dos obstáculos: Tejero y otros no pensaban en un gobierno tal, sino en una clásica junta militar; y Juan Carlos, en todo caso, optó por la democracia y la salvó, cosa que ni los políticos ni la población –que no se movilizó hasta pasado el peligro; en medios izquierdistas cundió la angustia y en Vascongadas se produjo una auténtica desbandada de nacionalistas y proterroristas– estaban en condiciones de hacer algo semejante.
El gobierno de Armada estaba compuesto por él mismo como presidente, Felipe González como vicepresidente de Asuntos Políticos, Areilza en Exteriores, Fraga en Defensa, Peces-Barba en Justicia, Pío Cabanillas en Hacienda, Herrero de Miñón en Educación y Ciencia. Habría gente del PSOE, UCD, AP, PCE y algunos independientes, como Luis María Ansón en Información. La supuesta lista de gobierno ha sido puesta en duda muchas veces. Hay muchos libros escritos sobre este suceso. Uno de los más importantes es el de los periodistas de El País Joaquín Prieto y J. L. Barbería, El enigma del elefante. (En Una historia chocante. Los nacionalismos vasco y catalán en la España contemporánea)".
Me han dicho que el libro de Prieto y Barbería, inencontrable durante muchos años, se ha reeditado con algunas correcciones o censuras. También me han hablado del de Pardo Zancada Las dos caras del golpe, como un trabajo fundamental (no lo he leído aún). En líneas generales parece claro que la trama golpista de Armada provino del PSOE y contó probablemente con el apoyo inicial de rey. Tengo la impresión de que la decisión final de este debió mucho a Sabino Fernández Campo.
Contra lo que suele creerse, la tradición del golpismo militar es mucho más propia de la izquierda que de la derecha. El primer pensamiento de los republicanos del Pacto de San Sebastián fue dar un golpe de ese estilo, y los pronunciamientos fraguaron, en su mayoría, en las logias masónicas izquierdistas de los cuarteles.
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**** La indignación del Futurista. El PP está reaccionando como el PSOE en su momento. O hay, o no hay, esos casos de corrupción, y eso es todo. ¿O existía un pacto tácito entre los dos grandes partidos para encubrirse mutuamente, y el PSOE lo ha roto? ¿Viene de ahí la indignación?
http://blogs.libertaddigital.com/enigmas-del-11-m/
**** Dos golfos dando caza a Montesquieu
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Hoy, en Época
UN PAÍS DE FUNCIONARIOS
Iliá Ehrenburg, un intelectual nefasto pero no falto de lucidez, hizo esta observación sobre España cuando la visitó a principios de los años 30: "Cualquier abogadillo principiante dirá: "Entre nosotros el comunismo es imposible, nosotros no somos como los rusos, somos individualistas. Pero eso no impide a esos individualistas obsesionarse con una sola cosa: entrar cuanto antes al servicio del Estado. Todos los señoritos o son empleados del Estado o unos fracasados que sueñan día y noche con el butacón de las oficinas ministeriales".
Realmente, la afición funcionarial en todas las clases sociales, y exceptuando contadas provincias, ha sido en España mucho más acentuada que el carácter emprendedor o empresarial típico del individualismo; y ahí yace una clave de nuestro prolongado atraso. Pero se trataba más de una cuestión de mentalidad que de una realidad, porque el número real de funcionarios nunca fue alto. En la administración central había en 1934 unos 215.000 funcionarios para una población de 24 millones, es decir, algo menos de uno por cada cien habitantes. La proporción subió en el franquismo, pero no mucho, pues en 1974 era de 411.000 para una población de 35 millones, es decir, algo más de uno por cada 90 habitantes. Hoy se ha llegado a la cifra asombrosa de tres millones de funcionarios, es decir, uno por cada trece o catorce españoles, niños y ancianos incluidos. La comparación no es del todo exacta porque en esta última se incluyen los funcionarios municipales, que, de todas formas, han experimentado también un incremento gigantesco; aunque el principal aumento procede de unas autonomías cada vez más parasitarias.
Así, el sueño ancestral de señoritos y no señoritos parece haberse cumplido: España se ha convertido en un país de funcionarios. Naturalmente, las funciones del estado moderno exigen un nutrido funcionariado, pero cuando este alcanza tales límites revela una enfermedad social. En primer lugar se trata de empleos en su mayoría no directamente productivos incluso cuando son necesarios, que debe sufragar con su esfuerzo e impuestos el resto de la sociedad. Lógicamente, cuando se eleva su proporción sobre los sectores sociales más productivos, la carga aumenta y llega a poner en riesgo los propios servicios estatales (la seguridad social puede quebrar, por ejemplo).
El daño se agrava porque un alto número de empleos administrativos no obedecen a criterios de utilidad, sino de conveniencia política: conseguir bolsas de estómagos agradecidos, el voto cautivo de personas que saben a quién deben agradecer su salario y cómo agradecérselo. Esto ha ocurrido de modo muy acentuado en las autonomías, pero también en la administración central desde que los socialistas corrompieron desvergonzadamente el sistema de oposiciones para colocar a sus paniaguados. Un nivel tan alto de funcionariado implica automáticamente un nivel muy alto de corrupción enquistada, mucho costosa que los robos o estafas concretas de los políticos.
Pero sobre todo una sociedad con tal proporción de funcionarios tiende con fuerza al totalitarismo, crea servicios de control social y asfixia las fuerzas realmente vivas de la sociedad, el individualismo y el espíritu de empresa. En un libro próximo sobre Franco y su dictadura examino, entre otras cosas, su baja proporción de funcionarios, que por sí sola impedía el totalitarismo. Paradójicamente es en la democracia cuando nos acercamos a una situación totalitaria, lo que desconcierta a muchos. Pero los clásicos del liberalismo ya lo estudiaron: puede crearse una sociedad sin libertad y opresiva para el individuo manteniendo formas externas democráticas. Para ello es precisa la expansión de una mentalidad acorde, generalmente encubierta con fraseología solidaria, pacifista, etc., alimentada por medios de masas adictos. Está pasando en España. Y en la Unión Europea.