Conforme a su tradición golpista, los republicanos intentaron imponerse, en 1930, mediante un pronunciamiento militar (suele olvidarse). A continuación, la monarquía les permitió presentarse a las elecciones, primero a unas municipales. Esas elecciones no implicaban cambio de régimen; los republicanos las perdieron por gran diferencia, y sin embargo dos días más tarde estaban en el poder.
¿Fue un golpe de estado? Sin duda. Pero, ¿quién lo dio? No los republicanos, sino los monárquicos que, despreciando su propia legalidad y a sus votantes, entregaron el estado a sus enemigos. “Nos regalaron el poder”, reconoce Miguel Maura, verdadero artífice de la operación junto con Romanones en el bando del rey. Con ello la monarquía se declaraba a sí misma ilegítima y legitimaba la república.
Un caso con pocos precedentes en la historia, bien revelador de que las convulsiones en la historia de España no han venido sólo de grupos mesiánicos y/o terroristas, sino de la flojera irresponsable y el oportunismo de quienes defienden, supuestamente, la estabilidad social y las libertades. Sólo Juan de la Cierva acertó. “El rey se equivoca si piensa que su alejamiento y pérdida de la Corona evitarán que se viertan lágrimas y sangre en España. Es lo contrario, señor”.
Por consiguiente, la II República nació como un régimen legítimo. Otra cosa es que luego lo hundieran unas izquierdas formadas a partes iguales por iluminados, ineptos y saqueadores del erario, como venía a decir Azaña. Excepciones: Besteiro y pocos más.
Hoy, una Alianza contra la Constitución formada por un corrupto PSOE, los mesiánicos separatistas y la ETA, ataca a la España democrática por procedimientos ilegales, esto es, golpistas. La oposición, entre la flojera, el desconcierto y la colaboración. Por eso es la hora de los ciudadanos.