Sabido es que la confusión es un arma estratégica para inducir a error al adversario y, una vez desorientada su defensa, poder derrotarlo. Las maniobras de distracción, una de estas armas, son generalmente eficaces porque, al estilo de ilusionismo, desvían la atención de lo que se quiere perpetrar con alevosía y logra que se la mayoría de incautos se fije en lo que no tiene relevancia alguna.
Ahora estamos con la eutanasia, con la “buena muerte”, una posibilidad que tiene una larga historia de reflexiones en todas las culturas pero realmente fue consagrada como opción legal por el Partido Nacional Socialista en 1939. Desde ese año a 1941, alrededor de 70.000 personas fueron sacrificadas con arreglo al programa hitleriano de eutanasia. En el proceso de Nuremberg, 1946, se fijó en 275.000 el número de personas liquidadas bajo el amparo de la ley. Como bien se dice en la Enciclopedia del Holocausto, la eutanasia nazi era la matanza sistemática de los discapacitados mentales y físicos que estaban internados en instituciones, sin el conocimiento de sus familias.
En la proposición de ley recién aprobada con una celeridad digna de sorpresa y sospecha – todo tema grave que afecta al derecho a la vida, derecho básico del que penden todos los demás hubiera necesitado una reflexión, un debate abierto y un tiempo prudente antes de tomar decisiones políticas en mitad de una pandemia -, el meollo es qué se ha aprobado y quiénes lo han aprobado.
Lo que se ha aprobado es la legalidad de un acto deliberadamente ejecutado para dar fin a la vida de una persona, autorizado por la voluntad expresa de la tal persona y con el objeto de evitar un sufrimiento. Pero más en concreto, porque ni el suicidio asistido ni los cuidados paliativos son considerados eutanasia, lo que se ha aprobado es la eutanasia activa entendida como “la acción por la que un profesional sanitario pone fin a la vida de un paciente de manera deliberada y a petición de este”, cuando es debido a “padecimiento grave, crónico e imposibilitante o enfermedad grave e incurable, causantes de un sufrimiento intolerable.”
Se celebra de este modo la eutanasia como un “nuevo derecho individual” que supera el derecho a la vida que se considera puede “decaer” en favor de otros bienes y derechos como la integridad física y moral de la persona, la dignidad humana, el valor superior de la libertad ideológica y de conciencia o el derecho a la intimidad “toda vez que no existe un deber constitucional de imponer o tutelar la vida a toda costa y en contra de la voluntad del titular del derecho a la vida.”
Los gravísimos problemas de aplicación señalados por Cristina Losada y los subrayados Domingo Soriano están ahí. El caso de que alguien pueda ser “eutanasiado” por otros con el permiso del Estado, haya tenido o no la oportunidad consciente de expresar su voluntad, puede abrir el camino al deterioro del derecho a la vida en nombre de otros derechos que se derivan de él.
Pero la reflexión que me suscita este insólito proceder tiene su origen en quiénes han promovido esta práctica: toda la izquierda socialcomunista en bloque con el separatismo. (Lo de Ciudadanos merece otra consideración aparte). Y todos ellos coinciden con los importantes partidarios de una ingeniería social y genética a escala planetaria. Recuerden lo de Felipe de Edimburgo en The Guardian hace años: “En el caso de que pudiera reencarnarme, me gustaría hacerlo como un virus mortal para contribuir algo a resolver la sobrepoblación". Esto es, se vio como verdugo, no como víctima, claro.
Ninguno de ellos cree en los derechos humanos que son siempre los derechos de un individuo, de una persona. El marxismo sólo cree en los derechos de los ciudadanos en tanto engranajes de un Estado socialista y los nacionalistas sólo en los supuestos derechos colectivos.
Por ello, desde hace tiempo tengo la impresión de que la izquierda española, en su conexión creciente con los separatismos, va haciendo de la muerte una de sus banderas esenciales: aborto, eutanasia, terrorismo, mientras la ciencia y la tecnología posibilitan más que nunca la extensión y consolidación del derecho a la vida.
Esto es lo que deja de verse en el escenario por la pericia de los prestidigitadores en la política española. Por ello, cabe preguntarse quién grita hoy “¡Viva la muerte!”.
Pedro de Tena
¡Viva la muerte!
La izquierda española, en su conexión creciente con los separatismos, va haciendo de la muerte una de sus banderas esenciales
En España
0
comentarios
Servicios
- Radarbot
- Libro
- Curso
- Escultura