Hay sibilas y sibilas. Las sibilas clásicas se limitaban a profetizar, a iluminar el futuro, a advertir de sus consecuencias y paisajes. Hubo muchas, de Cumas al Helesponto, pasando por Samos, Babilonia o Delfos. "Profiriendo con su convulsa boca graves palabras sin ornato ni perfume, años miles traspasa con su voz la sibila, porque así el dios lo quiere", se conserva de Heráclito. Fíjense, "años miles traspasa" la sibila. Pero hay sibilas que, anulando la flecha del tiempo, son capaces de adivinar el pasado, el presente y el futuro. Concretamente, una, nuestra y de Cabra, que responde al nombre de Carmen Calvo y vicepreside el gobierno frankoestein, se atreve con todo el tiempo.
En primer lugar, se atreve con el pasado. Dado que decide que la mejor manera de conocer el pasado es reinventarlo, se afana en la Comisión de la Verdad, una degradación del Ministerio de la Verdad de Orwell. "Si el Partido podía alargar la mano hacia el pasado y decir que este o aquel acontecimiento nunca había ocurrido, esto resultaba mucho más horrible que la tortura y la muerte", reflexionaba Winston en 1984. La sibila de Cabra, que no ha leído a Von Mises, claro, no comprende que "jamás la historia podrá abordarse más que partiendo de ciertos presupuestos, de tal suerte que todo desacuerdo en torno a dichos presupuestos, es decir, en torno al contenido de las ramas no históricas del saber, ha de predeterminar por fuerza la exposición de los hechos históricos". O sea, que tal Comisión, a menos que sea copada por la policía social-comunista del Pensamiento, sólo podrá reflejar las diferentes interpretaciones que ya se tienen, a 80 años de distancia, sobre lo que ocurrió.
Tal empeño –la sibila de Cabra no está atenta– puede ser fatal para una izquierda a la que la Transición le regaló, como al franquismo, el blanqueador perfecto de su historia desde el siglo XIX al naufragio republicano, la Guerra Civil y años siguientes: la reconciliación y sus olvidos como valor supremo para construir futuros. Pero, claro, memoria tenemos todos si alguien se empecina en hurgar en el pasado.
También se atreve con el presente. "No hay elecciones porque no conviene a los ciudadanos". ¿A qué ciudadanos? ¿A cuántos? ¿De qué silogismo lógico extrae la sibila de Cabra su conclusión? De uno muy sectario y muy sencillo: "Lo que conviene a los ciudadanos es conocido por sus auténticos representantes. No hay más representantes auténticos de los ciudadanos que el PSOE y la izquierda. Por tanto, si al PSOE y a la izquierda no les convienen las elecciones, a los ciudadanos evidentemente tampoco". No importan los hechos sociológicos que muestran que la mayoría de los ciudadanos quieren elecciones ya, ni importa que ella misma las anunciara "en meses" antes de la dolosa moción de censura. Los hechos no importan, peor para ellos dijo Lenin, sólo sus interpretaciones sibilinas.
Y, cómo no, la sibila de Cabra, famosa además por aforismos agudos como aquel glorioso de que "el dinero público no es de nadie", vaticina el futuro. Que sí, que lo dice ella, que va a haber presupuestos generales, que su líder carismático y crecientemente zapaterino, a golpes de decretos desde sus 84 diputados y a fuerza de contradecirse hasta el punto de dolernos a todos la cabeza, conseguirá el consenso entre nacionalistas vascos de derecha e izquierda, separatistas catalanes a diestra y siniestra, comunistas clásicos y avisperos podemitas varios nutriendo a cada cual con los mimbres que necesita. Y, sobre todo, logrará el acuerdo sobre su premisa axiomática: que una victoria del PSOE en las próximas elecciones, sean cuando sean, será buena para todos ellos.
Hay sibilas torpes y listas. Las avispadas se refieren a escenarios que no podrán ser comprobados durante su vida. Las lerdas no tienen en cuenta ese pequeño detalle. Juzguen la lucidez de la de Cabra si la realidad les da tiempo.