Alguien debería escribir un libro, en plan amable, sobre los más o menos repentinos cambios de creencias políticas de tantos personajes públicos por los años 70 y 80, desde Cela hasta Gila. Podría titularse algo así como "Los que cambiaron de chaqueta", y resultaría un documento cómico impagable: ¡la naturaleza humana, para que digan muchos que tal cosa no existe!
He aquí una bella reconstrucción de la memoria, digna del gobierno actual y sus leyes al respecto: "Hizo Ricardo una introducción a la guitarra, con el fondo del piano del maestro Quiroga, y allí delante de Franco, por culpa de quien tantos españoles se habían tenido que ir de España y no podían volver y tenían que vivir lejos de su tierra, me puse a cantar la canción ("El emigrante") que precisamente hablaba de ellos, porque entonces no había todavía emigrantes a Alemania con la maleta amarrada con guita, sino exiliados de nuestra tragedia por todo el mundo". Juanito Valderrama.
Así, el cantante estaba denunciando a Franco ante sus propias narices, y el Caudillo (gracias a Preston y compañía lo sabemos: era muy torpe y no se enteraba de nada) felicitándole y pidiéndole cortesmente un bis. No me digan que no tiene gracia. Digamos de pasada que por entonces se emigraba bastante, principalmente a Hispanoamérica. Pero aparte de ese pequeño detalle, ¿pueden imaginarse ustedes a aquellos tremendos comecuras exiliados haciéndose rosarios y rezando a la Virgen de San Gil o a cualquiera otra? La mera imagen da para reírse un buen rato.
Y sí, es cierto, aquellos emigrados solían añorar España. Pero una parte de ellos, los separatistas, la odiaban, y los internacionalistas tendían a despreciarla. Y entre todos habían hecho normal el grito "¡Viva Rusia!", y subversivo el "¡Viva España!".
Ah, la "memoria histórica", qué trágicómica llega a resultar.