En abril pasado falleció el diplomático Máximo Cajal (1935), que era el embajador de España en Guatemala cuando en 1980 se produjo la ocupación de la embajada por un grupo de campesinos y el posterior asalto policial. Cajal fue afortunado y sobrevivió a todos sus subordinados.
Los penosos obituarios publicados en los días posteriores por El País, el ABC y El Mundo omitieron o pasaron de puntillas sobre los episodios más llamativos de su vida y elogiaron lo buen compañero que fue y "su sentido de Estado" (sic). Varios de estos episodios son su servicio al caudillo Francisco Franco como intérprete cuando recibió a Charles de Gaulle, su postura favorable a la entrega de Ceuta y Melilla a Marruecos y su designación por José Luis Rodríguez Zapatero como representante personal en la Alianza de Civilizaciones.
El progresista entre dos generales de derechas
En sus memorias, Sueños y pesadillas, contó cómo fue su participación en la entrevista entre Franco y De Gaulle en El Pardo, en 1970.
El ministro de Asuntos Exteriores, Gregorio López Bravo, para el que trabajaba en su gabinete personal, le indicó que el 8 de junio el jefe del Estado recibiría al expresidente de Francia y que él actuaría como intérprete en la conversación, de la que debería tomar notas. Otras instrucciones fueron la hora en que le recogería un coche del Parque Móvil Ministerial y un traje oscuro como vestimenta.
Charles de Gaulle, cuenta Cajal, le fulminó con la mirada al menos dos veces cuando advirtió que el intérprete estaba anotando sus palabras.
Pese a su antifranqusimo, que rezuma en el texto, ya que intenta explicar las razones que llevaron a un combatiente antialemán como De Gaulle a visitar a quien se entrevistó con Hitler en suelo francés en 1940, y su izquierdismo (latente), Cajal, engominado hasta la exageración, como puede verse en las fotos y el NO-DO, cumplió su misión.
Su voz poderosa y ademán enérgico contrastaban con la inmovilidad casi total de su interlocutor y con su conocido y desagradable timbre de voz. (…) Lo que no hizo Franco fue dormirse, como, según parece, sucedió unos meses más tarde, cuando recibió a Richard Nixon con ocasión de la visita oficial del presidente de Estados Unidos.
Tanto Franco como De Gaulle coincidieron en criticar a los partidos políticos, porque primaban sus intereses sobre los de la nación. En cambio, no hablaron delante de Cajal ni de la Segunda Guerra Mundial ni del norte de África.
Es interesante el asombro de Cajal ante la falta de medidas de seguridad en la residencia de Franco. No se le registró al llegar a El Pardo, ni se comprobó su identidad. Cuando ambos generales se retiraron de la estancia en que habían hablado por medio de Cajal para el almuerzo, éste esperó solo unos minutos a que algún criado o funcionario viniese a por él. Pasado un rato, salió de la habitación y regresó al automóvil que le esperaba.
Cuando entré en el automóvil, nadie se había cruzado conmigo.
Despreciar y cobrar
Infinitamente más desagradable era su postura a favor de amputar España. En su libro Ceuta, Melilla, Olivenza y Gibraltar: ¿dónde acaba España?, proponía la entrega de Ceuta y Melilla a Marruecos porque son un agravio colonial (sic) y encima daría "autoridad moral" a lo que quedase de España para reclamar la devolución de Gibraltar.
Que Marruecos fuese una tiranía familiar y que los ceutíes y melillenses tuviesen una opinión contraria no eran argumentos suficientes para este experto, que asesoró al PSOE de Zapatero en la elaboración de su programa electoral.
Son una afrenta permanente a la integridad territorial del país vecino, sin que quepa al respecto invocar el argumento de sus respectivas poblaciones (...). Madrid tiene que dar comienzo a una reflexión conjunta con Rabat sobre este delicado asunto, recogiendo de una vez la oferta que en su momento hiciera el rey Hassan II.
El destino futuro de Ceuta, Melilla, los peñones de Alhucemas y de Vélez, y de las Chafarinas, viene impuesto también por la Geografía, como sucede con Gibraltar, pero sobre todo por un nuevo imperativo ético (sic) que corresponde a un nuevo concepto del orden internacional. Una reflexión que (...) desemboque en soluciones razonables y aceptables para ambos países, pero sin regatear por parte española, cualesquiera sean sus modalidades y plazos, su definitiva marroquinidad.
La filia marroquí de Máximo Cajal no se limitaba al desmembramiento de España para beneficiar a un Estado que no existía cuando esas ciudades ya eran españolas, sino que se extendía a la vulneración de las resoluciones de las Naciones Unidas sobre la descolonización del Sáhara Occidental.
El Sáhara no existe
En un artículo publicado en El País (11-1-2010) niega la existencia del pueblo saharaui, reconocido por la ONU, y propone la anexión del Sáhara a Marruecos, que lo había ocupado militarmente en 1975 y durante años masacró a sus habitantes. Aquí no aludía al "nuevo imperativo ético que corresponde a un nuevo concepto del orden internacional".
Su apoyo a un régimen despótico que violaba y viola los derechos humanos y la legalidad internacional por no sabemos qué razones se revestía de entrega por el interés nacional. En su libro citado calificó así a la República Árabe Saharaui Democrática:
Mini-Estado de más que dudosa viabilidad, enfeudado en Argelia, en el bajo vientre marroquí, frente al archipiélago canario, seguro factor de desestabilización del conjunto del Magreb. (...) A España no le conviene en absoluto una RASD enclavada en la frontera meridional de Marruecos, y a este imperativo deberíamos atenernos.
El argumento de la inestabilidad o del terrorismo es muy usado por los amigos de Marruecos, pero falso. Mientras que no se ha detectado ningún saharaui entre los terroristas islámicos, hay cientos de marroquíes implicados en actos de terrorismo en África, Asia y Europa.
En resumen, Máximo Cajal era un representante de un sector de la elite administrativa y política española que goza de privilegios por su condición y cobra de los impuestos de los ciudadanos españoles, pero traiciona a la Nación y al pueblo.
Su muerte habrá sido muy sentida en Rabat.