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Pedro de Tena

La encrucijada de los españoles

Las próximas elecciones no son, no pueden ser, unas elecciones más, en ninguna parte de España.

Aun cuando estemos sometidos a un implacable régimen de propaganda, que no de información, la mayoría de los españoles, quiero creer, ya sabemos lo suficiente para comprender que o salimos de este purgatorio a que nos ha conducido una perversa interpretación constitucional o vamos directos al infierno de una España rota, humillada y amoral. Sólo en esta última semana, hemos comprobado cómo la presunción de inocencia no existe; cómo un ministro puede cargar sin pruebas contra un juez; cómo "la calle", esto es, el espectáculo de una extrema izquierda con doble moral y sin escrúpulos, revienta las instituciones; cómo una alto cargo del PP era grabada sisando crema en un súper y cómo se conspiraba por su máster desde una universidad; cómo el criminal de guerra Ternera y su subordinado Otegui eran acogidos, rematando a sus víctimas; cómo se pide el acercamiento a sus familias de presos que han matado a miembros de otras familias; cómo en Cataluña crecen las agresiones y descalificaciones separatistas contra la mayoría; cómo en el caso ERE la Guardia Civil describe con detalle un robo organizado desde las instituciones gobernadas por el PSOE; cómo se suben o no las pensiones según el interés del partido en el Gobierno… En fin. Esto, la última semana.

Verdaderamente, estamos ante una de las grandes encrucijadas de la historia de España. En resumen, habría que decir que las componendas que dieron origen a la Constitución de 1978 no lo fueron para edificar una democracia moderna y decente. El resultado fue que los partidos políticos y sus correas de transmisión –algunos de los cuales eran sólo un puñado de sectarios sin experiencia alguna– se apoderaron de casi todo el aparato del Estado y sus dineros. De entre ellos, los partidos separatistas, una vez cebados, legalizados, privilegiados y preparados, organizaron con paciencia –que únicamente ETA no aceptó– el asalto final a España en que ahora estamos. Para hacer de los partidos el único poder con poder real hubo que triturar el Poder Judicial y descuajaringar el Poder Legislativo, con ayuda de los medios de comunicación permitidos –nunca se ha querido realmente la libertad de información y opinión–, el control ideológico de la educación y el destrozo de la más elemental moral social.

Las próximas elecciones no son, no pueden ser, unas elecciones más, en ninguna parte de España. Tanto las municipales como las autonómicas y las generales deberían ser el cauce democrático para que, de la ley a la ley, todo comience a cambiar para que nada permanezca igual. Pero ¿quién será el sujeto político que unifique en un proyecto regenerador a la que creo es la mayoría de una nación que asiste perpleja a su desmoralización y demolición controladas? Podemos afiliarnos al bucle melancólico de la queja sistemática, menguante y estéril, o pasar a la acción. Ahora bien, ¿cómo se pasa a la acción? ¿Qué acciones son necesarias? ¿Qué instrumentos civiles, políticos, económicos, sociales, intelectuales y morales necesitamos para desarrollar una estrategia de recuperación y regeneración nacionales en el marco de las democracias occidentales y su civilización? Liberales, conservadores, demócratas de otros mimbres y socialdemócratas deberíamos coincidir en esta búsqueda.

La verdad, en el horizonte no se ve nada, o bien poco. Ante el desmoronamiento de los dos grandes partidos habituales, los que podrían ponerse al frente –Ciudadanos, sí, que ya no hay otro con la estatura adecuada– no lo hacen y causan más inquietud que esperanza. De todos modos, deberíamos decirnos como el perro al hueso: "Tú eres duro, pero yo no tengo otra cosa más importante que hacer".

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