Como el doctor Rieux de Camus, no tengo más remedio que testimoniar en favor de los apestados populares. Ya sé que no seré aplaudido por ello. Tampoco lo fui cuando señalé la incoherencia de una socialdemocracia que no es demócrata sino invasora de la democracia o cuando recientemente subrayé la abyección política de quienes distinguen entre imputados y pocoputados dando paso al nuevo concepto político-jurídico de marimputado, esto es, imputados según Juan Marín y la dirección de Ciudadanos. Hoy toca defender a los nuevos apestados de la política española, que son los votantes del PP.
Stuart Mill dijo bien que atribuir al adversario político intenciones ilícitas o malvadas era impropio de una democracia. Desde hace años, en España, lejos de seguir el camino democrático trazado en la Transición, se ha vuelto a sufrir la enfermedad del guerracivilismo, sobre todo desde aquel funesto 11 de marzo de 2004, cuando las izquierdas en bloque culparon al PP de ser responsable del atentado terrorista más grave de la historia de Europa. En ese camino, la libre decisión de un ciudadano de votar al PP es considerada un síntoma inequívoco de ser portador de una peste. Votar al PP es ser un moderno leproso en la vida política nacional.
Independientemente de sus dirigentes actuales, de los que no soy nada partidario, como es sabido, los votantes del PP quieren libertad sin ira, pero segura. Quieren propiedad fiscalmente limitada, pero sin duda. Quieren empleo y riqueza vía esfuerzo privado sin rechazar una redistribución social de la prosperidad. Quieren que la solidaridad social sea de ida y vuelta, esto es, que no se pueda vivir del cuento. Quieren una España nacional y unida, una educación que iguale eficazmente las oportunidades de la infancia y adolescencia y que, además de reflejar la historia, las creaciones y los valores de una gran nación, se oriente a incluir a los más jóvenes en el mercado laboral. Los votantes del PP desean unos servicios generales semejantes para todos los españoles, vivan donde vivan, quieren sentirse orgullosos de pertenecer al Occidente de raíz cristiana y liberal que ha dado origen a la mayor prosperidad mundial conocida… En fin, esas cosas. Ninguna innoble, por cierto.
¿Por qué hay que soportar que en esta España del siglo XXI la izquierda en su conjunto, y a veces Ciudadanos –su ya famosa granadina resonará sin descanso–, consientan que estos votantes sean confinados en un molokai político y social? Yo no sé si se comprende que los votantes del PP y sus familias representan como mínimo a media España y que su voz y sus sueños deben ser tenidos en cuenta, salvo que se quiera, absurda y totalitariamente, volver a aquella tumba de Larra donde yacía media España muerta a manos de la otra media.