Como ahora casi nadie estudia latín es imposible que una gran mayoría sepa que la palabra víctima no tiene nada que ver con vencida/o. Tiene que ver, eso sí, con sacrificio que, a su vez, enlaza con el horizonte de lo sagrado: hacer lo sagrado. Uno no se explica por qué los partidos no son lo que dicen ser ni dicen lo que piensan ni hacen lo que dicen. Lo cierto es que con cada mentira o cada nueva interpretación de palabras que las alejan del sentido primitivo, se produce una legión de víctimas que creyeron lo que se les dijo. Frente a las políticas degradantes de Zapatero respecto a las víctimas de ETA –Peces Barba, qué vergüenza –, se alzaba la postura coherente del Partido Popular. En esta semana, de un solo plumazo, un anuncio inexplicado del ministro del Interior –si no implica cambio alguno para qué se anuncia–, vuelve a machacar la confianza cosechada en las urnas hacia el proyecto de Rajoy. Las víctimas se sienten nuevamente sacrificadas. Pero, ¿por algo sagrado, que puede decirse y explicarse? No. Por algo oscuro y hediondo que hiela la sangre como profetizó una madre intuitiva.
Pero no son las de los asesinos etarras, que álguienes se empeñan en que no cumplan la ley sin que muchos sepamos por qué, las únicas víctimas de esta España victimaria, que pare camadas de sacrificados de manera incesante. Aquí tenemos las víctimas del paro, más de cinco millones y medio, la cuarta parte andaluces, que tienen que soportar encima que sus verdugos políticos, el anterior gobierno del PSOE y unos sindicatos que calientan las calles para una futura revuelta, en un ejercicio de cinismo sin límites y en un abrazo definitivo al irracionalismo, desvíen las responsabilidades hacia el actual gobierno. Debería darles vergüenza salir de casa habiendo dejado como han dejado a este país, como ha dicho quedándose corta la ministra portavoz. En realidad, Zapatero, Rubalcaba y demás deberían estar siendo, cuando menos, investigados por una Comisión parlamentaria por su actuación antes y durante la crisis que ha causado millones y millones de víctimas. Es irritante que, encima, inyecten en las venas de España su propaganda negra contra el gobierno del PP, que tendrá sus culpas, pero desde luego no ésa.
Y luego están los millones de víctimas, cada vez menos informadas y críticas, que sufren la falta de respeto por parte de los gobernantes, de los partidos, de las grandes y medianas empresas, de muchos profesores, de no pocos jueces... Faltos de respeto y convertidos en carne de cañón por quienes gobiernan hoy haciendo cosas diferentes a las que dijeron harían, de unos partidos que practican la irracionalidad del poder ocultando los hechos y sus intenciones, de las grandes y medianas empresas que cogen el dinero de los consumidores y corren sin cumplir sus contratos, de muchos profesores para los que los alumnos son sacos vacíos de dignidad e inteligencia, bultos a los que hay que rellenar de ideologías, jueces que permiten que condenados anden libres por la calle por decisiones corruptas... Millones de víctimas institucionales de una España cuyo Estado, que debería ser su defensor, se convierte en verdugo o cómplice o, en todo caso, como aquel personaje de Borges, Bioy y Ocampo, en propagador de la infamia de que la causa de su sufrimiento es la fatalidad, no los verdugos.