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Andalucía

Sevilla ya no tiene un color especial

Los amigos del asesino Parot le rendirán un homenaje por haber matado a españoles y nadie parece dispuesto a impedirlo.

Los amigos del asesino Parot le rendirán un homenaje por haber matado a españoles y nadie parece dispuesto a impedirlo.
El asesino etarra Henri Parot | Archivo

Tal color, si alguna vez lo tuvo como se ha cantado, ha ido difuminándose poco a poco en la memoria, antes compartida, que destrozan todos los días los mercachifles políticos y el uso acrítico de Internet y sus redes sociales. Aquel color de la leyenda podía significar varias cosas, desde su afortunado matrimonio con el sol hasta su fraternidad con el honor pasando por su amancebamiento con el valor y el arte. Y, desde luego, un arrobo irresistible por la gratitud hacia quien la servía.

Quizá una de las tragedias de nuestro tiempo es que nuestras raíces se están secando y cuando uno no sabe quién es ni de dónde viene, puede esperarse cualquier cosa porque todo diálogo es imposible. La Sevilla de hoy existe porque hubo una Sevilla que tuvo la suerte de que el peor atentado terrorista hasta entonces de la historia de España fuese impedido por la Guardia Civil, algunos de cuyos miembros se jugaron la vida en el empeño.

Fue un día 2 de abril de 1990. Lo recuerdo muy bien porque el periódico El Mundo acababa de aparecer en 1989, yo era su delegado en Andalucía y acababa de estallarnos, en muchas de sus páginas, el caso Juan Guerra. Pero aquel día la noticia no fueron las corruptelas – bien menudas si las comparamos con las conocidas posteriormente -, sino la afortunada detención de Henri Parot, un asesino sin escrúpulos, a la altura de Santiponce, junto a la antigua Itálica famosa, a la entrada misma de Sevilla.

Ya había matado antes, incluso niños. Pero el atentado que se disponía a perpetrar en Sevilla era brutal, definitivo, feroz para aquellos momentos de su Semana Santa. Se trataba de reventar de un golpe toda la Exposición Universal de 1992, que, como bien se apreció por la Benemérita, jamás se hubiera celebrado si la avanzada asesina de Parot hubiera volado la Jefatura Superior de Policía de Sevilla, en pleno corazón de la ciudad, justo al lado de uno de los centros comerciales más destacados de la ciudad. Además de ese objetivo, el etarra iba a volar, de paso, la empresa Construcciones Aeronáuticas. Y quizá hubiera desbaratado, de haberlo conseguido, los Juegos Olímpicos de Barcelona.

Pero aquel día 2 de abril de 1990, Lunes Santo, el azar, no la información de ningún servicio de inteligencia, quiso que se dispusiera un control rutinario de tráfico en aquella carretera por la que iba a llegar un coche de la marca Renault de su modelo conocido como 14, al volante del cual iba un individuo que se ennervió cuando lo pararon. Lo tenía todo tan bien preparado y camuflado que seguramente no fue capaz de prever que la chamba, la suerte, existe. Que quien había cometido 39 asesinatos y cerca de 300 atentados en 12 años, fuese seleccionado para la revisión de sus documentos a pocos kilómetros de la capital andaluza, le pareció increíble. Tanto que sospechó que tenía que ser algo más y por eso, sacó la pistola y disparó a dos de los guardias. Se supo entonces que en aquel coche iba algo gordo.

Y bien gordo. Nadie en la Guardia Civil sabía quién era Henri Parot ni se sabía qué era el "comando itinerante" de ETA creado en 1978 por Domingo Iturbe Abasolo, alias Txomin. Pero cuando se registró el coche, se comprobó que llevaba bolsas con explosivos – 310 kilos de amonal, suficiente para acabar con la vida de centenares de personas -, detonadores y demás componentes para provocar una o varias grandes explosiones.

Cuando éramos una nación, una patria, tan extraña ya a los sentimientos ciudadanos de cada vez más españoles y sevillanos, cuando una población se libraba de una catástrofe, se privilegiaba el día, se inscribían los hechos en sus libros de memoria y se recordaba todos los años el feliz acontecimiento que salvó la vida y el futuro de la ciudad.

Mañana sábado en la localidad de Mondragón, los amigos del asesino Parot le rendirán un homenaje por haber matado a españoles y nadie parece dispuesto a impedirlo. Lo que sí podría hacerse en Sevilla es celebrar que ese canalla no pudiese asesinar a cientos de personas abortando, de paso, acontecimientos únicos en la historia de Sevilla y de España. Nada se le ha oído decir al alcalde Juan Espadas. Nada a los partidos de la oposición. Cierto es que se homenajeó hace unos años a la Guardia Civil que intervino en los hechos. Pero, ¿y mañana sábado? ¿Y todos los 2 de abril, ese día que ETA estuvo a punto de robarnos de un bombazo?

¿No podría un bando municipal invitar a llenar los balcones de Sevilla de banderas de España con crespones negros por los casi mil asesinados por ETA? ¿No podría el Arzobispado ordenar un toque de campanas en la Catedral que apagase los aplausos de los amigos de los asesinos? ¿No podrían salir sus equipos de fútbol con brazaletes azules o blancos en señal de alegría por haberse evitado la masacre? ¿No podría convocarse una gran manifestación de reprobación civil por este triunfo, otro más, del terrorismo contra la nación española?

No, Sevilla, que una vez tuvo un color, y un calor, especial ya no lo tiene. Tanto tuvo que la selección nacional venía a jugar a sus estadios porque el público sevillano era un músculo moral reconstituyente, el jugador número 12. Pero ahora ni siquiera recuerda bien que un 2 de abril de hace 31 años se salvó de un infierno. Es un ejemplo más de la destrucción nacional que estamos sufriendo. Hasta el color especial de Sevilla desaparece. Qué pena.

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