Pintando con brocha gorda, podría decirse que desde 1978 a 1993, casi todos los partidos, menos los nacionalistas -de modo abierto o encubierto según los vientos y los asesinos de ETA-, respetaron casi siempre el marco constitucional. Pero en 1993 el bipartidismo consagrado por la realidad electoral comenzó a quebrarse debido a la dependencia de los gobiernos nacionales del separatismo desleal.
Empezó Felipe González, pero siguió José María Aznar. Su incapacidad para vertebrar una estrategia de defensa nacional de la democracia en España, desde posiciones socialdemócratas sinceras y liberal-conservadoras, condujo a un incremento de poder y oportunidades para quienes, dentro y fuera, no quieren ninguna España fuerte, tampoco la democrática. Por aquel entonces, ya había infiltrados en los grandes y pequeños partidos, como el comunista, el PSOE e incluso el PP, que trazaban una operación de derribo que lograba configurar la España caótica de la que escribió Fernando García de Cortázar enmarcándola en la crisis económica de 2008.
Pero empezó antes. La España constitucional, hasta 2004, había crecido, resuelto problemas, asentado sus instituciones y fijado metas, sólo amenazada por una corrupción económica, política, judicial y policial que mostraba el peor rostro de la democracia y la amenaza, terrorista o no, del separatismo. Gracias a ello, y a una concepción amoral y cínica de la política, fue posible lo que pasó en las elecciones de marzo de 2004, cuando algunos en el PSOE decidieron romper la baraja tras el peor atentado de la historia de Europa - acusando al gobierno democrático de invitar al terrorismo, que ya es vergonzoso para siempre jamás -, y apostar por la España caótica con la exclusión de más de una mitad de ella.
Si lo piensan, desde entonces, desde la memoria histórica al gasto presupuestario demagógico, desde el cordón sanitario contra el centro derecha a las concesiones al separatismo o la usurpación de la comunicación pública y privada y luego, en plena crisis, con la reinvención del comunismo, ya no europeo sino castro-bolivariano-filoislámico, que manipuló a los legítimamente indignados, no más que carne de cañón para sus fines, el caos nacional ha ido creciendo. Llegó el PP de Rajoy en 2011, con la mayoría absoluta más apabullante de la democracia en toda España, fuése y no hubo nada. Eso sí, ocurrió el segundo golpe de Estado desde 1981 apoyado por separatistas ya crecidos en la legalidad, neocomunistas y la inquietante ambigüedad de un PSOE dividido que levantó sospechas.
En Francia hace unos años se dio a luz una serie de televisión que lleva por título Oficina de Infiltrados. En ella, se refleja la realidad del poder de un Estado convertido en fin en sí mismo antes que en medio de servicio a la Nación, y sus métodos indecentes, turbios y manipuladores. Tengo para mí que la España constitucional, que tanto trabajo costó fraguar se ha llenado de infiltrados, propios y extraños, que trabajan por intereses ajenos a los ciudadanos. Tomen nota: el descrédito sistemático de la monarquía, el desprestigio de la Justicia, la purga de los estamentos policiales y su depravación, la ruina de la educación adoctrinante (y hasta con suspensos se aprueban cursos), el desconcierto de la política exterior llena de embajadas traidoras y de defensores de Maduro, el control sectario de las televisiones, las exhumaciones anacrónicas, la mentira sistemática, el uso inmisericorde de las redes sociales…El plan en marcha, no de la segunda transición a una mejor democracia , sino de retorno a una ilusoria República española de naciones, previa amputación de dos de ellas pudriendo incluso la historia de la II República real que nunca quiso eso, conduce nuevamente a una España caótica, como entonces. Es un resumen.
Una vez instalado el caos en la Nación, se irá fraguando un enfrentamiento que sólo se resolverá calzando botas, no depositando votos, como acaba de susurrar, qué tardío, Felipe González. Está claro quiénes tienen organizadas las botas para imponer su orden al desorden provocado. Sin embargo, no está claro quiénes van a defender los votos sin consentir el triunfo del caos zapateado. Creo que haría falta una alternativa nacional de emergencia, con socialdemócratas sinceros y otros demócratas de izquierda incluidos, que pueda votarse. Desde su deseable triunfo, habría que aplicar las reformas que acaben con la confusión, legalmente y sin contemplaciones. O eso, o las botas y ya veremos de quién.