Estando de vacaciones se ha producido un acontecimiento relevante que ha cogido con tós los cuernos tiesos a un periodista de batalla, a un machaca de la base, a uno de esos mineros de la información que extraen la mena para que otros analicen y opinen. Se trata de Víctor Gago, atropellado y corneado por un ejemplar del "hierro" de Génova, 13, a mi modo de ver inexplicablemente desde un punto de vista racional. Aceptaré la versión de los hechos que aporta el propio compañero porque se ha dotado de la simplicidad de la veracidad al reconocer los hechos. No trato de ser parcial. Trato de ser respetuoso con aquella regla del conocimiento científico –la navaja de Occam–, que hace de la sencillez y de la elegancia el camino más probable para la explicación verdadera.
En este caso, ha habido sencillez y elegancia por parte de Víctor Gago. Ha habido sencillez porque ha reconocido públicamente los hechos sin mezcla de justificación alguna y ha habido elegancia porque ha pedido perdón directamente. Lo ha dicho, y lo he leído, de este modo:
Este ejercicio de humildad y ética profesional es poco frecuente, tanto menos frecuente cuanto más se asciende en el estrellato profesional. Ésa es la elegancia del currelante de a pie, carente de intereses malsanos o "sobrecogedores" que defender y la pulcritud del trabajador de la información que extrae la preciada noticia para que otros opinen y ganen dinero con el examen de los hechos que aporta.Atribuí conductas que conocía pero que no demostré e hice críticas que creí juiciosas pero no apoyé en hechos. Fue una imprudencia, una salida negligente y estúpida, un error pueril y liante, una entrada torpe y frívola en un jardín innecesario, justo cuando he dejado de ejercer profesionalmente el periodismo. Me retractaré, es lo que toca. Pedir perdón y apechugar con las consecuencias de un error. Responsabilidad y libertad van en el lote.
Pero no. En este ruedo ibérico se necesita sangre. No es suficiente con que Víctor Gago reconozca sencillamente su error. No es bastante que pida disculpas. Es preciso que termine social y penalmente condenado en una demanda por injurias que le ha presentado la periodista Carmen Martínez de Castro, en otros tiempos, factótum deLa Copede Antonio Herrero y ahora, jefa de comunicación del PP de Mariano Rajoy. Y aquí es donde se pasa del error a la mala leche y a la miopía política.
La mala leche –tener mala leche y estar tranquilo era un privilegio del casi olvidado Emilio Romero–, es mala consejera. Una experta conocedora del mundo de la imagen debe saber que los actos que derivan de momentos o reflejos inspirados por la mala leche se interpretan a los ojos de los profanos como actos primitivos de venganza. Además, si estos actos van dirigidos a un igual, a un par, entonces pueden tener algo de grandeza. Pero la venganza que se destina a alguien lejano de la propia posición socio-profesional será considerada, con razón, un abuso, una pasada, un esperpento o incluso un escándalo. Víctor Gago, plumilla meritorio y aún residente de esa edad en la que toda abundancia parece lejanísima ha sido demandado por una diva del periodismo. Eso le eleva a él, pero no a ella. Lo ve hasta un ciego.
¿Y qué se pretende? ¿Que se disculpe? Ya lo ha hecho. ¿Que pida perdón? Ya lo ha pedido. ¿Qué reconozca su error? Lo hizo al instante. Parece que lo que se desea es dar una lección al adversario. ¿O es meterle el miedo en el cuerpo a esa legión de mal pagados periodistas que empiezan para que adviertan que un error no se paga con un "perdone" sino con un "judicialmente culpable de injurias", incluso entre compañeros? Pues si estamos en esas, no conviene olvidar, como recuerda muy bien Pérez Reverte a propósito de otra guerra, que "cuando todo se vuelve tan simple como pelear para seguir vivos, y el espanto, la sangre y la mutilación se alternan con el coraje, la mala leche y el odio hacia el enemigo que te cañonea, a veces las cosas cambian. Bastante".
Y para terminar, unos apuntes sobre la miopía política. ¿Qué imagen de amor y de mimo a la libertad de expresión, aun con el pecado de sus excesos, se desprende de este despropósito? Venga a cuento pues la definición jocosa que daba el ahora buen amigo de la señora Martínez de Castro, don Federico Quevedo, acerca de la libertad de expresión:
Haganmutatis mutandis y comprobarán cuán escasa es la diferencia entre unos y otros. Y eso, señoras y señores, es bien malo para un "centro" político cuya mayor densidad ideológica procede del liberalismo, muy especialmente en lo que se refiere a la expresión, la opinión y la conciencia y a sus libertades. Pero, además, es que se ha pedido perdón y se ha hecho en público.Libertad de expresión: Sólo existe cuando se alaban y se inciensan las obras en pro de la humanidad llevadas a cabo por Zetapé. Cualquiera que disienta, será inmediatamente tachado de criminal fascista por los defensores de la libertad y sus acólitos.
Argumento final, por si no estuviera claro, es que es más que evidente que Víctor Gago y muchos de los que están, estamos, en esta parte de la barrera de nuestro ruedo nacional, pueden hacerle algún daño alguna vez al PP, pero le harán más bien que mal si se contempla en su conjunto la totalidad de su trayectoria. Ciertamente puede haber discrepancias entreLibertad Digitalcomo emisor de opinión editorial y la dirección nacional del PP que ejerce Rajoy, que es lo que hay detrás de todo esto, con Víctor Gago como mozo del encierro. Pero los inmensos, extensos, inigualables favores que hizo este periódico y los medios en los que participan sus miembros y profesionales al sostenimiento del ánimo de un PP malherido tras las explosiones de Atocha del 11-M, es y será inolvidable. La miopía tiene esas cosas, que se ven mal las figuras en amplias perspectivas y sólo se ven las formas comunes del propio entorno. Es decir, se ve bien el gallinero, pero no se aprecia el extenso panorama de las águilas. Es una lástima.