Cada año bisiesto asistimos al mayor espectáculo político del mundo, que, afortunadamente, se sucede sin interrupciones desde el siglo XVIII: las elecciones presidenciales de Estados Unidos.
Las primeras fases del espectáculo son los caucus y las primarias. En ellos, los ciudadanos (en ocasiones militantes de los partidos, en otras ocasiones, cualquier residente) votan a sus candidatos preferidos. Se distribuyen así los compromisarios asignados, que se reunirán en verano en unas convenciones nacionales para designar a los candidatos a presidente y vicepresidente, para las elecciones que se celebrarán el primer martes después del primer lunes de noviembre.
Iowa, predictor para los demócratas
La carrera electoral comienza el año anterior, cuando se presentan los candidatos a la candidatura de los partidos respectivos, para darse a conocer y recaudar fondos. Las fechas de las primarias suelen variar y las primeras oscilan entre enero y febrero. En 2020, el Partido Libertario las inauguró en enero.
Los periodistas y los ‘científicos sociales’ suelen quejarse de que estados como Iowa y New Hampshire, que consideran poco representativos del resto de EEUU, por estar poblados mayoritariamente blancos, con economía primaria y sin ciudades grandes, es decir, estados que constituyen el ‘flyover country’ con el que los progresistas se refieren a la mayoría del país comprendido entre las dos zonas 'cool' de EEUU, es decir, la costa de California y quizás Seattle, en el oeste, y Nueva York, el DC, Boston y Chicago en el este.
Sin embargo, en esos dos estados suele ganar el que luego será el candidato del partido. Así, en Iowa quedaron primeros Al Gore (2000), John Kerry (2004), Barack Obama (2008) y Hillary Clinton (2016). En New Hampshire, ganaron los luego derrotados Clinton (2008) y Bernie Sanders (2016). En resumen, los agricultores paletos de Iowa eligen al mismo candidato demócrata que los superferolíticos vecinos de los barrios de Atherton y Piedmont, en San Francisco.
¿De qué sirven las primarias? Un cínico y un ignorante dirán que sólo es una excusa para derrochar dinero en consultores, encuestas y globos. Pero a medida que los procesos electorales se complican y los gobernantes se alejan de sus electores, de lo que puede ser ejemplo el lanzamiento de Emmanuel Macron, respaldado por toda la prensa y por todos los políticos, desde el comunista Robert Hue al centrista Alain Juppé, son un método de selección cada vez más apreciado y, también, un modo de legitimación de los candidatos.
Los primeros caucus y las primarias eliminan a candidatos débiles. Provocan el ‘efecto tiburón’: los candidatos con malos resultados pierden donantes, votantes y periodistas. Este año, el favorito del partido, Joe Biden, vicepresidente de Obama, ha salido muy tocado.
La crisis de 1968
El sistema que vemos funciona desde hace menos de cincuenta años. Hasta entonces las decisiones las tomaban los caciques de los partidos en "habitaciones llenas de humo" y se producían escándalos como la convención demócrata de 1924, que se prolongó durante dieciséis días y necesitó 103 votaciones para nominar un candidato, que encima fue derrotado
En el año electoral de 1968, Estados Unidos atravesó una crisis de representación y casi constitucional. Ese año fueron asesinados Martin Luther King y Robert Kennedy; el vicepresidente Hubert Humphrey recibió la nominación demócrata en una convención protegida por la Policía sin haberse presentado a una sola primaria; y el gobernador de California, Ronald Reagan, anunció en la convención republicana que se postulaba para candidato de su partido, sin tampoco haber concurrido a una sola primaria.
En las elecciones, el candidato de un tercer partido, gobernador de Alabama George Wallace, un segregacionista escindido del Partido Demócrata, se llevó cinco estados y estuvo a punto de impedir que el colegio electoral tuviese mayoría suficiente para elegir un presidente. Entonces, la elección se habría trasladado a la Cámara de Representantes, cosa que no ocurría desde 1824.
Los dos partidos reformaron sus primarias, de manera que se celebrasen en todos los estados y los candidatos se nombraran en función del número de delegados reunidos en las convenciones nacionales. Los primeros en aplicarlos fueron los demócratas en 1972 y después de los republicanos en 1976. Incluso se ha reducido el poder de los 771 ‘súperdelegados’ demócratas, que lo son sin necesidad de ser votados.
Las sorpresas
Al igual que las elecciones nacionales, las primarias dan sorpresas. En marzo de 1968, el presidente Lyndon Johnson, que en 1964 ganó las elecciones con la mayor ventaja de la historia de EEUU sobre el segundo rival, renunció a la reelección, después de la derrota en New Hampshire y la irrupción de Kennedy, súbitamente converso al pacifismo, aunque formó parte del Gobierno de su hermano, que introdujo al país en la guerra de Vietnam.
En las de 1976, en el campo republicano el presidente Gerald Ford sudó para derrotar a Reagan. Tal contestación interna desgastó a Ford, que había accedido a la Casa Blanca debido a la dimisión de Richard Nixon. La elección entre Ford y Carter fue tan ajustada que éste venció en el colegio electoral gracias a 10.000 votos populares. El gobernador de Georgia quedó primero en Ohio por menos de 5.600 papeletas y en Hawai por menos de 4.000. Si esos veintinueve electores hubiesen caído en la bolsa de Ford, éste habría mantenido la presidencia cuatro años más.
En las primarias se foguean candidatos desconocidos, que no ha hecho una carrera política en Washington DC ni les ha entrevistado el New York Times. Entre los últimos presidentes que se dieron a conocer en las primarias y ganaron la candidatura de su partido están John F. Kennedy (1960), James Carter (1976), Bill Clinton (1992), que perdió estrepitosamente en los caucus de Iowa, Barack Obama (2008) y Donald Trump (2016).
El dinero no basta
Una de las conclusiones de 2016 es que el dinero no compra las elecciones. En las primarias de 2008, el desconocido Obama superó a Hillary Clinton, quien, en unión de su marido y su camarilla, había comprado el Partido Demócrata. En 2016, Clinton, respaldada por Hollywood y Wall Street (diversos bancos de inversiones abonaron más de 200.000 dólares a la esposa del ex presidente por dar discursos), por la ‘Prensa de Kalidá’ (Washington Post, New York Times, CNN, NBC…) y por el aparato del Partido Demócrata, tuvo que recurrir a mañas en las primarias para obtener la nominación en perjuicio de Sanders. Luego fue derrotada por Trump. Y el actual presidente y otros candidatos superaron a Jeb Bush, el preferido del Partido Republicano y sus principales donantes.
A finales de mes, los demócratas celebrarán primarias en Nevada y Carolina del Sur y el 3 de marzo, el 'súper martes', en otros quince estados, entre ellos California y Texas. Ahí seguramente se sabrá quién será el candidato que se enfrente a Trump.