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La peste terrorista

Esta peste, la terrorista, la ha sufrido España como enfermedad ligada a la reconstrucción de la democracia concretada en la Constitución.

Días habrá para reflexionar y sugerir ideas sobre La peste de Alberto Rodríguez, hijo de mi amigo Alberto, compañero de fatigas en la entonces pujante RTVE en Andalucía y flamencólogo de altísimo nivel. Pero aplacemos la pensada sobre esa Sevilla compleja y discutible que nos ofrece y activemos un peripatético viaje sobre una película, El extranjero, que está destinada a pasar sin pena ni gloria por las pantallas españolas. ¿Que por qué? Sencillamente porque en su guión y en sus imágenes se somete a un tercer grado al IRA, incluso después de la firma de la paz. Se retrata a la banda como un grupo de asesinos sin escrúpulo alguno a la hora de quitar la vida a quienes convenga, militares o civiles. Por esto, precisamente, no se hablará de ella en España, donde se acaba de estrenar, este mes de enero.

El crimen, el asesinato, el genocidio, toda esa inmensa maquinaria de muerte, justificada o no por intereses económicos, políticos, militares o religiosos, siempre ha tenido cabida en las sociedades más destacadas de las civilizaciones triunfantes. Repásese mentalmente algo de la historia universal y se verá cómo la muerte organizada para fines de poder fue la moneda común de casi todos los siglos pasados. Pero desde el asentamiento del cristianismo, que no siempre fue coherente, el surgimiento, después, de la idea de la tolerancia en el siglo XVII y la extensión de la convicción democrática de que el derecho a la vida es el protoderecho para toda persona, el asesinato debe esconderse. El asesinato ha dejado de estar justificado y poco a poco se ha convertido en lo que siempre ha sido: el peor acto de barbarie, tiránico y despótico, contra un ser humano.

Es lo que han hecho los terroristas modernos de todos los colores desde el siglo XIX, desde los que se empapaban del anarquismo a los amamantados por el neomarxismo con o sin ingredientes nacionalistas. Recomiendo ver esta película con los ojos de las víctimas de los terroristas, muy especialmente de los nuestros, de los asesinos de ETA. En la trama, un extranjero afincado en Londres es testigo del asesinato brutal de su hija –por el método de la moto bomba–, perpetrado por un IRA auténtico. Tras un intento tras otro de pedir justicia y los nombres de los verdugos de su única familia, el extranjero decide actuar por sí mismo. En su camino, se encuentra con un exdirigente del IRA reconvertido en alto cargo político de Irlanda del Norte, que recuerda a Gerry Adams –¿o es a Otegui?–, y que es ferozmente esbozado como un personaje al que matar no se le ha olvidado.

Esta peste, la terrorista, la ha sufrido España como enfermedad ligada a la reconstrucción de la democracia concretada en la Constitución. Muchos quieren hoy que esta peste se olvide y que sus criminales pasen a ser altos cargos de la política vasca y española. Pues vean la película, dejen de lado el cinematográfico ojo por ojo, no recomendable éticamente, pero estén atentos al perfil que se hace de la banda irlandesa. Por eso, muchos tratarán de que la película no se vea. El espejo no miente.

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