Venezuela se ha convertido en uno de los países más peligrosos del mundo para la gente normal y Caracas, en la ciudad en la que se registran más asesinatos (3.862 en 2012). Salir a la calle es en muchos lugares de la república bolivariana un riesgo real que puede acarrear la muerte violenta. Pese a los planes del Gobierno socialista de Nicolás Maduro por censurar las informaciones y los datos sobre la delincuencia, con demandas y cierres de los medios de comunicación, los miles de muertes son inocultables.
El ministro de Interior venezolano, Miguel Rodríguez, afirmó el pasado día 3 que en 2013 se registró sólo una media de 39 asesinatos por cada 100.000 habitantes y descalificó cifras de la organización no gubernamental Observatorio Venezolano de Violencia (OVV), que calculaba en un informe la tasa de homicidios en 79 por cada 100.000 habitantes, medición que está entre las cinco más altas del planeta. La media española es de 0,96 homicidios y la alemana de 0,89. El número de personas muertas por actos de violencia en el país lo situó el OVV en 24.700.
Aunque se aceptase el porcentaje del Gobierno venezolano, éste sería superior al de Colombia, que pese a la existencia de dos bandas de narcoterorristas como las FARC y el ELN, más los cárteles de la droga, ha reducido su tasa de muertes violentas por debajo de 35.
En esta situación, el asesinato en el día de Reyes de la actriz y Miss Venezuela 2004 Mónica Spears (29 años) y su marido, el irlandés Henry Thomas Berry (39), en la autopista que enlaza Puerto Cabello, el mayor puerto comercial del país, con la ciudad central de Valencia, unos 170 kilómetros al oeste de Caracas, ha sido la causa de una protesta popular contra el régimen chavista, que gobierna desde 1999.
Sólo otro asesinato múltiple fue capaz de conmocionar a todo el país, incluso hacer que el Gobierno, entonces encabezado por Hugo Chávez, aparentase comprometerse en combatir la delincuencia: el secuestro y asesinato por policías de los tres hermanos Faddoul y de su chófer, en 2006.
Casi tantos muertos como en la guerra de Irak
Los números de venezolanos muertos por la delincuencia parecen un parte de guerra: en el año 2012 ascendieron a 21.000 y en 2013 a los ya citados 24.700, para una población que ronda los 30 millones. En 1999, primer año de gobierno de Chávez, los homicidios registrados fueron 5.868. Es decir, en menos de 15 años las muertes violentas en el país donde existe el Ministerio de la Suprema Felicidad Social se han cuadruplicado.
Sumados los muertos desde 1999, se acercan a los 160.000. La guerra de Irak, desde 2003, ha costado unas 162.000 vidas. Esta auténtica sangría ocurre en un país donde no hay conflictos armados y donde su clase dirigente pretende estar construyendo una alternativa al capitalismo depredador, el colonialismo y el neoliberalismo.
La reacción del régimen chavista ante su fracaso en reducir la delincuencia ha sido la habitual de las dictaduras: prohibir que se hable de ello. Como recuerda el director de OVV, el sociólogo Roberto Briceño León,
Diciembre del 2003 fue el último momento en el cual se pudo tener acceso libre a la estadística sobre criminalidad y delito en Venezuela; hasta esa fecha, las cifras de delitos conocidos por la Policía eran públicas, se podían obtener sin trabas de las autoridades y estaban disponibles en los anuarios y en las páginas electrónicas de los organismos competentes para cualquier investigador o ciudadano.
Los investigadores sociales han tenido que recoger los datos acudiendo a la prensa, los juzgados, los cementerios y las morgues, por lo que los números reales seguramente son superiores.
Los pasos siguientes dados por el socialismo bolivariano fueron amedrentar a quienes denunciaban la delincuencia o protestaban por las muertes (el chavismo llegó a mandar a sus bandas de la porra contra las manifestaciones) y censurar los periódicos.
Tanto Chávez como Maduro han señalado como culpables de la violencia a manos negras, conspiradores extranjeros y, cómo no, modelos de conductas del imperio. Chávez clamó contra los videojuegos, como cualquier abuela mormona de Utah:
Esos juegos que llaman Playstation, un veneno. Hay juegos que te enseñan a matar.
Ese muchacho que a los 14 años carga una pistola de 9 milímetros tiene en el cerebro miles de horas de transmisión de series donde matan gente. En estos días nos pusimos a ver El Hombre Araña 3. Eso es candela, desde que empieza hasta que termina es muertos y más muertos. Y es una de las series que más les gusta a los niños chiquitos.
El crecimiento de la impunidad y el odio
Sin embargo, Chávez y sus partidarios tienen mucha responsabilidad en la sangre que mancha a diario las calles de Venezuela.
Antes del chavismo, los dos momentos en que los homicidios dan un salto son los correspondientes al Caracazo (1989), la revuelta popular contra el socialdemócrata Carlos Andrés Pérez por su plan de reformas económicas, y el golpe de Estado de Chávez y su banda contra Pérez (1992): armas en las calles, violencia por parte de las instituciones… A estos elementos se unió desde 1999 la ruptura de la institucionalidad perpetrada por los nuevos gobernantes, cuya finalidad era la de construir la que llamaban V República.
Briceño León explica que entre las décadas de los años 60, 70 y 80 del siglo XX, en la época del bipartidismo entre adecos (socialdemócratas) y copeyanos (democristianos), Venezuela tenía una tasa de entre 8 y 10 homicidios por cada 100.000 habitantes; es decir, entre 1.000 y 1.500 víctimas anuales. En 1989, el año del Caracazo, se registraron 2.513 asesinatos, y en 1992 se subió a 3.366, lo que significaba una tasa de 16 homicidios. En 1999, un nuevo salto, 5.968. "Desde entonces, los números no han dejado de aumentar", concluye Briceño.
La ingeniera y diputada de la oposición María Corina Machado achaca al Gobierno socialista culpabilidad directa en el aumento de la delincuencia:
Desde el Alto Gobierno se incentiva la impunidad, porque los malandros, junto con el resto del país, ven televisión y observan cómo los matones del PSUV golpean en pleno hemiciclo a diputados opositores y luego son premiados con cargos públicos. También observan cómo los chavistas y sus hijos se hacen ricos, sin recibir castigo alguno, a menos que se aparten de la línea del partido. Y han aprendido, a través de años de modelaje, el lenguaje del odio, la agresión, la violencia y el resentimiento. Los delincuentes concluyen que pueden matar y robar impunemente, siempre y cuando griten "Uh, ah" y "¡No volverán!".
Y a los hampones habituales se unen los uniformados que deben perseguirlos. Un exmagistrado del Tribunal Supremo, Luis Velázquez Alvaray, acusó al general Noel Martínez, que participó en el cuartelazo junto con Chávez, de planear el secuestro de los hermanos Faddoul y ordenar su asesinato.
Pero ¿por qué unos militares fracasan en controlar el orden público? Aparte de la incompetencia, hay que tener en cuenta que la izquierda siempre ha visto en la delincuencia, como en la inflación (Keynes atribuía a Lenin la consigna de que la mejor manera de destruir la sociedad capitalista era mediante la depreciación de su moneda), un método de control social, ya que si el ciudadano está preocupado por sobrevivir, no presta atención a la política. Por ello ha considerado a los delincuentes comunes como recuperables como víctimas de la sociedad burguesa y utilizables contra los delincuentes políticos.
Este trasfondo lo encontramos en un discurso del presidente Maduro, después del asesinato de Spear, en el que enunció su programa de lucha contra la delincuencia con corazón:
No se trata de guerra al hampa, no; no se trata de represión al pobre, al mestizo, al pueblo, como nosotros recibimos durante años, no; se trata de proteger el derecho a la vida. Y si nosotros estamos tendiendo la mano a la paz, a la cultura, al deporte, al trabajo, insistiendo una y mil veces.
Curioso. Maduro tiende la mano al hampa, no a la casi mitad del país que vota a la oposición.