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Qué desvergüenza

Si queremos sobrevivir a este peligro, tenemos urgencia en revitalizar y consolidar la reconciliación democrática impulsada desde 1976.

Francisco Franco no fue un caído en la Guerra Civil, por lo que su presencia en el Valle de los Caídos y en el monumento a la reconciliación que él mismo encargó al escultor Juan de Ávalos, socialista, republicano y admirado y agasajado en la URSS comunista, era discutible. Pero que un tribunal, el Supremo, un Gobierno y la Iglesia hayan decidido, sin contar con su familia, dónde debe ser enterrado de nuevo ha sido una desvergüenza macabra e innecesaria.

Haber sido testigos de tantos actos de desvergüenza consecutivos de un mismo Gobierno socialista en menos de dos semanas produce miedo en las entrañas porque sabido es que la reacción instintiva a tamaña felonía es la de enterrar la concordia constitucional de 1978 y nuestra Transición, inteligente y mundialmente alabada, lo que, al parecer, es el objetivo de estos insensatos.

Hemos sido testigos de cómo toda una vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo Poyato, ha mentido a la Nación informando de que el traslado forzoso de los restos de Franco iba a ser discreto y sin medios de comunicación. Pero calló que se planeaba, por orden del presidente en funciones, Pedro Sánchez, un espectáculo mortuorio para simular que Franco, 44 años después de su muerte, ha sido derrotado por la izquierda y sus socios separatistas que ansiaron desde 1934 aquella guerra que perdieron y por la que nunca han pedido perdón.

Hemos sido testigos de cómo se ha representado un fúnebre vodevil sin escrúpulos en un espacio religioso en plena precampaña electoral, gracias a la correspondiente y políticamente oportuna sentencia de todo un Tribunal Supremo, otra, y el silencio de la Iglesia. Recuérdese, porque es de risa, las quejas de la Junta Electoral por el uso partidista de las ruedas de prensa posteriores al Consejo de Ministros. Y lo de Franco, ¿qué ha sido, señores míos?

Hemos sido testigos de cómo una televisión considerada pública ha perpetrado una infamia propagandística al servicio del partido en el Gobierno dedicando, bajo la atenta mirada de su comisaria partidista Mateo y los susurradores de Moncloa, horas y horas de extraordinaria y minuciosa cobertura a la exhibición, con todo tipo de medios y por tierra y aire, porque no había mar, del desentierro.

Hemos sido testigos de cómo, lejos de terminarse el espectáculo de este 24 de octubre, el presidente en funciones, mientras conocía la trágica encuesta de la EPA para casi 200.000 ciudadanos españoles vivos, anunciaba más exhumaciones, más pasado, más franquismo y más teatro. Sólo a un desvergonzado sin escrúpulos puede no importarle que todo esto reabra heridas profundas y pueda conducirnos de nuevo a un escenario que recuerda a aquél donde se representó nuestra mayor tragedia nacional.

Si queremos sobrevivir a este peligro, tenemos urgencia en revitalizar y consolidar la reconciliación democrática impulsada desde 1976. Para ello, es preciso que el centro-derecha se recomponga y que emerja una verdadera socialdemocracia nacional que ponga las formas y la ética de la democracia y la unidad y la herencia nacional al mismo nivel que lo social. Ese nuevo marco de reconciliación es lo que relegará a estos desvergonzados a la condición de minoría, que es lo que realmente son, y jamás deberían perder.

De la España camisa blanca de nuestra esperanza se quiere pasar de nuevo y deliberadamente a las dos Españas que nos helaron el corazón. El socialista Andrés Saborit recoge unas frases de una carta de Juan Valera, nacido en Cabra, fíjense, paisano de la Generalísima Carmen Calvo (apodo original de mi amigo José Luis Roldán tras conocer el error más divertido de los últimos tiempos). "Este país es un presidio rebelado. Hay poca instrucción y poca moralidad; no falta ingenio natural y sobra desvergüenza y audacia", escribió a su madre en 1850. Sí.

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