No se trata de que le pidamos a la todavía lideresa socialista andaluza una epidemia de recuerdos como al personaje de Borges, pero, ya que habla tanto de memoria histórica, deberíamos recordarle que, además de la remota vinculada a la Segunda República, hay otra próxima que debería tener muy fresco por qué dio un golpe de partido en 2016 y echó a Pedro Sánchez de su secretaría general.
El debate de investidura, o mejor, visto lo visto ayer, de embestidura de Pedro Sánchez contra todos los que nos quieren darle el gobierno por su cara bonita, debería haber servido para que Susana Díaz rememorase por qué se montó el numerito aquel del rescate de Ferraz ante el peligro Sánchez. Pero, claro, ahora sobrevive más tiesa que nunca sin la harina de dinero y puestos para todos que le proporcionaba la Junta de Andalucía.
Decía Susana Díaz – haré yo el esfuerzo de memoria -, que los socialistas de izquierda "no anteponen las personas a los territorios". Sí, se refería, claro está a las aspiraciones separatistas de uno y otro signo a las que sospechaba era sensible el largo caballero Pedro Sánchez, hasta el punto que lo echaron.
Su desmarque del nacionalismo catalán, cuyos votos van a ser necesarios ahora para su jefe de partido, fue tan rotundo que llegó a decir que no se cansó de referirse a que el pueblo andaluz "siempre consiguió sus derechos constitucionalmente", subrayando que el ya famoso y golpista referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017 pretendía cargarse la igualdad de los españoles y sus territorios, que era como el "oxígeno de la política".
Tampoco se acuerda de que fue ella la que impidió, con otros, que el término "plurinacional" se incluyera en la ponencia marco del PSOE que defendía la reforma constitucional para avanzar hacia un modelo federal pero no otros caminos como el propiciado por el separatismo catalán.
Respecto a Podemos, Susana no recuerda que acusó a los del no Ministro morado de injerencias, de pretender engullir al PSOE como han hecho con IU y de tantas otras cosas que no hay tiempo para recordarlas todas. Bueno, sí, es evidente que en Andalucía prefirió gobernar con IU primero y luego con Ciudadanos antes que con el Podemos anticapitalista y casi independentista que ya se fraguaba entonces. ¿Se acordará de por qué?
¿Para qué fue todo aquel terremoto político? ¿En qué memoria han quedado registradas sus ondas sismográficas? ¿Dónde están González, Guerra, Lambán, Puig, García-Page, Fernández Vara, Fernández de Asturias y otros muchísimos? ¿Es que sólo fue un juego de poder todo aquello y que en realidad España y su futuro democrático nunca importaron?
La única memoriosa digna es la exsocialista Soraya Rodríguez que hoy, en El Mundo, recuerda por qué ocurrió lo que ocurrió en la fractura socialista de 2016. Y dice así:
"Sostenía entonces el viejo PSOE que España se hallaba en un momento crucial ante el golpe institucional que el secesionismo catalán estaba preparando contra nuestro Estado de derecho. Que necesitábamos más que nunca construir consensos esenciales con fuerzas políticas constitucionalistas cuya primera lealtad está con la Constitución, con los que compartimos que nuestra nación sólo se sustenta en una identidad cívica, democrática y constitucional y que, respetando la diversidad de nuestro Estado autonómico, no podíamos permitir que ninguna diferencia se convierta en privilegio. Que sólo desde este amplio consenso constitucional por encima de discrepancias políticas podíamos hacer frente con éxito al reto soberanista".
Pero Sánchez se recompuso inesperadamente, en parte por las indecisiones de Susana Díaz y su fatal manejo de los tiempos, y logró convencer a la militancia de que todo valía con el fin de que gobernara, no el PSOE ni todo el PSOE, sino él mismo como cabeza visible de la izquierda toda. De ahí la posterior moción de censura a Rajoy y su yo es yo porque los demás no llegan ni siquiera a la categoría de circunstancias.
No, Susana no recuerda. Su memoria se detiene en que ella prefirió la estabilidad del gobierno español, aunque fuera del PP, a que Pedro Sánchez consumara su golpetazo izquierdista y la deriva pro nacionalista de su propio partido. Pero olvida lo que pasó después y pasa ahora: que puede consumarse esta semana. De hecho, negociar lo que se dice negociar Sánchez sólo negocia bordeando muchas líneas rojas con un Iglesias cuyo morado parece más consecuencia de graves lesiones que de sus antiguas proclamas y habla con los amarillos presos del separatismo, con Otegui, su paladín, fíjense, y con el nacionalismo vasco en general. A los demás, les pide pleitesía incondicional.
A lo mejor es una farsa para reventar a todo adversario viviente en unas próximas elecciones supuestamente triunfales. Pero, ¿y si no lo es, Susana, y lo que se cocina en la sombra es todo aquello contra lo que muchos socialistas se rebelaron, a sus órdenes, en 2016? ¿Hará lo del personaje memorioso de Borges que llevó "la soberbia hasta el punto de simular que era benéfico el golpe que lo había fulminado... ?".