Que los tiempos que se viven en Andalucía, como en el resto de España, exigen más pragmatismo que juegos florales, se ve a legua. Sólo hay que ver cómo va, o viene, el coronavirus, la llegada de inmigrantes y la tragedia social que se avecina si la economía andaluza no se reactiva de modo diferente y urgente. En estos tiempos, Vox avisa al PP y Cs de su cansancio ante el incumplimiento de los acuerdos suscritos y Podemos sufre una crisis interna cada vez más intensa. El PSOE de Susana Díaz, emponzoñado en una corrupción que no cesa, no cierra su crisis interna que sólo puede conducir a la trianera a la puerta de la calle.
Ha ido razonablemente bien la gestión del coronavirus, pero no hay forma de saber si seguirá haciéndolo porque los rebrotes se siguen dando continuamente, bien por turistas, bien por inmigrantes bien por irresponsables de la tierra. En estos momentos, claro, lo que preocupa es la inmigración irregular y el paso del Estrecho, con Operación o sin ella.
Vox, que ha exigido el control sanitario de turistas e inmigrantes, encuentra su momento para alzar la voz ante un dúo PP-Cs que no siempre cumple lo que acuerda, y que, en el caso de Cs, hace juegos malabares con sus apoyos inexplicables a Pedro Sánchez, lo que enerva aún más a Vox Andalucía que lleva dos años apoyando y aguantando.
El alcalde popular de Algeciras, José Ignacio Landaluce, teme, y dice a El Mundo que, aunque no haya Operación oficial Paso del Estrecho miles de coches procedentes de toda Europa lleguen hasta su puerto para pasar, sobre todo, a Marruecos y a Argelia. O sea que, en realidad, el paso masivo del Estrecho se va a dar y Marruecos no dice que no a tal posibilidad y admite que puede abrir las fronteras este verano.
Tiene miedo porque hay menos barcos, con menos pasaje y no hay hospitales de campaña para posibles positivos. "Es todo un disparate", dice, sin que haya coordinación entre el Ministerio del Interior, el de Fomento, el de Sanidad, la Junta… Miles de coches parados esperando en una larga cola van a facilitar los contagios y nada está preparado ni diseñado.
Pero también hay otros males económicos y sociales que dificultan la subida del tono de Vox ante el bipartito. Por ejemplo, la oposición de la izquierda en bloque a las medidas liberalizadoras que el consejero Rogelio Velasco –ex marido de la presidenta del PSOE, Cristina Narbona– ha propuesto para facilitar que el impacto de la crisis socioeconómica no sea letal.
Pero es que, además, como señala ABC, los ajustes presupuestarios son continuos porque los gastos derivados de la situación se disparan para reducir el sufrimiento social y muchos de los acuerdos a los que se llegó con Vox no se están cumpliendo. Por si fuera poco, el gobierno de Pedro Sánchez no manda los fondos prometidos.
Por ello, Vox ha advertido: "Si no se cumplen los acuerdos habrá problemas, se pueden buscar otros socios". Vox quiere reducir el coste de la RTVA pero ahí está, y es un ejemplo decisivo, el nuevo curso escolar y las obras que hay que acometer para respetar las normas sanitarias, o el tratamiento a los autónomos, o la parálisis de las iniciativas por la Concordia Histórica o la ley de Salud o el reordenamiento del sector público agigantado por el PSOE.
Todo está trastocado y es un mal momento para reclamar cumplimientos pero también lo es para no cumplir nada y poner en peligro el primer gobierno andaluz no socialista desde la Transición.
Por la izquierda, las cosas tampoco riman con las líricas. Apenas se incorpora Susana Díaz, estallan nuevos casos de corrupción con o sin implicaciones de los sindicatos UGT y CCOO que se unen a los antiguos y pendientes, caso ERE, por ejemplo, en un ensordecedor escándalo moral. Hasta el dinero de las residencias veraniegas para trabajadores se han llevado y un nuevo caso de soborno político tensa la cuerda interna en Huelva que ya es obvio que va a estallar con Pedro Sánchez maniobrando para acabar con Susana Díaz.
Pero lo que puede arder, de verdad, es la extrema izquierda quasi nacionalista andaluza. La marca Adelante Andalucía, fabricada por Antonio Maíllo y Teresa Rodríguez cuando se besaban Podemos e Izquierda Unida, puede significar el retroceso definitivo que, indirectamente, puede salvar al PSOE.
En resumen, la nueva IU de los Garzón, con Toni Valero ahora en Andalucía, acusa a Rodríguez de haber usurpado la marca electoral que ha quedado a merced, no de los antiguos socios comunistas, sino de los Anticapitalistas trotskistas que, de estar en la sombra, han salido a la luz de manera vertiginosa. Por si fuera poco, tienen un acento nacionalista andaluz cercano al separatismo.
En realidad, es lo que han sido siempre Teresa Rodríguez y su pareja, José María González Kichi, que no quieren acuerdos con el PSOE –"con el PSOE ni muerta" dijo en la tribuna parlamentaria andaluza–, y que por ello discrepan de la estrategia podemita de aceptar vicepresidencia y ministerios y sufrir el desgaste asociado a la corrupción socialista. Pero es que, además, aflora otra corrupción, la de Podemos y Pablo Iglesias con el caso Dina.
Tan grave está la cosa que el digital izquierdista eldiario.es titula: "Fuego y cenizas en Adelante Andalucía: de la "caravana del amor" a la 'guerra civil' entre IU, Podemos y los Anticapitalistas". Claro que, por ese camino, señala el desnortado PSOE, jamás se recuperará el gobierno andaluz. Pues sí.
Teresa Rodríguez ya ha registrado diferentes partidos y marcas políticas por si acaso no puede utilizar la que quiere, Adelante Andalucía, que hoy tiene grupo parlamentario en Andalucía que ella mismo preside, pero el PSOE y la IU de los Garzón quieren confluir como lo han hecho a escala nacional y dejar a los "trostkos" como secta testimonial.
El menos perjudicado es el PP de Juan Manuel Moreno, que sube en las encuestas y manda en la Junta mientras que Ciudadanos sufre mucho tras haberse arrimado al ascua ardiendo que es el PSOE sanchista. Le sigue Vox que no hace otra cosa sino decir lo que siempre ha dicho y exigir que los contratos y los acuerdos se cumplan, pero son malos tiempos para toda lírica, a derecha e izquierda porque lo urgente se va a imponer a lo importante, casi como siempre.