Estoy convencido de que el Partido Demócrata y sus apoyos (Hollywood, Wall Street, big tech, medios de comunicación y republicanos nevertrumpers) han manipulado las elecciones, mediante la censura de las noticias de la corrupción de la familia Biden y mediante el recuento del voto electrónico, que debería ser excluido de todas las elecciones.
También estoy convencido de que la ceremonia de inauguración del 20 de enero la protagonizarán Joe Biden y Kamala Harris. Si no ocurriese así, reconozco que sería el primer sorprendido.
Trump empezó a perder las elecciones cuando los estados clave que le dieron la presidencia en 2016 (Pensilvania, Michigan y Wisconsin) suprimieron los ya escasos requisitos para la emisión del voto por correo, como expliqué en mi libro Los césares del imperio americano. Y ello sucedió con la indiferencia o la aquiescencia de los legislativos estatales controlados por los republicanos. Después, la censura de las big tech a las revelaciones sobre Hunter Biden, desde droga a sobornos. Y por último la votación del 3 de noviembre, cuando las administraciones de seis o siete estados pararon el recuento por unas horas y, al reanudarse éste, en todos ellos la candidatura de Biden-Harris superó a la de Trump-Pence.
El presidente y su círculo íntimo aseguraron que se había producido un fraude y anunciaron, además, que tenían las pruebas para demostrarlo. Éstas no han aparecido o no lo han hecho de una manera tal que pasen a ser evidencias. Se están cumpliendo los plazos establecidos en la Enmienda XII y en las demás leyes, mientras los tribunales, tanto estatales como el federal, rechazan los recursos de los republicanos.
El día de Reyes Magos de 2021
El lunes pasado votaron los 538 miembros del Colegio Electoral y los vencedores son Biden y Harris. Ningún legislativo estatal controlado por los republicanos se ha atrevido a nombrar a los electores por su cuenta. La última línea de resistencia ha sido una doble emisión de votos en siete estados: los demócratas y los republicanos. De acuerdo con la Electoral Count Act (1887), los estados envían los resultados a Washington DC y en la sesión conjunta del nuevo Congreso programada para el 6 de enero se abrirán los sobres, se sumarán los votos y se proclamarán al presidente y al vicepresidente para los próximos cuatro años.
Al plan de Trump sólo le queda la siguiente etapa: llegar al día de Reyes con un quintal de pruebas irrefutables sobre el fraude electoral. De esta manera, los parlamentarios fieles a Trump pedirán que el Congreso no certifique los resultados enviados por esos siete estados y se pase a una elección contingente, porque el presidente cesará indefectiblemente el 20 de enero.
Ya expliqué que en una elección contingente, la última de las cuales se produjo en 1825, la Cámara de Representantes elige al presidente y el Senado al vicepresidente. Los senadores votan individualmente entre los dos candidatos con más votos en el Colegio Electoral. En cambio, los diputados de la Cámara escogen entre los tres candidatos más votados, pero agrupados por sus estados de origen. Los 53 de California tendrían un único voto, igual que el diputado de Alaska y el de Vermont. Aunque los republicanos están en minoría en la Cámara (tienen 212 escaños frente a 222 demócratas), en estados cuentan con una mayoría de 27.
Ahora bien, ¿se puede producir a esta situación? Lo dudo mucho. Todo depende de que el Congreso rechace los votos de los electores demócratas de esos siete estados. La última disputa se dio en 1961, cuando el estado de Hawái envió dos listas de electores al Congreso. El presidente del Senado, que es el encargado de contar los votos en esa sesión conjunta, era entonces Richard Nixon, en su condición de vicepresidente, y rechazó entrar en el asunto y, caballerosamente, dio esos tres a su rival Kennedy…, sobre cuya victoria en las elecciones de 1960 hay muchas dudas.
Y no olvidemos dos detalles. La votación contingente necesita de un quórum de dos tercios de los miembros de cada cámara, por lo que los demócratas podrían bloquearla fácilmente. Y el 5 de enero se votará en Georgia para elegir a los dos senadores estatales. Si los demócratas ganan, lo que es posible debido a la división en el campo republicano, se harían con el control del Senado (habría un empate a 50 y decidiría la presidencia, que ejercería Harris), y de esa manera dispondrían del Ejecutivo y del Legislativo federal.
Muy mal pintan las cosas en la tierra de la libertad. El país puede convertirse en el campus de Harvard, del que salen las hordas de millennials ofendidos. Con razón escribió el pensador conservador William Buckley: "Prefiero que me gobiernen los dos mil primeros nombres de la guía de teléfonos de Boston que el claustro de profesores de la Universidad de Harvard".
El 'trumpismo' no desaparecerá
De estas elecciones podemos sacar varias lecciones.
Los progres, en EEUU o en España, son el partido de la plutocracia y disponen de todo tipo de medios para ganar votaciones. Los medios de comunicación tradicionales coronarán a sus candidatos, convertidos en una mezcla de príncipe azul y caballero sin espada.
El voto electrónico, siempre, y el voto por correo, en ocasiones, son una amenaza para la integridad de las elecciones. El primero debe ser eliminado y el segundo restringido al mínimo.
El deterioro de la democracia de EEUU es imparable y preocupante. Ya en 2016 un sector demócrata incitó a los electores republicanos a no votar a Trump, porque era un espía ruso o un tonto de capirote que desencadenaría una guerra nuclear. Desde entonces, los progres han atacado a Trump y a sus votantes con odio y mentiras.
Y nunca, jamás, menosprecies a tu enemigo y creas que tienes mejores cartas que él. Biden es un candidato pésimo y no ha vencido limpiamente… pero será el presidente, hasta que sus amos decidan poner a Harris en su lugar.
El único consuelo que tengo es que Trump, con todo en contra, desde la covid-19 a Facebook, ha obtenido un 18% más de votos que en 2016. El trumpismo va a permanecer. Y dentro de dos años habrá elecciones para renovar la Cámara de Representantes y un tercio del Senado.