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Pío Moa

¡Hurra por Inglaterra!

Ustedes recordarán que los políticos nos metieron en el euro sin contar para nada con la opinión pública y, peor todavía, engañándola groseramente con promesas de estabilidad y prosperidad eterna.

Como ha explicado el ministro de Economía inglés: "Si hubiéramos firmado el tratado -si David Cameron hubiera roto su palabra con el Parlamento y los ciudadanos, cediendo sin conseguir las contrapartidas que pedía-, hubiéramos sentido toda la fuerza de esos tratados europeos, es decir, del tribunal europeo, la comisión europea y el resto de esas instituciones aplicando los tratados y usándolos para socavar los intereses británicos y del mercado único". Es decir, ha hecho una declaración de democracia y de independencia no solo económica sino política, frente al rebaño de políticos europeos dispuestos a hacer caso omiso de sus conciudadanos y renunciar a sus derechos de primogenitura a cambio de un plato de lentejas o, más propiamente, a la promesa de un plato de lentejas que quizá sea solo un espejismo o resulten estropeadas y poco nutritivas. Un dilema eterno el de la primacía de los derechos o de las lentejas; pero suele ocurrir que quienes ponen en primer lugar las lentejas terminen perdiéndolas, además de la dignidad.

Ustedes recordarán que los políticos nos metieron en el euro sin contar para nada con la opinión pública y, peor todavía, engañándola groseramente con promesas de estabilidad y prosperidad eterna. Ante la crisis en que ha desembocado el invento, ¿han visto ustedes a alguno de esos políticos analizar sus propias actuaciones, dimitir, responsabilizarse al menos, entonar un mea culpa? Ni uno. Ha habido sustituciones, impuestas por las presiones del gobierno alemán y, en menor medida, el francés, los que realmente mandan en la UE. Se supone que en una democracia los políticos tienen responsabilidad en los éxitos o los fracasos de sus países, pero solo en Islandia parecen habérsela exigido. Lo cual plantea serias dudas sobre la clase de democracia, de control popular que tenemos, al margen de la pérdida sistemática de soberanía a manos de unas burocracias opacas y unos diputados "elegidos" por casi nadie y que, sin embargo, votan ley tras ley que afecta a nuestras vidas.

En la mentalidad creada desde hace muchos años, todo gira en torno a las lentejas. ¿Hay más lentejas? Entonces todo va bien, aunque la democracia y la salud social se deterioren y las sociedades envejezcan a gran ritmo. ¿Que las lentejas se echan a perder? No importa, no hay que pensar en derechos o soberanía, porque, aseguran, complicaría las cosas y sería mucho peor.

Suiza y Noruega están fuera de la UE. Ni por ello se empobrecen –al contrario–, ni se aíslan, ni pierden prestigio –también al contrario–, y mantienen su independencia y soberanía sin hacerlas depender de Berlín, París o Bruselas. España tiene su propia experiencia: nunca creció de manera tan rápida y sana como en los últimos quince años del franquismo, fuera de la CEE. La entrada en la CEE, luego UE, nos fue presentada por los demagogos como la maravilla de las maravillas. Pero trajo consigo pérdida de independencia, ninguna ayuda en nuestros conflictos con Marruecos o Gibraltar, y un ritmo de crecimiento económico mucho más bajo, insano y dependiente, con frecuentes altibajos. Esta no es la primera gran crisis que sufrimos: en los últimos años del felipismo hubo otra parecida. "Europa nos protege de nosotros mismos", aseguran los cretinos.  

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