Si alguien quiere una demostración palmaria de que el virus guerracivilista que cultivan las izquierdas y los separatismos es más peligroso para la nación que el coronavirus sólo tiene que atender a unos hechos comprobables. En su versión vasca, su virus de plomo separatista mató a casi 1.000 españoles y desalmó a centenares de miles de vascos y de otras regiones españolas, forzándolas a ocultar, despreciar o maldecir sus raíces. En su versión catalana, con menor número de muertos infectados de plomo, pero con una corrupción desatada, un golpe de Estado y una incidencia virulenta máxima en la pérdida de autoconciencia de los centenares de miles de inmigrantes que se fueron a trabajar a Cataluña desde la década de los 50, la epidemia causó estragos.
Que el virus guerracivilista ha sido impulsado por la izquierda socialista es algo demostrable. Tras el comportamiento del Partido Comunista durante la Transición, pareció que nadie más volvería a inocular el virus del odio civil que condujo a la guerra. Nos equivocamos todos. Cuando el PSOE de Felipe González entrevió que podía perder el poder en las elecciones de 1993, revivió la ponzoña que había incubado a sus anchas en Andalucía desde 1982. Luego vinieron el dóberman, la abominable manipulación del mayor atentado terrorista de Europa (11-M), la selecta memoria histórica que sólo ve lo que necesita ver, Podemos y así sucesivamente. Hasta la crisis del ébola, una crisis que tuvo sólo dos muertos, fue utilizada por Pedro Sánchez de manera infame contra el Gobierno del PP
Ayer mismo, tras comprobar con indignación el tuit del PSOE de Madrid, área de Igualdad, culpando a la presidenta de la Comunidad, Isabel Díaz Ayuso, de la muerte de 1.150 mayores en las residencias de la capital y la región, la desesperanza se ha hecho mayúscula e inevitable. Tras todo el espectáculo que hemos sufrido de imprevisión, de invitación al contagio, de prevaricación moral, de falta de eficacia e incluso de ridículo internacional en la actuación del Gobierno de Pedro Sánchez (aún no sabemos el nombre de la empresa que facilitó 650.000 tests rápidos inservibles que han dañado la salud de los miles de contagiados y ya veremos por qué), la culpa la van a tener todos los demás menos la banda, que esto no es un Gobierno, de Pedro Sánchez.
En medio de una crisis sin precedentes parecidos, ahora sanitaria, después socioeconómica y en el futuro moral, las izquierdas que dominan hoy el Gobierno muestran una vez más que no hay voluntad de reconciliación posible con quienes no se identifican con sus postulados. Por tanto, en España la democracia no puede ser posible porque sus normas, sus reglas, su espíritu fundacional liberal, sólo son instrumentos para que esta izquierda infectada de guerracivilismo conquiste el poder, a ser posible, todo el poder. La socialdemocracia no existe y el sociocomunismo se está imponiendo sin que parezca importarles demasiado el sufrimiento de enfermos, trabajadores ERTEados, empresas desaparecidas o congeladas, ciudadanos confinados ni de nadie. El coronavirus, más que una tragedia nacional y humanitaria, es para sus dirigentes una oportunidad propicia para lograr más y más poder.
Ante esta evidencia, los demócratas españoles debemos despertar del sueño romántico de esperar que alguna vez las izquierdas respeten los fundamentos de un régimen constitucional en el que no creen. Nunca han creído en una España común ni en la competencia política leal de gobierno y oposición para ver quién procura más libertad y prosperidad a unos ciudadanos inteligentes. Siguen obsesionados con atribuir a los adversarios el pecado de la maldad. De gente así no puede esperarse más que una epidemia general de guerracivilismo incluso en medio de una pandemia como la que vivimos.
Los que consideramos deleznable un porvenir como el que ansían, tenemos que reaccionar desde ahora mismo, aunque suframos las consecuencias de una catástrofe. La necesidad de la unidad de los defensores de una nación libre y democrática es urgente y su expresión política, que debe concretarse como tabla de salvación nacional, deberá concurrir a las próximas elecciones, si es que las hay, para que evitemos el naufragio de la desesperanza y definamos un rumbo claro de libertad y tolerancia recíproca para España.