El mismo 20 de noviembre de 1936 murieron José Antonio y Durruti, el uno fusilado en Alicante, el otro en un incidente oscuro ante la Ciudad Universitaria de Madrid. En Federica Montseny o las dificultades del anarquismo, recojo algunos datos de interés sobre ambas muertes. El líder anarquista no estaba muy contento. A su compañero García Oliver le habría comentado: "Parece que Federica (Montseny) se colgó del teléfono en una crisis nerviosa, tocó a rebato y dio a entender que mi presencia en Madrid podría salvar Madrid y desplazar a los comunistas en el protagonismo de la batalla". Furioso, García le había replicado: "No sé cómo podríamos relegar al gineceo a esa mujer. Va, viene, se mezcla en todo, no aporta ninguna solución...".
Durruti marchó a Madrid, pues, "como revulsivo frente a la propaganda comunista". Su papel no fue muy lucido y desde el primer momento los comunistas hicieron a su columna varias faenas para desprestigiarla. Así, propalaron en rumor de que no quería combatir. En realidad fue un asesor comunista quien aconsejó al líder ácrata dar a sus tropas un día de descanso, celada en la que cayó el recién llegado ingenuamente. Por lo demás, recuerda Montseny, "los libertarios catalanes estaban convencidos de que en Madrid los comunistas se las arreglarían para llevarlos al sitio de mayor peligro, para que fueran aniquilados".
Y aquel 20 de noviembre, Durruti "cayó frente al enemigo, víctima de su valor personal y de su sentido de la responsabilidad", asegura Montseny con cierta infidelidad a los hechos, y arguye, con revelador sofisma: "Esta es la verdad histórica. Todas las otras versiones, consciente o inconscientemente, solo pueden favorecer al franquismo y disminuir el prestigio de la CNT". Corrieron rumores de que había sido asesinado por la espalda [práctica no infrecuente en el Frente Popular], o bien víctima de un accidente al disparársele su propia arma. Esta última versión parece la más verosímil".
García Oliver y Montseny no congeniaban y se achacaban mutuamente la responsabilidad por haber entrado como ministros en el gobierno de Largo Caballero. Montseny ofrece un testimonio interesante sobre la muerte de José Antonio: "García Oliver vivió siempre con la idea de que la Falange (...) le hacía responsable de un hecho en el que, en realidad, no tuvo otra intervención que la de ostentar la cartera de Justicia". En el consejo ministerial del 19 de noviembre se recibió la notificación de la pena de muerte impuesta a José Antonio. Según Montseny, el ministro Álvarez del Vayo propuso negociar un canje con el hijo de Largo Caballero, preso por los franquistas. Pero Largo se había negado en redondo: "Ni hablar. Que la justicia siga su curso". Y así fue. El hijo de Largo se salvaría.
Treinta y nueve años después fallecía Franco, también un 20 de noviembre. En Franco, un balance histórico, observé: "En estos años ha predominado una opinión muy negativa sobre el general gallego, y han sido denunciados a todos los vientos los males y desequilibrios de la sociedad franquista (...) Debe relativizarse asimismo el cargo principal hecho a su régimen: su carácter dictatorial. La realidad demostró que no había alternativa a él, tanto porque, tras la experiencia republicana, muy poca gente añoraba un sistema de partidos, como porque quienes invocaban las libertades contra Franco eran en realidad mucho más totalitarios que él, y los pocos que eran sinceramente demócratas prefirieron, por diversas razones, no causarle problemas.
Algunos críticos pretenden, con dudosa ingenuidad, que "todas las dictaduras son iguales". Nada más erróneo. Notamos a primera vista las diferencias entre unas y otras con sólo comparar la de Franco con la de Fidel Castro, tan popular en los ambientes "progresistas" del mundo entero. El castrismo descansa en un aparato policial realmente monstruoso, ha arruinado materialmente al país y lo dejará profundamente dividido. Las dificultades de Cuba para democratizarse serán enormes, como lo han sido o siguen siendo las de Rusia y los países del este de Europa, mientras que la democratización en España llegó como una consecuencia natural, sin más fricciones y riesgos que los ocasionados por las izquierdas extremistas y los separatismos, y las reacciones de una débil extrema derecha a la violencia de aquellas.
Quiero decir con esto que las acusaciones deben ponerse en relación con las circunstancias de la época y no contrastarlas con exigencias éticas absolutas, incumplibles también, por supuesto, para los acusadores. Así pues, dada la sobreabundancia de críticas y ataques, no todos falsos o calumniosos, recibidos por el Caudillo en los últimos treinta años, podría entenderse este ensayo como un intento de restablecer el equilibrio a base de rescatar aspectos más positivos e injustamente omitidos. En parte es así, pero quisiera llamar la atención sobre la envergadura de estos aspectos positivos, que, a mi juicio, opacan a los negativos.
A lo largo del libro he mencionado unos cuantos de ellos, desde su disciplina ante la república a su conducta con los judíos. Sin embargo considerando la cuestión en conjunto, cabe destacar tres hechos por encima de cualquier opinión:
a) Franco derrotó la revolución en tres ocasiones, en 1934, cuando la insurrección socialista-nacionalista catalana; en 1936-39; y en 1944-49, cuando el maquis y el aislamiento internacional.
b) En circunstancias sumamente adversas libró a España de la guerra mundial, que hubiera causado devastaciones y víctimas sin cuento, y seguramente un golpe durísimo a los Aliados.
c) Dejó un país próspero y, más importante aún, políticamente moderado, donde las exaltaciones del pasado estaban superadas. Gracias a lo cual han sido posibles casi treinta años de democracia.
Estas tres hazañas, pues son auténticas hazañas, entre otras menores, dejan forzosamente muy en segundo término los defectos y fechorías achacables a su régimen. Tan es así que sus detractores han debido recurrir a especulaciones psicológicas increíblemente retorcidas, amén de incomprobables, para hurtarle el mérito de ellas. Si hubiéramos de dar crédito a esas versiones, el Caudillo, zoquete incapaz de ganar una guerra, habría querido prolongarla por gusto de la sangre, habría querido entrar en la guerra mundial, habría querido mantener al pueblo en la incultura, el atraso y la miseria, etc. Y sin embargo, misteriosamente, todo le salía al revés, a pesar de ser un brutal tirano absoluto, personalmente un hombrecillo cruel, gris y mediocre. En fin, esos métodos irracionales de analizar la historia nos remiten a las primeras páginas de este ensayo: el odio, a menudo feroz, con que ha sido distinguido en medios amplios e influyentes, y que ciega a quienes lo profesan.
Cae de su peso que los logros de Franco no son sólo suyos. Dispuso de la adhesión y la labor inteligente de buen número de políticos, diplomáticos, intelectuales y militares. La memoria de esas personas ha sido harto maltratada por otras que, siéndoles inferiores, se erigen en jueces implacables desde el estrado de unas autoatribuidas virtudes democráticas, nunca demostradas en tiempos de la dictadura.
Sólo gentes muy frívolas o muy ignorantes de las dificultades políticas experimentadas por la sociedad española desde la invasión napoleónica, minimizarán el alcance de las realizaciones franquistas. A mi juicio esos tres logros cruciales del Caudillo lo convierten en el personaje político de mayor envergadura en la historia de España de los dos últimos siglos, en rivalidad, si acaso, con Cánovas.
Otro tópico sin fundamento asimila a Franco con Hitler o Mussolini. Ya es un abuso la habitual identificación entre el poco sanguinario fascismo y la terrible crueldad nacionalsocialista. Ello aparte, Hitler y Mussolini condujeron a sus patrias a la catástrofe, exactamente al revés que el español. Y éste, si bien recibió ayuda de ellos, mantuvo su independencia, al contrario que el Frente Popular en relación con Stalin Y tampoco sus regímenes se parecieron mucho. El franquismo tomó algunos rasgos del alemán y el italiano, pero rechazó siempre el carácter paganoide de éstos, se mantuvo católico y no alentó la presencia o movilización de las masas en la política, salvo casos especiales. Por tales razones no puede ser calificado de fascista, como ha reconocido hace tiempo la mayor parte de la historiografía seria, incluso de izquierdas. Fue más bien una dictadura autolimitada y autoritaria, no totalitaria como las de Hitler, Stalin, Castro o las del este europeo.
A mi juicio la comparación correcta podría establecerse con la dictadura polaca de Pilsudski. Éste preservó la independencia de su país y derrotó a la revolución, y por ello sus compatriotas le honran como un héroe nacional. Me parecen razones suficientes, y opino que Franco tiene las mismas y varias más para recibir la gratitud y el reconocimiento de la mayoría de los españoles. En otras palabras: una sociedad que no sepa reconocer y apreciar los méritos de quien la ha beneficiado, está condenada a seguir a demagogos enterradores de Montesquieu, infinitamente ansiosos de paz con los terroristas y de buen rollito con los separatistas y con los dictadores que más amenazan a su país. Está condenada a la convulsión o la descomposición y, muy posiblemente, a perder la libertad.