"Empecé por capricho,
zeguí por tema,
continué por desvelo
y acabé en pena.
Y de esta zuerte,
les temo a los caprichos
más que a la muerte".
Con estos versos, empieza El patio, obra emblemática de los hermanos Álvarez Quintero, maestros del sainete. Patio andaluz, naturalmente. Y es en ese patio-teatro donde va a tener lugar la farsa de Susana. Susana Díaz Pacheco, naturalmente, capricho de José Antonio Griñán y heredera política del régimen socialista que cumple 31 años con la ayuda inestimable de sus cómplices del comunismo andaluz. Lo que va del capricho a la farsa nos lo representará sobre el escenario político andaluz un partido socialista agotado por el descrédito, la corrupción y el fracaso. Si todavía vive, es porque el grupo comunista de Valderas y secuaces le practican sucesivas transfusiones de poder político a cambio de su saneamiento económico general y de la colocación de muchos de sus dirigentes en la estructura de la Junta de Andalucía.
Aunque parezca increíble en una democracia normal, la futura presidenta de la Junta de Andalucía no será elegida por los andaluces. Los socialistas, aterrados ante la posibilidad de perder el poder y de que salga a la luz, completa y tremenda, la tenebrosa tela de araña que han tejido en estas tres décadas ominosas de la historia andaluza, ya se humillaron aceptando de un decrépito y lamentable Griñán tener una lideresa-secretaria general que no fue elegida por ellos ni en primarias, ni en congreso. Ahora, este modo autoritario de proceder se va a imponer en el Parlamento andaluz, órgano que aplicará su reglamento para elegir como presidenta de la Junta de Andalucía a quien no sólo no ha ganado las elecciones andaluzas sino que ni siquiera se ha presentado a ellas. Todo ello se ve apoyado por una Izquierda Unida, que entre asalto a supermercados, tinos subasteros y enchufismos políticos, tiene tiempo para sostener al régimen social-sindicalista como una sanguijuela.
Pero no es esta la hora de la farsa ni en Andalucía ni en España. Oír decir a Susana Díaz que será implacable contra la corrupción ni siquiera es gracioso. Es aterrador. Que aquella Andalucía de 1977, que ansiaba libertad e igualdad de oportunidades con las demás regiones de España, haya visto pasar treinta años en los últimos puestos de riqueza y bienestar es terrible. Pero que ahora, bajo la batuta del régimen que ahora hereda esta farsante - quien actúa en una farsa, según el diccionario etimológico de Corominas y Pascual, al que se olvida siempre habiendo enseñado Gramática en Sevilla -, comunistas y socialistas se alíen para negarse a convocar elecciones para que los andaluces elijamos a quien debe presidirnos, es horroroso. Que todo esto suceda mientras los ERE cuecen a la cúpula de la Junta en los juzgados y las pruebas contundentes advierten de la profundidad de la corrupción de la izquierda sindical, es una catástrofe moral.
Es preciso promover una gran liga de andaluces y demócratas de bien para detener la fechoría que está a punto de cometerse o, en todo caso, conseguir que la farsa sea farsa, esto es, que sea corta.