Ahora que llega la Feria de Sevilla y, tras ella, las demás del Sur, se ha desplegado en toda su vistosidad y relumbrón el espectáculo del régimen andaluz, un régimen que se fraguó en 1979 con la alianza del PSOE y el PCE en ayuntamientos y diputaciones y el hundimiento del centroderecha. Hacia 1982, el régimen era ya meramente socialista por la victoria abrumadora del PSOE en las primeras elecciones andaluzas tras haberse merendado a los primitivos nacionalistas de Blas Infante. Casi 35 años después, toda Andalucía, incluyendo a la oposición política, ha quedado contaminada por la tela de araña y el poder de un régimen monopartidista que maneja más de uno de cada cinco euros que circulan por Andalucía y que ha mandado sobre los demás dineros desde las cajas de ahorros y las contrataciones, subvenciones y adjudicaciones. Treinta y cinco años después, Andalucía sigue en los últimos lugares de casi todos los indicadores de bienestar, desde la salud a la educación, desde el paro a las pretensiones de sus jóvenes universitarios (tres de cada cuatro quieren ser funcionarios, algo tan grave que hasta el propio Antonio Banderas, prosocialista, lo ha subrayado como una enfermedad).
Treinta y cinco años después, seguimos asistiendo a la apoteosis del poderío de un entramado que llega desde la Justicia a la Administración pública. Fíjense, un policía de la UDEF, el jefe del grupo que ha investigado el gigantesco fraude de la formación, reconocido por los interventores de la Junta e incluso por los trabajadores de la extinta Delphi, es imputado a instancias del exconsejero Ojeda. El mismo día, la Junta, que hace un año que no daba ni un papel a la comisión de investigación, manda varias furgonetas llenas de archivadores para loor y gloria en la televisión pública controlada hasta la médula. Tras haber convertido a 35.000 contratados por entes públicos al margen de toda regla y ley en empleados públicos, ha pretendido mutarlos en funcionarios con autoridad pública. No les ha salido bien, pero esperen un poco. El caso de los ERE se va desmoronando por comportamientos inquietantes de las autoridades judiciales.
Mientras todo esto y muchas cosas más ocurren, Susana Díaz participa en el juego de tronos nacional y se presenta como salvadora de una nación y de un partido, ella, fíjense, que es conocida por su afición a las ejecuciones políticas de las que tanto sabe el PSOE andaluz y, no digamos, su PSOE de Sevilla, en cuyas salsas se ha guisado con tós sus avíos.
Tras el circo monumental de los partidos –mejor, digamos partidas políticas– de esta semana, no aparece por ninguna parte una reflexión nacional autocrítica y moderada de todos los que están haciendo pasar a los españoles una de las más vergonzosas etapas de su historia. La democracia interna les importa un pimiento a todos los alfeñiques que dirigen los partidos en España. La democracia española y sus valores, la convivencia, la nación, la prosperidad de sus generaciones, las nuevas y las mayores, la reforma necesaria de un régimen constitucional que se descompone a ojos vistas y en el que un grupo de revolucionarios profesionales es capaz en sólo dos años de reventarlo todo, una meditación de fondo sobre la confianza y la predictibilidad que hacen posible la riqueza y la estabilidad... El PP y el PSOE, los mayores responsables de esta tragedia, no están a la altura. Ni siquiera sus autoridades morales, desde González a Aznar, pasando por Solana, Mayor Oreja y otros, se han reunido sin condiciones para proponer un nuevo rumbo a este Titanic que va hacia el iceberg. Ciudadanos es un pollo sin cabeza que cacarea vetos y se sitúa en el centro de la nada (su papel en Andalucía ha sido y es lamentable) y Podemos es una banda de mercenarios pagados con dinero extranjero, faltones, insultadores, provocadores violentos e ignorantes que no creen en España ni en la democracia.
Quedan el Rey y unas nuevas elecciones, si es que la ambición inenarrable de Pedro Sánchez no nos arrastra al fin de media España a manos de la otra media. Por favor, cuanto antes, y que la reacción de la ciudadanía de bien enderece este entuerto.