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Pedro Fernández Barbadillo

La RDA, el paraíso del burócrata policial

En algo superaron los comunistas alemanes a sus compatriotas nacionalsocialistas del III Reich: en la creación de un Estado policial.

El escritor Aquilino Duque me dijo una vez: "¡Cómo sería el comunismo que ni los alemanes pudieron hacer que funcionase!". Pues menos mal que no pudieron hacerlo. Pero en algo superaron los comunistas alemanes a sus compatriotas nacionalsocialistas del III Reich: en la creación de un Estado policial.

El Ministerio para la Seguridad del Estado (conocido por sus siglas como Stasi) tuvo 97.000 empleados que se encargaban de vigilar los actos y deducir los pensamientos de 17 millones de personas; además disponía de 173.000 confidentes.

Según la periodista Anna Funder (Stasiland),

se estima que en el III Reich de Hitler hubo un agente de la Gestapo por cada 2.000 ciudadanos y en la URSS un agente de la KGB por cada 5.830 personas. En la RDA, había un agente o un confidente de la Stasi por cada 63 personas. Si incluimos a los confidentes ocasionales, algunos estiman que había una proporción de un informante por cada 6,5 ciudadanos.

En el edificio de la Stasi había 15.000 burócratas tratando de digerir las riadas de papel que recibían. Por fortuna, los archivos de la Stasi se salvaron de la destrucción debido a que cientos de manifestantes penetraron en la sede en Berlín Oriental en enero de 1990. Gracias a ello, y a la absorción de la RDA por la RFA, los alemanes son los únicos ciudadanos de un país sometido al socialismo real que pueden acceder a los secretos de la policía política.

Muestras de olor corporal de los disidentes

Según el historiador Klaus-Dietmar Henke, que fue director de la Oficina de Documentación sobre la Stasi, los expedientes generados por ésta equivalen "a todos los archivos producidos en la historia alemana desde la Edad Media", y puestos en fila alcanzarían los 180 kilómetros. Sólo un régimen socialista pudo crear semejante aberración.

A fin de reprimir a los delincuentes políticos, la Stasi dedicó parte de sus esfuerzos a detectarlos por medio del olor corporal. Los policías se apoderaban de ropa interior de los sospechosos mediante registros domiciliarios, o los llamaban a sus oficinas y luego pasaban un trapo por el asiento en el que habían estado. Las prendas o el paño se guardaban en un tarro sellado con el nombre de la víctima. Después se intentaba que un perro tratase de encontrar ese olor en lugares donde se habían reunido elementos asociales. Esto debió de ser el socialismo científico.

La locura de la tiranía comunista de la RDA llegó a tal grado que en 1985 la Stasi y el Nationale Volksarmee (Ejército Nacional del Pueblo) elaboraron un plan para la ocupación de Berlín Occidental, ese tentador bocado del capitalismo rodeado por el paraíso socialista. Previsoramente, la Stasi acuñó medallas para repartir entre las tropas que participasen en la operación, y también dividió la ciudad entera en diversas zonas, y hasta enumeró los agentes que destinaría a cada una.

Todos sospechaban de todos, y sobre esta desconfianza creada se fundamentaba la existencia social.

Reapertura de cárceles nazis

En caso de recibir una orden determinada de la central, los jefes de las 211 delegaciones locales de la Stasi debían abrir unos sobres lacrados guardados en cajas fuertes y detener a las personas que aparecían en sus listas. Los burócratas socialistas habían elaborado este plan para anular a los disidentes en caso de crisis, la que fuese. El número de los marcados por la Bestia ascendía a 85.939: uno de cada 200 habitantes de la RDA.

Se había establecido un programa tan estricto que fijaba el número de detenciones (840 cada dos horas) y los lugares de detención (primero, las cárceles y los campos de internamiento, luego los colegios, las residencias de verano y hasta viejas prisiones nazis). También se habían detallado los metros de alambre de espino, las identificaciones de los detenidos y el paquete de ropa que recibiría cada arrestado: dos pares de calcetines, dos toallas, dos pañuelos, dos mudas de ropa interior, un suéter de lana, un cepillo y un tubo de pasta de dientes; para las mujeres, además, su higiene mensual.

El detestado jefe de la Stasi, Erich Mielke, había participado en el asesinato de un oficial de la Policía de Berlín y de un agente en 1931, huyó a la URSS de Stalin, donde se le entrenó en la Escuela Internacional Lenin de Moscú para cuadros comunistas, y participó en la guerra civil española en las Brigadas Internacionales. Durante su exilio en la URSS en los años 30 y luego durante la ocupación soviética de Alemania trabajó para la NKVD. Su entrenamiento y su fidelidad al comunismo le condujeron en 1957 a la dirección del Ministerio para la Seguridad del Estado. Ante las manifestaciones en Lepizig y otras ciudades de la RDA a principios de octubre de 1989, el dictador Erich Honecker ordenó a Mielke que reprimiese a los enemigos del socialismo. Mielke transmitió a sus subordinados la consigna de abrir los sobres y empezar las detenciones, pero los funcionarios ya no obedecían, porque temían por su futuro en un nuevo régimen.

Otro de los planes de la RDA contra el imperialismo revanchista consistió en entrenar desde 1975 a comunistas que vivían en la RFA en sabotaje, en unas instalaciones cercanas a Francfort del Oder.

Sin embargo, la Providencia (el destino o la marcha de la historia, para los agnósticos) hizo que este inmenso aparato de represión fuese inútil. La Stasi no detectó la gran marea popular contra la RDA ni pudo desbaratarla. En mayo de 1989 se celebraron elecciones municipales, absolutamente manipuladas, sin más protesta que un alto voto en blanco, pero en noviembre, después de una agitada conmemoración del cuadragésimo aniversario de la fundación de la RDA en octubre, el régimen se desmoronó y el muro se abrió.

El antenista que espió al embajador español

El diplomático Alonso Álvarez de Toledo (Notas a pie de página. Memorias de un hombre con suerte), que fue el último embajador español en la RDA (1985-1990), consultó las casi 400 páginas de su expediente, que le facilitó la Oficina Federal para la Documentación alemana, y comprobó que su teléfono no estuvo nunca pinchado. Sólo había transcripciones de sus conversaciones con los embajadores de Alemania Federal, EEUU, Reino Unido y Francia; es decir, la Stasi intervenía los teléfonos de los representantes de las otras potencias ocupantes de Berlín y de la Alemania rival.

El embajador asegura que tampoco estaban vigiladas "por medios técnicos" la embajada y su residencia. A finales de 1987 el Cesid realizó un barrido de ambos edificios durante dos días y no halló ningún micrófono ni ningún otro aparato electrónico plantado por la Stasi. Sin embargo, entre las resmas de papel de su expediente Álvarez de Toledo encontró el informe redactado por el técnico que acudió a reparar la antena de su aparato de televisión.

Y es que los déspotas de la RDA sabían que los canales de la televisión de la RFA eran uno de sus mayores enemigos. Intentaron interferir las señales o descubrir a quienes las veían observando la orientación de las antenas. Los burócratas comunistas habían detectado que llegaban más solicitudes de salida de la RDA de las zonas donde se recibía la televisión del Occidente decadente.

Los dueños de la Stasi sabían que habían creado un monstruo incontrolable. Ya depuesto de su trono, Mielke pidió ver su expediente personal.

No tenemos que olvidar que la RDA fue durante mucho tiempo un faro para la izquierda supuestamente democrática. El abogado Txema Montero, vinculado a Herri Batasuna y eurodiputado por el partido proetarra, declaró en 1997 que sus modelos políticos para una Euskadi independiente y socialista eran Albania, "por su conciencia nacional", y la RDA, "por su alto grado de desarrollo". ¿Quién habría sido el candidato de Montero para la Stasi vasca?

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