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Pedro Fernández Barbadillo

Jacques Chirac, abogado de Marruecos

Para perjudicar a España, a Chirac no hubo que animarle mucho.

Para perjudicar a España, a Chirac no hubo que animarle mucho.
Cordon Press

Cuando Felipe V recibió la corona de España con menos de 16 años de edad, su abuelo Luis XIV rodeó al joven rey de consejeros que le asesorasen y no le hiciesen olvidar el agradecimiento que debía a la rama mayor de su dinastía. Desde entonces, los gobernantes franceses, hayan sido Borbones, Bonapartes o presidentes de alguna República, han tratado de dar sus desinteresados y fraternales consejos a los españoles. Pocos se han resistido a ellos: Prim, Franco, Aznar y el propio Felipe V, que trató de recuperar los territorios italianos arrebatados en Utrecht con tal éxito que el regente de Francia se alió con Austria, Gran Bretaña y Holanda para frenar a la renacida España.

En cambio, los Romanones, Rodríguez Zapatero y Rajoy han tenido un comportamiento ante todo presidente francés afectado por el síndrome de Luis XIV propio de un felpudo. Y es que, cuando un inquilino de Moncloa no atiende las llamadas de París, en España suceden cosas imprevistas.

A Jacques Chirac, presidente de la República durante doce años (1995-2007) y primer ministro cuatro años en dos períodos separados, se le apodó de el Africano porque le encantaba relacionarse con los sátrapas que Francia había dejado en sus antiguas colonias. Allí encontraba poder, halagos, discreción y, sobre todo, dinero, para mantener su partido. Los dictadores africanos saben muy bien que pueden comprar políticos y creadores de opinión franceses a tanto el kilo, y en Marruecos son expertos en ello, pues el sultán hizo generosos donativos a la fundación de los Clinton.

Ignace Dalle afirmó en Hassan II entre tradition et absolutisme que el dictador marroquí entregó a Chirac cinco millones de euros para la campaña electoral de 1995, con la que, después de dos fracasos, por fin ganó la presidencia de la República. Por supuesto, quien paga manda. Y Chirac trabajó dentro de la UE, la OTAN y la ONU a favor de los objetivos marroquíes, del que el principal es la aprobación de la anexión del Sáhara Occidental, ocupado en su mayor parte.

Las pataletas por Aznar

La verdad, para perjudicar a España, a Chirac no hubo que animarle mucho, pues una de sus creencias arraigadas era la envidia a la historia de España.

Tenía por costumbre adoctrinar a los invitados iberoamericanos sobre la brutalidad de la conquista española y la fuerza de las culturas indígenas, pero nunca repitió esa operación sobre el colonialismo francés en África (en mayo de 1945, la armada y la aviación francesas bombardearon a manifestantes argelinos en Sétif y en 1961 la Policía mató en París a más de 200 argelinos), ni sobre los genocidios perpetrados por los revolucionarios en Europa.

La presidencia de Chirac coincidió con los años de José María Aznar como presidente del Gobierno español (1996-2004). Éste ha sido el único gobernante español desde 1975 que trató de liberar a España de la supeditación a París. Las alianzas con EEUU y Argelia, más la cooperación con Polonia para ampliar el peso dentro de la UE, ocasionaron gran irritación en Alemania, Marruecos y, sobre todo, Francia.

Cuenta Javier Zarzalejos (No hay Ala Oeste en La Moncloa):

Me parece evidente que en la presidencia francesa de Jacques Chirac y en la cancillería alemana de Gerhard Schröder se metabolizó mal la progresión internacional de nuestro país, con resquemores que, en el caso de Francia, se agravaban con la ampliación al este de la Unión.

En la crisis que provocó Marruecos cuando Mohamed ocupó el islote de Perejil, Chirac entorpeció cuanto pudo la acción de Aznar. Éste cuenta en uno de sus libros, El compromiso del poder, que Chirac ejercía como embajador de Marruecos más que como presidente de Francia:

En una reunión que mantuve con él durante la presidencia española de la Unión Europea, Chirac llegó a decirme: "Tratas a Mohamed peor que Sharón trata a los palestinos" (…) Tenéis que empezar a devolverlo todo [Ceuta, Melilla, los peñones]", afirmó. "No tengo nada que devolver", respondí.

Desde las elecciones de marzo de 2004, cuyo resultado celebraron Chirac y Schröder sin contención alguna, en España ningún presidente se ha atrevido a levantar la voz a París, incluso cuando Macron ha devuelto inmigrantes a través de la frontera.

Impunidad de la inmigración ilegal

Pero suele ocurrir que las decisiones apresuradas y tomadas por venganza o soborno se vuelvan en contra de quien las aprueba. Con tal de agradar a sus amigos y financiadores africanos, sobre todo marroquíes, Chirac boicoteó en la Cumbre de Sevilla de 2002 una propuesta de Aznar y Tony Blair para condicionar la recepción de ayudas oficiales al desarrollo a los países del Tercer Mundo que controlasen la inmigración ilegal. Si la medida se hubiera aplicado hace quince años, quizás los problemas sociales y políticos en Europa occidental, Francia incluida, serían menores.

Chirac tuvo una vida cómoda, ya que, como tantos presidentes y primeros ministros franceses (Georges Pompidou, Raymond Barre, Edouard Balladur, Laurent Fabius, Michel Rocard, François Fillon…), nació en una familia privilegiada, de altos funcionarios o financieros. También fue el primer presidente de la V República condenado por corrupción. Se convirtió en uno de esos derechistas a los que el Imperio Progre perdona la vida porque se convirtió a la religión del cambio climático ("Nuestra casa arde y cerramos los ojos", dijo en 2002) y encabezó la campaña contra EEUU en la guerra de Irak.

Pero contemos algo atractivo del difunto. Al menos Chirac tuvo su vida en peligro varias veces, durante la guerra mundial y la guerra de Argelia. Su padre le enroló en un barco mercante para romper su enmadramiento y la experiencia gustó tanto a Jacques que luego tuvo que sacarle de él. Desde luego, en comparación con la actual generación de políticos europeos, que no ha hecho nada más que asistir a reuniones en el partido respectivo, parece un aventurero y un erudito. Y eso resulta decepcionante.

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