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Pedro de Tena

El tren de Andalucía

Andalucía será la que pierda otra vez el tren de la prosperidad y de la decencia.

Esto de los trenes está bien. Es uno de los símbolos que inquietaban al propio Freud, sobre todo lo de perderlos. En los trenes perdidos, la imaginación se va con Penélope, la de Serrat, bastante posterior a la Niña de la Estación de León –qué pedazo de poeta popular– y Quiroga que cantó Concha Piquer, para la que ver pasar trenes era toda su pasión, tanta que, al final, amor fugado, se casó con el jefe de una estación.

Ahora se está poniendo de moda el tren de Andalucía. Andaluces, precisamente, se llamó una compañía de capital privado que comenzó a desarrollar líneas ferroviarias en Andalucía en el siglo XIX. Pero ahora es Susana Díaz la que no para de hablar del tren de Andalucía, el único que ella dice que quiere coger. Pero, claro, hay que saber qué tren, qué día, qué hora y a dónde va. Uno puede tomar el tren en Andalucía y terminar en Madrid y luego vuelta. O al revés. Lo que está claro es que ahora conviene decir que Andalucía es el centro de los amores políticos porque la jugada está en el Sur. Dentro de unos meses podrá decirse con toda cínica tranquilidad que se ha descubierto que la defensa de Andalucía sólo puede hacerse desde la presidencia del gobierno en La Moncloa y santas pascuas. Vanidad de vanidades y todo vanidad, como decía el bíblico Cohélet. Traducido hoy sería agit-prop, o campaña electoral sin mezcla de verdad alguna.

Pero ¿qué va a ocurrir si, como todas las encuestas pronostican, Susana Díaz, esto es, la quintaesencia del aparato del PSOE andaluz, gana las elecciones en Andalucía y puede gobernar sola o con muletas? Pues de lo que podemos estar seguros es de que Andalucía será la que pierda otra vez el tren de la prosperidad y de la decencia. ¿Exagero? No, en absoluto. El PSOE andaluz, cuna de Suresnes y alma del PSOE que ha gobernado España durante 22 de los 36 años constitucionales, ha demostrado dos cosas: una, que prefirió organizar un régimen partidista en Andalucía saltándose todas las normas éticas y políticas de la democracia y, dos, que, a pesar de haberla gobernado durante el mismo tiempo que Franco gobernó en España, Andalucía sigue a la cola de casi todo.

Estos dos hechos demostrados y contundentes deberían bastar a un conjunto de ciudadanos con medias luces para no votar jamás a este partido hasta que no practicara la autorregeneración total tras un mea culpa sincero y público. Pero qué va. IU, que en su pecado tiene su penitencia, prefirió apuntalar el régimen clientelar y corrupto que ella misma denunció durante años, antes que permitir que el PP andaluz, que ganó las elecciones de 2012, tratara de cambiar las agujas para que el tren de Andalucía dejara de encaminarse a la dependencia y al paro. Que ahora la porculicen sin miramiento desde el sibilinismo susánida del PSOE y la nada nadita de Podemos es lo que se merece.

Los hechos son testarudos. En la estación donde está parado el tren de Andalucía desde hace casi cuarenta años democráticos, el público prefiere la tercera clase a los vagones de primera. Con una mayoría que es una pócima trágica de parados, mediomileuristas, pensionistas, dependientes de lo público, con empleo o subsidios, empresarios aterrados y una mayoría política que prefiere a la izquierda –tanto a la senil de PSOE e IU como a la infantil de Podemos–, el tren de Andalucía no se moverá más que en dirección a un nuevo descarrilamiento, otro más, y ya son demasiados desde el siglo XIX. Tomen nota de que el Barómetro Joly, uno de los más fiables, daba a este gazpacho de izquierdas más del 60 por ciento de los apoyos reales. Salvo un milagro, en los que ya no creo, Susana Díaz, que va a aprovechar hábilmente el retraso de unos y el acelerón de otros, ganará las elecciones andaluzas y gobernará sola, garduña de por medio, con IU de nuevo o con Podemos de nuevas. Para el caso es lo mismo. Más de lo mismo. La vía del cambio está cerrada. Más de cuarenta años sin alternancia democrática nos retratan.

Los maltratados amantes de una Andalucía abierta, próspera, libre y civil ya hemos perdido casi todos los trenes. ¿Qué importa si Susana toma el tren de Andalucía para bajarse en Madrid o decide quedarse en Andalucía como jefa de toda la estación? Adiós, adiós, buen viaje. Adiós, que lo pase bien. Como a la Niña de la Piquer, sólo nos queda el papel de aquellos hombres de Simenon: mirar pasar los trenes oscuros y comprobar al arrancar que es como si nos arrancaran el alma. Y luego, nada, en el enorme tren vacío, donde no va nadie, que no conduce nadie... que decía el poeta airado. 

¿Pesimistas? Tal vez. Clarividentes, dirán otros.

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