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Presente y pasado

Castilla del Pino y Fernández de la Mora sobre Franco

"A Franco lo he odiado durante cuarenta años (...) Gracias al odio, la humanidad ha progresado".

"Francisco Franco Bahamonde ha sido el personaje más nefasto de la historia de España desde el neolítico".

Así decía Carlos Castilla del Pino, psiquiatra, comunista, y no hay más remedio que admirarse de los extraños vericuetos de la mente humana. En parte es lógico que lo creyera nefasto, porque Franco derrotó al comunismo en España, pero de un intelectual se espera una mayor ecuanimidad. Castilla, cuando decía estas cosas, ya no osaba confesarse comunista, había caído el muro de Berlín y estaba de manifiesto lo que esos regímenes habían significado, por lo que la victoria de Franco en la guerra civil solo puede considerarse una hazaña que salvó a España de una pesadilla. Y no fue su único mérito, como sabemos: libró a España de la guerra mundial, otra hazaña invalorable; derrotó al maquis en pésimas condiciones internacionales y en una época de penuria, otro mérito extraordinario cuando tan difícil o imposible se demostró en muchos países vencer las guerrillas comunistas; dejó una España próspera y sin odios... ¿Es que se pueden pasar por alto estos hechos absolutamente objetivos? Ningún otro estadista hizo más por España en dos siglos.

Y en esa España que prosperó como nunca desarrolló Castilla, sin problemas, una notable carrera, a pesar de que su ideología marxista lastró sus obras, haciéndolo un Lisenko de su especialidad como ha ocurrido con tantos historiadores. No tenía ningún motivo de odio racional, salvo lucubraciones sobre la represión y similares, que chocan en un comunista, habiendo sido su ideología la más sangrientamente represora del siglo XX.

Su autobiografía es deprimente, su actitud hacia sus hijos tiene algo de espeluznante. Y era psiquiatra.

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"No amaba el poder, despreciaba profundamente la politiquería y solo hacía uso de su autoridad cuando era absolutamente necesario. Resolvía después de escuchar diferentes opiniones y de sopesarlas. Era pragmático, objetivo y más bien lento en la toma de decisiones, pero muy seguro (...) Le gustaba delegar y que cada uno se responsabilizara de su propia jurisdicción (...) Si psicología era muy compleja; pero básicamente me pareció un sentimental, más bien tímido, regido por una voluntad de hierro, una razón muy respetuosa con los datos y un coraje sobrehumano. Cuando estaba relajado, que era casi siempre, gustaba de la chanza y la ironía, características de su tierra galaica (...) Aunque ello haya sido malo para España, Franco tuvo la fortuna coyuntural de estar emparedado entre Negrín y Suárez, lo cual ha contribuido, si cabe, a agigantar, por contraste, su alta talla histórica".

"No era un dogmático, ni siquiera un doctrinario, sino un hombre de principios éticos y patrióticos que se plegaba a la realidad como el soldado al terreno. Rectificaba cuando se equivocaba, se adaptaba con mesura a las cambiantes circunstancias y evolucionaba; pero siempre sin caer en el oportunismo, sin abdicar de sus creencias esenciales, la principal el catolicismo".

Es preciso reconocer que este retrato, hecho por Gonzalo Fernández de la Mora, concuerda mucho más con los evidentes méritos históricos de Franco.

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Cuando hice el viaje por la Vía de la Plata no encontré a nadie más que lo hiciera. No es que la Vía fuera desconocida, pues había varios estudios académicos como el de Roldán Hervás, y también alguno turístico, que destacaba el valor histórico y artístico de ciudades de la ruta, como Zafra, Mérida, Cáceres, Salamanca, Zamora o Astorga, pero eran propuestas para hacer el recorrido en coche. Parece que a muy poca gente se le ocurría la idea de hacerlo a pie, como tampoco por entonces, o al menos unos años antes, casi nadie andaba el camino clásico de Santiago. Hacia 1982 yo salí de Jaca con intención de llegar a Santiago, pero tuve que abandonar en Burgos, harto de marchar por la carretera al lado de coches y camiones, y tampoco encontré a nadie que hiciera la ruta. Entonces escribí algunos artículos en Diario 16 y en ABC proponiendo que se preparase una red de sendas para caminantes, ciclistas y jinetes, que podría dar pie a un turismo cultural de gran interés, pero la idea no tuvo ningún eco. Después de recorrer la Vía de la Plata, elaboré con una arqueóloga un proyecto para convertir las sendas algo dispersas en un camino señalizado, que recuperase trozos de calzada e instalase albergues al modo de las antiguas posadas o mansiones romanas. Es más, proponíamos hacer una red de sendas por todo el país, señalizadas con árboles y siguiendo en lo posible las calzadas romanas, que, como sabemos, fueron los cauces por los que España tomó forma como nación cultural. En diversos países europeos hay desde hace muchos años numerosas sendas señalizadas, generalmente con carácter deportivo, pero en este caso tendrían además un sentido cultural del mayor interés. Presentamos la idea aquí y allá, pero nuevamente sin el menor éxito.

Sin embargo hoy han cambiado algo las cosas. El camino de Santiago se revitalizó cuando Fraga Iribarne, que entonces mandaba en Galicia, puso mucho empeño en darle propaganda nacional e internacional aprovechando un Año Jacobeo, y hoy la mayor parte del camino transcurre por sendas fuera de las carreteras.

Y he podido constatar que la Vía de la Plata, que es también un camino de Santiago, está señalizada y pasan por ella muchas personas de todas las edades y de muy diversos países. Quizá le faltan posadas, cuyo modelo podían ser los albergues juveniles, pero hay que suponer que todo se andará. En otros países europeos existen desde hace mucho tiempo redes de caminos señalizados, generalmente de carácter deportivo, pero los aquí propuestos tendrían además un carácter cultural extraordinario.

Decía que cuando seguí la Vía de la Plata casi nadie viajaba a pie en España, y cuando hablaba de promoverlo a otras personas les parecía algo absurdo y primitivo, pudiendo irse tan rápida y cómodamente en coche. Y es que el viaje a pie, debe reconocerse que tiene sus incomodidades. Uno tiene que cargar con el equipaje, soportar el cansancio, los soles o los fríos y, sobre todo al principio, las ampollas en los pies, a veces hay que dormir al fresco o seguir andando más de la cuenta si no se encuentra una pensión o fonda donde se esperaba; los bichos tienen más oportunidad de picarle a uno y es fácil también desorientarse, ahora menos, con la señalización. A mí me ocurrieron todas esas cosas y muchas otras. Recuerdo un libro de Gregorio Morán, escritor asturiano afincado en Barcelona y titulado expresivamente Nunca llegaré a Santiago, sobre el que hice una reseña hace tiempo. "La portada nos muestra al muy laico peregrino con una cara que es un poema. Se ve que no estaba habituado a andar y sufría mucho, a pesar de que salió con otra persona. Ya en Pamplona comprenderá que ha cometido un grave error: "No nos consuela nada que los dos curas y una empleada se admiren de nuestra voluntad por hacer la Ruta Jacobea. Incluso se me atraganta la bilis cuando uno de los sacerdotes añora nuestra libertad para poder hacerlo. (...) Me arrepiento de no haberle dicho lo que pensaba, y posiblemente hice bien. No habría entendido nada y se habría escandalizado de que alguien le dijera que se engañaba a sí mismo, o era un cínico, o ambas cosas". No obstante, el viaje tuvo su belleza: "Después de unas horas de marcha no había a nuestro alrededor más que fábricas y talleres y algún descampado con basura". También hallazgos notables, como este cartel ante un minifundio navarro: "Zepo en la tierra si lo pisas te arranca la pierna". Y encuentros novelescos: "Llegamos (...) derrengados y helados hasta las ingles. Tras mucho insistir, al timbre y a las voces aparece un conserje que nos mira con una sonrisa de superioridad y nos espeta (...). "Vagos". Sin mochila y en otro estado le habría dado sin piedad una patada en los cojones. Lo repitió dos veces. "¡Vagos! ¡Vagos!" y añadió como colofón: "¡son las ocho!".

Con tantas emociones, el autor persiste en su dura marcha, y el lector agradece ese tesón casi heroico, pues le proporciona bastantes carcajadas, levemente culpables porque es bien visible que el caminante no busca en absoluto hacer gracia. Morán, que ha escrito varios libros interesantes de historia reciente, es un descreído, no le sobra humor ni ánimo aventurero, y su sensibilidad choca con la tradicional del camino. Sólo en León se da por vencido, y tomando el autobús, deja a un lado Santiago y termina en Finisterre. Real como la vida misma. Y uno se pregunta entonces cómo pueden estar entre sus mejores recuerdos los viajes a pie que ha hecho.

Y es que las compensaciones son muy superiores a las incomodidades. Cuando uno echa a andar por campos y montes, sin otro objeto que llegar a algún lugar a una hora poco concreta, sale de lo cotidiano con mucha más fuerza que cuando va de vacaciones. Parece como si entrase en otra dimensión, el espacio y el tiempo se perciben de un modo muy distinto, y se experimenta una sensación de libertad que no existe en los viajes en coche, o en tren, o programados. Uno se siente en cierto modo dueño del paisaje percibe con mucha más agudeza el paso de las horas, la marcha del sol, la llegada de la tarde y el caer de la noche. Cada jornada parece una vida a pequeña escala, desde el entusiasmo y la fuerza juvenil de la mañana hasta el cansancio por así decir senil del atardecer, con el ocaso del sol como símbolo de otros ocasos.

A mi entender conviene hacer estos viajes en solitario. Por supuesto, se pueden hacer en compañía, lo cual tiene muchas ventajas, pero el carácter del viaje cambia entonces. Yo fui solo la mayor parte de ellos: la sensación de libertad es mayor, uno paga sus propios errores y no los ajenos, las sensaciones del entorno son más nítidas y los encuentros ocasionales más vivos. Claro que a veces es más aburrido, y no es aconsejable para las personas que no soportan la soledad.

Me aficioné a este tipo de viajes después de leer el Viaje a la Alcarria, de Cela, una verdadera obra maestra. Cela hizo buena parte del viaje en compañía, pero el libro está escrito como si hubiera ido solo todo el tiempo, un truco literario que, en definitiva, le da mayor viveza. Luego leí otros libros de viajes suyos que ya no me parecieron tan buenos. En todo caso, como digo, me aficioné e hice bastantes más viajes por el estilo, aparte del que relato en el libro que ahora presento...

**** Empresas contra la libertad

La empresa que gestiona el monopolio de la publicidad en los autobuses urbanos de La Coruña ha rechazado nuestra oferta de contratación, conforme a su tarifa de precios, de una campaña por la cooficialidad lingüística -que es la regla general- también en la toponimia -que es la excepción. Una excepción carente de justificación-.La campaña llevaría el lema "La Coruña, con L de Libertad", y en ella se explicaría que lo que pretendemos, con el respaldo de asociaciones de vecinos, comerciantes, cívicas en general y ciudadanos a título singular, es la cooficialidad de los nombres en los dos idiomas, allí donde existen, y no, como hicieron los normalizadores compulsivos,sustituir el nombre oficial actual, por el expulsado de la cooficialidad. No es una campaña revanchista, sino reparadora. Pero no ha sido posible: el que manda en la publicidad de los autobuses públicos -una extensión directa del poder municipal- ha dicho que nada de política antes de las elecciones.

En el archivo anexo lo relatamos.

Gracias por su interés.

http://www.corunaliberal.es/

Pilar Pato, presidente de Coruña Liberal.

**** Aído gasta 845.000 euros en "investigaciones feministas". Convertir la ideología en negocio (con dinero público) ha sido el gran hallazgo de esta gente. Las "investigaciones feministas" son desde hace décadas un fuente considerable de ingresos para unas cuantas y unos cuantos, en las universidades. La tiorrilla va a impulsarlas más aún. Nunca les llega el dinero que, según afirman, "no es de nadie".

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