Una de las características –y tragedias– de la izquierda española es su total ausencia de inclinación anticomunista. Esto nunca debería dejar de sorprendernos. En otros países, la lucha anticomunista incluye a parte de la izquierda. Algunos destacados pensadores anticomunistas se consideraban personas de izquierdas. George Orwell es seguramente el mejor ejemplo.
En España nunca hemos tenido un Orwell. El socialismo español, por lo general, se ha considerado moralmente inferior al comunismo. El comunista era el luchador por la justicia social en estado puro y el socialista era su versión adulterada. La renuncia del PSOE al marxismo en 1979 fue una cesión de sus principios en favor de sus ansias por llegar al poder. Entre el poder y el marxismo, el PSOE eligió el poder. Y aún hoy vive acomplejado por haber cometido esta traición ideológica.
Todo ello significa que, por ejemplo, ningún intelectual o político de izquierdas se atreve a equiparar al comunismo con el nazismo y el fascismo. Es decir, no considera al totalitarismo como su enemigo; podrá ser antifascista pero nunca será antitotalitario. Esto, en la práctica, significa ponerse al servicio de un totalitarismo contra otro sin darse cuenta (o sin querer admitir) que lo realmente importante de esta actitud es el sometimiento a un totalitarismo y no la lucha contra el otro.
Esta actitud, insistamos en ello, no es lo habitual en el mundo occidental. Tony Judt, por ejemplo, fue un gran intelectual de izquierda británico que escribió militantemente contra el comunismo hasta sus últimos días. Y otro intelectual de izquierda que comparte esta tradición anticomunista es el historiador y experto en el Holocausto norteamericano Timothy Snyder.
Snyder publicó en 2017 un librito titulado Sobre la tiranía. Es un libro militante contra la presidencia de Donald Trump. Snyder ve en Trump el potencial heredero de las técnicas liberticidas de los totalitarismos del Siglo XX; de todos ellos, tanto del fascismo como del comunismo. El planteamiento de Snyder seguramente sea exagerado (Trump no es ni un Stalin ni un Hitler), pero su análisis de los excesos de las tiranías totalitarias es excelente.
Más aún, a ojos de un español de 2019, el libro ofrece una serie de consejos que creo deberían ser de obligada lectura para todo aquel que crea en la necesidad de oponerse al independentismo catalán y al futuro Gobierno español de alianza entre el PSOE y Podemos.
Destacaría tres de las ideas del libro de Snyder. Primero, la obediencia al Gobierno liberticida no debe prestarse con antelación. Al contrario, el Gobierno debe sentir que sus deseos se cumplen con dificultad. Un Gobierno liberticida siempre tiene tendencia a arrollar al contrario para salirse con la suya. Por ello, es indispensable que se le oponga resistencia desde el primer momento; la falta de oposición es considerada aquiescencia por el liberticida y esto nunca debe ocurrir.
Segundo, las instituciones no se defienden solas. O las personas las defienden o éstas sucumbirán al poder liberticida. No hay Estado de Derecho y régimen de separación de poderes que resista a la embestida de un Gobierno potencialmente tiránico sin la ayuda de una parte de la población. Por ello, la labor de oposición pasa necesariamente por la defensa de la arquitectura institucional liberal.
Y, tercero, el opositor al liberticida debe cuidar su lenguaje. No debe utilizar el lenguaje mayoritario impuesto por el Gobierno. Debe pensar en su propia forma de expresarse y no dejarse arrastrar por los clichés. La lucha por la libertad es también la lucha por un lenguaje no sometido a los intereses del poder liberticida.
Dediquen una hora a leer el libro de Snyder. Les aseguro que lo terminarán con las ideas mucho más claras sobre cómo enfrentarse a los enemigos de la libertad en España. Y, también, echarán de menos una tradición anticomunista en la izquierda española.