Que Susana Díaz echara en cara al PP andaluz hace unos días su aceptación y consentimiento de la guerra de Irak da una idea de por qué la señora no puede ser útil ni necesaria en la regeneración socialista que nos hace falta. Sí, nos hace falta a todos como nación porque una socialdemocracia sana y limpia, respetuosa con las reglas del juego e intelectualmente fecunda, esto es, más al estilo de los países nórdicos que a los del Sur, es absolutamente precisa para que la España constitucional derivada de la Transición sea un proyecto de futuro. Pero, claro, que, cuando la sanidad y la educación andaluza hacen aguas, el paro no cesa y su gestión de los problemas reales es un desastre, la aspirante a todo recurra a la guerra de Irak y al fantasma, injustamente tratado, de Aznar da una idea del por qué el mejor PSOE tiene que reflexionar sobre su presunto liderazgo.
Añadiré algunas razones más. Susana Díaz no lo dice ya, pero ella ha pertenecido y pertenece al sector zapaterista del socialismo patrio. Ya no se recuerda cómo apoyó a Carmen Chacón contra Alfredo Pérez Rubalcaba, pero lo hizo. Ya no se viene a la cabeza cuál fue su lucha interna contra José Antonio Viera, su primer mentor, al que traicionó con tesón, como traicionó sus orígenes en el socialismo sevillano de la mano de Pepe Caballos. Aquel socialismo aldeano tenía tres principios: clientelismo político a gogó, penetración de todos los resortes del poder como si Sevilla y Andalucía fueran de su propiedad y guillotina política para quienes se opusieran. Alfonso Guerra se dio cuenta del peligro y le cortó la cabeza a Caballos hace años, pero luego resucitó con Manuel Chaves, que, cuando fue consciente del error, se la volvió a cortar. Ella es la heredera de ese socialismo sin escrúpulos y sin altura intelectual que finalmente derivó hacia el zapaterismo, vía Griñán, que la aupó al poder sin miramientos democráticos.
Las consecuencias de su trayectoria son la inevitable gravedad de la corrupción de su partido, que la terminará alcanzando, y la insoportable levedad de su gestión. Andalucía, 34 años después de la primera victoria del PSOE en unas elecciones autonómicas, sigue estando a la cola de las regiones españolas en los principales indicadores de bienestar relativo, sobresaliendo entre ellos un desempleo sólo mitigado por empleos relacionados con la baja productividad y diez puntos superior a la media española.
La corrupción sólo ha logrado ser disimulada y contenida por la torpeza política de un PP andaluz que ha deshecho inexplicablemente la oposición que construyó desde 2004 y por la ayuda memorable del partido de Albert Rivera, que se ha convertido en cómplice sistemático de las fechorías de un régimen decadente que no para de perder votos, pérdida que oculta hábilmente la esperanza de Triana.
¿Es Susana Díaz el cambio que necesita un PSOE renovado y de futuro? No, es la gatoparda de libro que hará que todo simule cambiar para que todo siga igual. Más o menos como Mariano Rajoy en el otro burladero. Por eso se caen bien y por eso, por ambos, la nave nacional no superará el peligro.