Unamuno hablaba de la España loca, loca de dolor, loca de vergüenza, loca de desesperanza e incluso loca de remordimiento. Sí, la España constitucional y convivencial derivada de una dictadura histórica ha degenerado de una manera tan evidente que hoy apenas es posible en las familias, en los grupos de amigos o colegas, en los trabajos o en los bares hablar de política sin desembocar en enfrentamientos bien serios. Parecía que la experiencia histórica iba a hacer surgir lo que se ha llamado la tercera España, democrática, abierta y respetuosa, pero al final lo que está emergiendo es una caricatura de las dos Españas que se enfrentaron a muerte en la peor guerra jamás conocida por esta nación.
Todavía hay quien cree que esta tercera España es posible. Hasta antes de la pandemia del coronavirus y su gestión sectaria y partidista por parte de un Gobierno sin escrúpulos, yo mismo sentía esa inclinación bienintencionada. Ya no me queda duda alguna de que, como ya ha subrayado Jaime Mayor Oreja, el nuevo Frente Popular es un proyecto decidido que se encamina a la elaboración de una nueva Constitución que pretenderá que media España o más muera a manos de la otra media o menos.
Eso de que va a ser posible recuperar la reconciliación, el diálogo y el respeto mutuo de todos los españoles no es más que una fantasía. Si cuando uno no quiere dos no discuten, cuando uno sí quiere la bronca es inevitable. A lo largo de todos estos años que sucedieron a la Constitución de 1978, se han perpetrado ataques continuos a los principios y valores democráticos por parte, sobre todo, de los partidos políticos y sus apéndices sociales. En realidad, los partidos se han hecho con todo el espacio político y los dineros públicos. No hay vida política posible al margen de unos partidos cuyos fines han sido, sobre todo en el caso de la izquierda, aunque no exclusivamente, apoderarse de los resortes del Estado de Derecho, sembrarlo de peones y durmientes e ir imponiendo paulatinamente el nuevo proyecto izquierdista.
Algunos creen que esta estrategia de demolición de la Transición ha empezado en 2004, con la infame manipulación del mayor atentado terrorista de Europa en el Madrid del 11-M y el triunfo del nuevo PSOE de Rodríguez Zapatero. No. En realidad, el proyecto democrático de 1978 fue dinamitado suavemente desde el principio por los partidos separatistas y por los dos partidos de la izquierda española, sobre todo desde el PSOE. Los partidos de centro-derecha han procurado a veces hacer lo mismo en las zonas que han gobernado, ignorando que su fuerza es la sociedad civil libre y la cultura de la ética y de la libertad. Han sido incapaces de contener la estrategia de penetración del Estado y la sociedad elaborada, ya abiertamente y claramente, desde la nueva izquierda social-comunista que nos gobierna con el apoyo coyuntural de los separatismos que saben que sus oportunidades dependen de tal gobierno y su futuro proyecto constitucional.
Los andaluces saben bien en qué consiste tal proyecto porque sufrieron casi 37 años de ocupación ideológica y política de las instituciones básicas de la convivencia, desde las escuelas a las universidades, desde la sanidad a las asociaciones, desde los sindicatos a las patronales, desde las cajas de ahorros a la administración pública y a los medios de comunicación… Es tal modelo el que permitirá la hegemonía total de una izquierda sectaria simulando una democracia en el que el papel de la oposición consentida y limitada sea meramente de exhibición publicitaria. Las dictaduras ya no molan, como dice el tiranuelo de Galapagar, así que el modelo del socialismo andaluz, que es primo hermano del bolivariano o el mexicano del PRI, es el que conviene.
Esto es lo que está en marcha desde 1982, y donde se ha podido se ha consumado. Y los compañeros de este viaje, los separatismos conservadores, sufrirán un destino que ya se verá. ¿Para qué servirán si dejan de ser útiles en este diseño operativo? Lamentablemente, cuando el centro-derecha ha gobernado, no ha dañado los ejes de esta carreta o incluso los ha engrasado.
Pero ya no hay salida. Con el coronavirus se ha hecho evidente para casi todos que aquí hay una estrategia general de ocupación del Estado y las instituciones para dar a luz una nueva Constitución, que garantice no ya la convivencia democrática en un marco de libertades propio de un Estado de derecho único y unido, sino la supremacía definitiva de los partidos de izquierda.
Eso de convivir, proponer, dialogar, razonar, someterse a falsación las ideas, el bien común, la verdad como exigencia, educar en respeto y libertad, la separación de poderes y demás valores y modos democráticos… es el pasado, a menos que la España que no quiere ese futuro, hoy loca, partida, desnortada e inútil, converja en otro frente.
Sí, necesitamos un frente democrático y nacional capaz de recuperar a los ciudadanos para otro proyecto constitucional que continúe y asegure el proyecto reconciliador de 1978, que ha terminado siendo víctima de un desarrollo malsano. No hay más camino y no hay terceras vías. Para ello necesitamos al Rey, a otro Adolfo Suárez y a esta España loca que tiene que dejar de estarlo. No será sencillo, pero como le dice el perro al hueso, "tú eres duro, pero yo no tengo otra cosa que hacer".