Cuando algunos paisanos se me quejan de la decadencia del gallego, les replico: “tratad de escribir cosas interesantes en ese idioma. Porque si todo lo que se va a publicar en él son las patochadas de los nacionalistas y progres, entonces sí que su destino está sentenciado”. Por mi parte no predico con el ejemplo porque, aunque aprendí a hablar en gallego, me expreso con más soltura en castellano, y este idioma, el español común a todo el país, ha llegado a ser tan propio de Galicia (o de Cataluña, no digamos ya de las Vascongadas) como el gallego.
Me temo que el mismo problema afecta hoy al castellano, aunque el enorme número de hispanoahablantes lo disimule: se escriben en él muy pocas cosas originales o de interés, y su insignificancia cultural salta a la vista de quien no quiera cerrar los ojos. El predominio del inglés no se explica solo por su número de hablantes y por la potencia política de Usa, aunque también. Se explica aún más porque en ese idioma se producen los libros, el cine, las series de televisión, la ciencia y, en general, las manifestaciones culturales de más calidad. Ello, combinado con la penuria cultural del mundo hispánico, hace que en la misma España el inglés esté desplazando a nuestra propia lengua como idioma de cultura. Si el proceso continúa a este ritmo, nuestro lenguaje común se convertirá, antes de lo que pensamos, en una especie de spanglish de uso familiar y coloquial, probablemente fragmentado en los países americanos, y relegado a vehículo de una infraliteratura, un infracine y una infracanción popular. Lo que está ocurriendo.
Un hecho sorprendente de los años 40 es que, contra el tópico del “páramo cultural”, fue una época de muy considerable creatividad en la literatura, la música popular y culta, en diversos estudios (árabes, sefardíes, hispanos), en el humor, revistas culturales, etc. Y cuando el franquismo se acababa figuras como Cela, Buero, Severo Ochoa, Torrente Ballester, Zubiri, Caro Baroja, Laín Entralgo, Domínguez Ortiz, Miguel Delibes, los hermanos Salas Larrazábal, Julián Marías y un nutrido etcétera, desmentían la leyenda del erial. Precisamente es desde entonces cuando se advierte un declive en todos los órdenes, acompañado de un chocante desprecio hacia una época y unos personajes evidentemente aspecto. Hoy apenas puede hablarse de cultura española, cada vez más satelizada a la useña como un sucedáneo de mediocre calidad. Si acaso algo la distingue es el toque chabacano, soez y chocarrero que acompaña a sus manifestaciones más populares. Y la juventud botellonera, subproducto de la mentalidad progre, no deja mucha esperanza de recuperación. ¿Tendencias irresistibles?
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Hoy, en "El economista":
LO QUE ESTÁ PASANDO
Pio Moa
Lo que ocurre en España debe entenderse por relación con el Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo. Se trataba de un acuerdo entre los dos grandes partidos españoles para, sin perjuicio de sus diferencias, salvaguardar los dos principios básicos que sostienen al país como sociedad civilizada: la unidad de España y la democracia, frente a la ofensiva de secesionistas y terroristas.
El pacto, propuesto por el PSOE, pareció rectificar la política de González, que con su mezcla de corrupción, concesiones sin principios y terrorismo gubernamental, había dañado seriamente la democracia española. Sin embargo faltó tiempo a los jefes socialistas para traicionar, entendiéndose con la ETA y los separatistas vascos y catalanes a espaldas del PP.
Esos manejos se convirtieron en alianza de hecho tras la matanza que llevó al poder al PSOE. El nuevo gobierno diseñó una política de acuerdos con los separatistas y la ETA para aislar al PP, liquidar el espíritu de la Transición y socavar la Constitución por medio de actos consumados, cuya clave eran unos nuevos estatutos ilegales. Enfrente han tenido a un PP casi inane o peor aún, pues en buena medida les ha seguido el juego.
La alianza, al margen de la ley y contra ella, recuerda la del Frente Popular. Y como ninguno de los socios tiene otros principios que conseguir el máximo poder, funcionan entre peleas, saboteándose mutuamente, como sucedió entonces. Lo decía Azaña: "Lo que me ha dado un hachazo terrible, en lo más profundo de mi intimidad, es, con motivo de la guerra, haber descubierto la falta de solidaridad nacional. A muy pocos nos importa la idea nacional, pero a qué pocos. Ni aun el peligro de la guerra ha servido de soldador. Al contrario: se ha aprovechado para que cada cual tire por su lado". Nada nuevo, pues. Y ahí radica la esperanza, más que en la invertebrada oposición de un lamentable PP.
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Y final del informe de Moh Ul-sih que transcribe el señor Carballeira O'Flanaghan –de la universidad de Princeton– sobre la intervención del señor Bofarull i Bofarull –de la Universidad Pompeu Fabra y ex detective– en el célebre caso del robo de cuadros del Ateneo de Madrid. Quizá quepa concluir que el señor Bofarull no aparece en él como el hombre de seny, inteligente, ponderado y carolingio con que se ha manifestado a lo largo de esta polémica. Pero se trata solo de una versión, la muy particular de Moh Ul-sih, y eso no debe olvidarlo ninguna persona de mente abierta, tolerante y moderna, incluso posmoderna:
"– ¡Péguele un tiro en un pie a ese desgraciado, a ver si se queda quieto de una vez! –aconsejó Genarín.
– Prosigamos –insistió Bofarull– con el encadenamiento lógico… A este me lo cepillo como se ponga chulo, descuiden ¡Te dije que no interrumpieras y no te lo repito más!… Pues éste que tienen aquí es el tiparraco que viene a mi despacho, se autoconvida a mi whisky, un morro que se lo pisa, eso ya me dio qué pensar sobre su estilo ético… y al final cayó como un chorlito. Le indico, en el Ateneo, cumpliendo mi obligación, verdat, que él es también sospechoso en principio, y va y se cabrea. ¿Por qué? ¡Y no solo se cabrea, sino que me arremete y rescinde el contrato! O sea, tan pronto entiende que yo no voy a ser una marioneta en sus manos, que no voy a investigar con anteojeras, a perseguir a dos honorabilísimos directivos de la Docta Casa, que la justicia es para mí lo primero, entonces ya no se controla y se pone en evidencia. ¡¡Presunciones!”, dirán ustedes movidos por su estricta conciencia legalista. Pues no. Certezas. Porque hay más. Este caballero, llamémosle así, me garantiza que el Ateneo pagará la minuta, pagará unos espléndidos honorarios. ¡Si vieran lo que imploró para que me hiciera cargo del caso…! ¡Una miserable engañifa, don Olegario! ¡Resulta que no estaba ustet en condiciones de hacer que el Ateneo me abonase un céntimo! ¡El muy cínico! ¡Es que hace falta jeta, eh!
– ¡Yo no le prometí nada de espléndidos honorarios! ¡Y claro que el Ateneo pagaría, aunque solo fuese con una parte de lo que se recuperase!
Crevillente, al quite, gritó:
– ¡No! ¡No pagaría! ¡Antes habría tenido que pasar usted por encima de mi cadáver y de los de todas las personas decentes del Ateneo! ¡Usted solo contra treinta y nueve en la Junta, no lo olvide! Jamás habríamos tolerado que el Ateneo sufragase sus locas acusaciones particulares. ¡Jamás! El reglamento especifica muy bien cómo se comprometen los gastos.
– Por lo tanto, señores –concluyó Bofarull con una mueca sarcástica– es notorio y manifiesto que ese bestia intentaba estafar al Ateneo y a mi modesta persona. Pocas veces he topado con un individuo de peor ralea, y créanme que en mi profesión se ven cosas que espantan. De este individuo se puede esperar cualquier cosa… ¡Silencio, perro!
– Quedan más detalles –cooperó Crevillente– y es que el sujeto, como es propio de su condición, está cargado de resentimiento al constatar que otros, más progresistas y con mayor talento, nos hemos hecho con las riendas de esta magna institución de cultura. Ello le arrastra a la desesperación, con ella al robo, al crimen, si es que no al asesinato. Se trata de una evolución psicológica obvia y muy bien estudiada hoy en día.
– En efecto, lo ha expuesto ustet magníficamente. El hombre se cree el único listo y que los demás somos tontos y analfabetos. Craso error, tú. Hace falta ser un auténtico rucio, además de un desalmado, para aspirar a la riqueza timando a un honrado detective y montando un burdel, vamos, con la trata de blancas, verdat, siendo al propio tiempo directivo de una institución de tan rancio abolengo.
Crevillente frunció el ceño. Genarín le atizó un codazo disimulado y le dirigió un guiño, como diciendo: “deja pasar”.
Olegario reventaba de indignación, soltaba literalmente espumarajos por la boca. Bofarull se le encaró:
– No te das por vencido, ¿eh, cretino? Pues aún no he terminado contigo. Te informaré, para que te hagas idea de hasta qué punto estás liquidado, exterminado, aniquilado, te explicaré cómo empecé a sospechar en firme de ti, cuando me ocultaste la trampilla que da a los sótanos. Ahí te pesqué, bacalao. Lógico, sabías que allí abajo estaba el cadáver… el monigote… ¡y hasta habría que ver si no hay algún cadáver, no me extrañaría anda!... Y necesitabas tiempo para escaquearlo. Después, sí, seguro que no te habría importado enseñarme la trampilla, guiarme tú mismo por los sótanos. Pero yo me adelanté… Y te debo un par de hostias, por cierto, no creas que se me olvida –concluyó, atenazándole una mejilla entre pulgar e índice, y sacudiéndosela.
El detective prosiguió un buen rato abrumando al culpable, contando cómo había descubierto el traslado del monigote y advirtiendo que su cómplice caería tarde o temprano. Crevillente, un poco harto, sugirió:
– La cuestión está muy clara. ¿Por qué no lo entregamos directamente a la policía?
– En eso pensaba yo. Pero pongámonos de acuerdo primero sobre las acusaciones que le haremos.
– Para empezar, intento de estafa y malversación de fondos. El Ateneo recibe fondos públicos.
– E intento de asesinato de un menor. Si no me salva usted, me habría asesinado, señor Bofarull. Sois testigos.
– ¿Y trata de blancas?
– Por descontado. Trata de blancas y contrabando.
– ¡Coño, y robo de cuadros, no se nos vaya a pasar! –recordó el detective.
Crevillente y Genarín parpadearon, y el primero lió pensativamente la coleta en un dedo.
– ¿Y no estaría bien emplumarle por narcotráfico? Seguro que también se ha currado esa página –indicó el vicepresidente.
– Sí, aunque con cuidado, eh. No tenemos pruebas, y en estas cosas hay que andar con pies de plomo.
– No tengo duda de que la investigación subsiguiente sacará a la luz esas cosas y peores, toda la podredumbre del sujeto –aseguró Crevillente.
– Bueno, yo creo que es suficiente por ahora. ¡Arriba, pillastre! Veremos si esta vez se cachondea el comisario Gutiérrez
– Vamos a llevarlo a comisaría a punta de pistola, señor Bofarull, con los brazos en alto! ¡Ande, deme ese gusto, que me hace mucha ilusión!
– Ya has oído al chico. Como intentes escapar te dejo la piel como una criba. ¡Venga, arriba esas zarpas!