Desde 1970 se han cometido 150.000 ataques terroristas, según The Global Terrorism Database. Considerado en su conjunto, desde la propaganda por el hecho de los anarquistas del siglo XIX y XX, al terror del IRA y la ETA, pasando por el Estado Islámico o Al Qaeda, los métodos empleados por los terroristas son los mismos: ataques contra la población civil, especialmente, y/o contra el personal político, religioso, militar o policial mediante la violencia asesina en función de unas ideas o unos propósitos. Seguramente terrorismo ha habido siempre. De Estado –desde Nerón y Calígula a Fidel Castro, a veces Estados como Francia (Mitterrand y su voladura del Rainbow Warrior), o Estados Unidos o URSS, etc… -, o de grupos marginales, desde piratas a pirados o fanáticos de diversa índole. Nuestra guerra civil fue un ejemplo de cómo el terrorismo puede afectar incluso a las trincheras del mismo bando. El despellejamiento del trotskista Andres Nin por torturadores soviéticos fue un ejemplo definitivo. Confesemos, pues, que el terrorismo nunca nos ha sido ajeno.
Sin embargo, es desde hace poco tiempo que estamos percibiendo lo que ocurre como una guerra. Vamos comprendiendo que estamos en guerra, que ésta nos afecta y que, lo queramos o no, la libramos contra un adversario unificado, algo clave en las confrontaciones: las organizaciones terroristas del islamismo radical. Los datos son, empero, sorprendentes. 9 de cada 10 atentados terroristas de fanáticos islamistas desde el año 2000 han tenido lugar en países de mayoría musulmana. Desde un año antes del 11 de septiembre y el atentado a las torres gemelas de Nueva York, ha habido más de 18.000 atentados islamistas, con alrededor de 80.000 muertos. De ellos, más de la mitad en Irak, Afganistán y Pakistán, tres países de religión islámica. Los islamistas han matado mucho también en Filipinas y Kenia, de mayoría cristiana, y otros países. La lista es enorme. Apabullante. Los autores de las acciones terroristas son diversos, en algunos casos no son yihadistas y, en más casos de los deseables, son desconocidos para las fuerzas de seguridad.
Atendiendo al yihadismo, y a pesar de nuestros sentimientos inmediatos, lo que llamamos Occidente - Europa, Estados Unidos, Canadá, Australia y América del Sur, por resumir- no está entre los más afectados, por ahora. En la Unión Europa, Francia y Bélgica muy recientemente, se han sufrido alrededor de 30 atentados yihadistas desde el año 2000, muy por debajo del 1 por ciento de los que estos grupos cometieron en todo el mundo. Tampoco en número de muertos la situación es comparable.
Pero el prójimo lo es más si es próximo y el mal cercano se ve con mayor claridad y dimensión que el mal lejano. Los políticos sólo toman en consideración, habitualmente, los males cercanos que perciben. Por los datos empíricos, parece indudable que lo que pretenden los yihadistas y sus grupos varios, es hacerse con el control de la población de los países que profesan la religión musulmana para, desde ahí afrontar la guerra definitiva contra Occidente y nuestro modo democrático de vida. Mantenerse unidos, exigir a los musulmanes en todos los frentes que elijan entre civilización o barbarie y adoptar las medidas civiles, policiales y militares que sean menester para impedir que se unifiquen y se hagan con países y medios cualificados, es ya ineludible. Estamos en guerra y lo estaremos cada vez más pero todavía estamos a tiempo.