En mi opinión, y bien la lamento, el PP no tiene remedio. Su alegría por el fracaso es sincera: en el fondo la mayoría de sus líderes, llamémosles así, no querían lidiar el toro de la crisis política y económica sabiéndose, además, sin arrestos para volver atrás las iniciativas anticonstitucionales de Zapo. En cambio, dando a su electorado la impresión de ser otra cosa que lo que realmente son, conservan gran número de poltronas por toda la geografía española, incluso han ganado algunas nuevas, y eso les deja satisfechos. No fingen, están realmente contentos. El gran mérito de Rajoy no ha sido solo mantener tal situación, sino también el partido unido: con eso, los cargos y empleos de todos quedan seguros, de momento, y la mayoría quiere seguir por esa vía, incluso rebajando el perfil. Todos de acuerdo, al parecer, en un partido a la búlgara que, para más inri cree que la economía lo es todo (y el inglés, por supuesto).
Vivimos una situación no democrática, en la que una masa de la población cree estar representada y no lo está. Pero, por desgracia, ni dentro del PP surge una alternativa a Rajoy ni fuera de él aparecen más que grupos un tanto fundamentalistas, cuya aversión a la democracia resalta en cuanto se los rasca un poco.
Decía que, al margen de los partidos, sería preciso un movimiento de regeneración democrática, el propuesto en su día por Mayor Oreja. Seguro que todavía estamos a tiempo.
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“Rosa Díez dice que confiará en Zapatero cuando firme un pacto de Estado contra ETA”.
Error, inmenso error. Zapo es perfectamente capaz de firmar cualquier pacto aprovechando la nueva situación, mientras lo traiciona desde la misma firma, como ya hizo con el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. Y el PP es perfectamente capaz, a su vez, de seguirle la corriente en la farsa, como ya hizo en relación con el estatuto catalán, pieza clave, precisamente, de la colaboración de Zapo con terroristas y separatistas. Mientras el Tribunal Constitucional ahonda en su descrédito con los habituales manejos zapotescos. A esto hemos llegado.
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Obviamente el hecho de que los homosexuales tengan los mismos derechos que cualquier otro ciudadano, no supone aceptar que los homosexuales militantes marquen la educación de nuestros hijos. A eso se le solía llamar corrupción de menores, y tengo idea de que estaba penado por la ley. No sé si con Zapo estará premiado, en cambio, como lo está el terrorismo.
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Tusell y la neutralidad española en la guerra mundial
En general, la buena historiografía española es minuciosa y veraz en la descripción de los hechos, pero suele fallar en el análisis, a menudo relaciona con poca lógica los datos y extrae conclusiones pobres o pedestres, y hasta incoherentes o contrarias a los datos examinados (en esta última arte Preston es un campeón). Así ocurre, por ejemplo, con Javier Tusell, acerca del cual discrepé brevemente en alguna ocasión con Stanley Payne. Desde luego, al margen de su acreditada pedantería y, peor aún, de sus tendencias inquisitoriales y ventajistas, Tusell fue un historiador cuidadoso que investigó archivos y aportó a veces materiales de gran interés, en torno a la política española durante la guerra mundial, entre otros temas. Pero, señalé en Años de hierro, “Véanse conclusiones como la de Tusell, minucioso en los detalles y mediocre analista: España no entró en la guerra mundial, pero no fue por falta de ganas de muchos de sus dirigentes, sino porque la realidad se impuso. Sin embargo la realidad nunca se impone tal cual, sino a través de las percepciones de los individuos, de otro modo Mussolini habría permanecido al margen o Hitler no habría invadido la URSS, por ejemplo. Franco y otros cuantos líderes demostraron un perspicaz sentido de la realidad, mientras bastantes otros –monárquicos, generales, falangistas, exiliados–habrían metido al país en la contienda, deliberadamente o por falta de ese sentido” (p. 667).
La neutralidad de España durante la guerra mundial fue un hecho casi milagroso, cuya enorme improbabilidad casi nunca ha sido apreciada debidamente. Como tampoco sus inmensos beneficios para España y, en lo esencial, para la causa de los Aliados (Churchill sí lo entendió en parte). Franco fue, indiscutiblemente, el artífice de aquella neutralidad. Neutralidad de valor imposible de exagerar pero que, con apreciaciones como las de Tusell, queda hundida a un nivel puramente trivial. La trivialidad del propio historiador.